Los héroes secretos de Arturo Pérez-Reverte
Todos los elementos de su nueva novela, ‘El italiano’, que combina magistralmente el amor, la guerra y el mar, encajan con precisión, urdiendo un clima con la hondura de los relatos clásicos
4 octubre, 2021 05:59La guerra pone de manifiesto que Pascal acertaba al describir al ser humano como gloria y desecho del universo. Cuando las naciones recurren a la violencia para dirimir sus conflictos, proliferan los actos de crueldad, pero también despuntan los gestos de heroísmo. El italiano, de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), narra la historia de un grupo de hombres valientes que durante la Segunda Guerra Mundial hundieron o causaron graves desperfectos en catorce barcos aliados atracados en Gibraltar y la bahía de Algeciras.
Se trataba de los buzos de combate de Orsa Maggiore, una unidad de élite de la Italia fascista. Aunque no luchaban por una causa justa, su coraje asombró incluso a sus adversarios. No está de más aclarar que muchos se batían por su país y no por el Duce. Pérez-Reverte reconstruye su peripecia con impecable rigor, pero no se limita al dato erudito, sino que intenta comprender su mundo interior, con esa mezcla de estricto sentido del deber, estoicismo y emociones muy humanas, como la nostalgia, las dudas morales y el amor. Teseo Lombardo, uno de los buzos, se enamorará de una española, Elena Arbués, viuda de un marino español y propietaria de una librería de La Línea.
Al igual que la Ilíada, El italiano es una historia de amor, guerra y mar. Pérez-Reverte combina magistralmente los tres elementos. El romance entre Elena y Teseo posee el encanto de las historias de amor del cine clásico. Es inevitable pensar en películas como El puente de Waterloo o La señora Miniver. Vivien Leigh, que en la novela visita Gibraltar acompañada por John Gielgud, podría haber encarnado a Elena Arbués. Si alguien prefiere a una española, propongo a María Rosa Salgado.
Trasladar al celuloide 'El italiano' me parece casi un imperativo. Su ritmo y sus escenas poseen un sello inequívocamente cinematográfico
Amante del mar, los veleros y con experiencia como buzo adiestrado por la Armada, Pérez-Reverte describe las escaramuzas acuáticas con gran intensidad y verosimilitud, creando una atmósfera densa y a ratos sobrecogedora que nos sumerge en el vértigo de la guerra. Todos los elementos encajan con precisión, urdiendo un clima con la hondura de los relatos clásicos. La prosa —elegante, precisa, sin retórica— empuja la narración con un efecto hipnótico. Los personajes nunca son planos o improbables. En una galería que cubre un amplio espectro, incluyendo figuras tan inquietantes como el comisario Campello, Elena Arbués sobresale con su fuerte temperamento y su imperturbable dignidad.
Hija de un catedrático de lenguas clásicas represaliado por el franquismo, interpreta los hechos evocando textos de Homero y Virgilio. Es una mujer alta y hermosa que no se limita a observar la vida. Se implica en ella con pasión y cierta temeridad. Sus amigos el doctor Zocas y la bibliotecaria Nazaret adoptan el comportamiento opuesto, parapetándose en una rutina tranquila. Zocas con sus trenes en miniatura y Nazaret con sus gatos viven hacia dentro, intentando no ser arrollados por las pasiones o los acontecimientos históricos. No quiero dejar de mencionar a esos militares británicos que rinden honores a los buzos italianos, demostrando que en la guerra no está reñida con la caballerosidad y el fair play.
Pérez-Reverte ha escogido una vez más el lado incorrecto, mostrando que el heroísmo también existía entre los italianos y que los aliados podían llegar a ser tan despiadados como sus enemigos. Celebro que no haya sucumbido a la oleada de estupidez de lo políticamente correcto, tan nociva para la literatura. En ciertos aspectos, Pérez-Reverte me recuerda a Pío Baroja, cuya rebeldía irritó a tirios y troyanos. Baroja también amaba el mar y la aventura, la sinceridad y el exabrupto. Creo que le habría gustado El italiano, con esos destellos de novela decimonónica que introducen momentos de gran lirismo, como la escena en que Teseo finge no conocer a Elena, alejándose de ella sin dedicarle ni una mirada.
Trasladar al celuloide El italiano me parece casi un imperativo, pues su ritmo, su plasticidad y sus escenas poseen un sello inequívocamente cinematográfico. El hermoso epílogo en los canales de Venecia pone un broche de oro a una novela que no oculta las miserias del género humano, pero que nos recuerda su capacidad de amar, sacrificarse y cultivar la lealtad.