Laura Lippman reinventa a los clásicos del 'noir'
En Piel quemada, la escritora actualiza el estilo de Patricia Highsmith, el suspense de William Irish, el destino como una condena marca James M. Cain o el desencanto de Ross Macdonald
18 noviembre, 2021 09:38Piel quemada
Laura Lippman
Traducción de Jofre Homedes
Salamandra. Barcelona, 2021
320 páginas. 21 E. Ebook: 8,99 E
Laura Lippman (Atlanta, 1959) es una escritora que entiende el género negro, que ha leído en profundidad a James M. Cain, Ross Macdonald, Dashiell Hammett, Patricia Highsmith… para hundir la fuerza de su relato en la violencia y la autenticidad del lenguaje desde una perspectiva moderna. Imposible no recordar mientras se lee esta febril e intensa Piel quemada, esa cafetería de carretera, Twin Oaks, donde se conocen Frank Chambers y Cora Papadakis, un lugar de sangre y pasión donde gravita el fatalismo y la melancolía impulsado por el sexo y el dinero en El cartero siempre llama dos veces, o a los protagonistas de Pacto de sangre, ambas escritas por el citado James M. Cain.
Y pese a que los ecos de esas novelas –y de otras– están aquí, la fortaleza o maestría de Lippman es que esas resonancias no suenan derivativas, al contrario, suenan primigenias, exponiendo una psicología criminal cercana a este tiempo, más compleja y, a la vez, más humana. Lippman muestra un profundo conocimiento de los deseos y flaquezas de las personas a través de una narración precisa, irónica, que favorece las dobles lecturas. La acción transcurre en el verano de 1995. En un pequeño bar de un pueblo perdido, “el típico sitio de paso”, en Delaware, se conocen Adam Bosk y Polly Costello. El encuentro parece casual, pero no lo es: Adam es un detective privado que ha recibido el encargo de localizar a Polly y averiguar si tiene una sustanciosa suma procedente de una indemnización. Polly, a su vez, con un oscuro pasado, huye de su marido y de su matrimonio.
Ambos tienen cosas que esconder y el juego de no saber qué sabe o sospecha el otro se alargará por todo el relato. Porque aunque Adam no entraba en los planes de Polly (ni viceversa), “…el objetivo nunca es un hombre, jamás, los hombres son piedras por las que va saltando hacia la meta”, reflexiona ella para luego decirse a sí misma, “el amor no se planea nunca, y mucho menos se decide conscientemente querer a alguien del que uno no se puede fiar”, reflexiona ella, “pero, bueno, tal vez salga bien”. El problema es que estos dos personajes se encuentran movidos por un destino que no pueden manejar, como los héroes de las tragedias griegas.
Lippman muestra un profundo conocimiento de los deseos y flaquezas de las personas a través de una narración que favorece dobles lecturas
En realidad, la verdadera protagonista es Polly: su terrible pasado, el ‘conflicto’ con un primer marido policía que la viola y la maltrata de modo reiterado, haciéndola vivir en el miedo; el abandono del segundo y dos hijas, una de cada uno de ellos, a las que quiere y debe recuperar. Su figura fluctúa entre el desvalimiento, la determinación y el papel de femme fatale. Y sus reflexiones tienen un calado más hondo, social, político, que cuestiona el posicionamiento frente a la maternidad. “Joder, Pauline, que no puedo cuidar a una niña y trabajar al mismo tiempo: Jani es tu trabajo”. También Adam, aunque hunde su raíz en el prototipo de personaje masculino de la novela negra clásica estadounidense, termina siendo distinto, con sus aristas, debilidades y contradicciones.
Si el juego psicológico que se entabla entre ambos protagonistas nos remite a una reinvención al estilo de Patricia Highsmith, el suspense de William Irish, el destino como una condena marca James M. Cain o el desencanto de Macdonald… Lippman actualiza estos referentes del género negro para convertir al personaje de Polly en el foco que explora las emociones, miedos, culpas, ambiciones y sentimientos de mujeres atrapadas por hombres o por lo que los hombres entienden de ellas.
No obstante, lo más destacable de esta tensa e impresionante Piel quemada es la construcción de una atmósfera que maneja la tensión emocional como una montaña rusa que desarma las circunstancias psicológicas de cualquier lector, sea o no amante del noir.
Porque estamos ante una historia poderosa, más allá de etiquetas, que envuelve con una prosa rica, plagada de situaciones ingeniosas, que combina con agilidad la aspereza y lo poético. Es cerrar este libro de Lippman y tener ya unas ganas irrefrenables de abrir otro y volver a perderse en sus inquietantes intrigas, que homenajean acertadamente a los clásicos del género para reescribirlos de un modo nuevo.