Rachel Cusk: una perturbadora historia de supervivencia femenina
La escritora canadiense utiliza el personaje de una mujer que se enfrenta a sus demonios en 'Segunda casa' (Libros del Asteroide), una reflexión sobre el amor y el matrimonio, la maternidad y la familia
24 diciembre, 2021 10:06Rachel Cusk (1967) nació en Canadá, se crio en Estados Unidos y en 1974 se mudó a Reino Unido, donde ha residido hasta que el Brexit la llevó a un exilio voluntario. Ahora vive en París, y en París también arranca su última novela, Segunda casa. Una mujer, M., viaja en tren y, de repente, siente cómo se rasga el velo de la realidad, cómo la estructura narrativa que dio sentido a su vida cae. Está sola y siente que la autoconciencia es una suerte de infección diabólica. Pero, pese al dolor y al miedo, hay que mirar a nuestros demonios de frente para no caer en sus manos: he aquí el sentido de esta novela, extraña y perturbadora.
Esa misma mujer, años más tarde, vive tranquila en una marisma apartada con Tony, su segundo marido, un hombre bueno y silencioso. Una mujer de cincuenta años vive tranquila y vacía, invisible y hambrienta, en el terreno pantanoso de una vida fracasada. La obsolescencia de la belleza de las mujeres, la pérdida de su estatuto como objetos de deseo, el amor y el matrimonio, la maternidad y la familia, la feminidad como autoagresión y la masculinidad todopoderosa son, de nuevo, los ejes temáticos de esta novela, que engarza con una lógica admirable con su trilogía A Contraluz (2014), Tránsito (2016) y Prestigio (2018), así como con Despojos (2020).
La autora vuelve a adoptar la primera persona como lugar desde el que diseccionar la experiencia de ser mujer. El yo emerge como una estructura literaria sólida y certera; su discurso, sin concesiones, llega a los recovecos más incómodos de la intimidad femenina. Cusk no es fría, es impenitente; es la quemadura de un hielo cuando se agarra a la piel. La novela tiene el tono del monólogo interior; la protagonista se dirige a un tal Jeffers, de quien nunca obtiene respuesta. En ese hablar en el abismo que es Segunda casa, M. se crea a sí misma al darse voz; M. habla y se revela a sí misma y también a nosotras, las mujeres que habitamos la contradicción y el anhelo, las mujeres que vivimos y queremos seguir haciéndolo y nos advierte: "Una mujer nunca puede arrojarse al destino y creer que saldrá indemne. Tiene que confabularse con la supervivencia".
El discurso de Cusk llega a los recovecos más incómodos de la intimidad femenina en esta novela perturbadora
Pero Segunda casa es mucho más que la historia de una superviviente; se trata también de un análisis punzante sobre el estatuto del arte y del hombre artista, ese gran macho blanco, en el mundo contemporáneo. De hecho, el hilo que teje la trama narrativa lo desmadeja L., el artista plástico del que la protagonista queda prendada. Tras haber quedado íntimamente golpeada por una de sus obras, Tony y M., invitan a L. a pasar una temporada en la marisma, en esa segunda casa que han reformado para albergar visitantes y cubrir, de este modo, sus necesidades sociales. Pero la visita, lejos de resultar amable, desata los nudos con que M. trataba de ahogar una radical sensación de derrota.
El arte, nos dice Cusk, es una serpiente que nos susurra al oído la fractura entre lo que somos y lo que podríamos ser, algo siempre mejor y que raras veces encontramos en el hogar seguro. Necesitamos la amenaza de lo otro, la penetración de lo extraño en nuestras identidades, para descubrir quiénes somos. Un tirano, L. es un tirano y la protagonista no sabe si darse por entero a ese hombre, que podría destruirla y, tal vez, otorgarle otra oportunidad de vida, o si asumir que el mundo es siempre incompleto.
La novela se adentra sin pudor en la fisura que se abre entre un hombre y su obra: señala sus privilegios y también la herida infectada en que puede convertirse la vida de un creador.
En todo caso, Segunda casa es una reflexión acerca de cómo la mirada del artista nos permite comprender la textura de la propia existencia, acerca de cómo la pérdida de control sobre la propia vida puede o no puede devenir un tipo de libertad. El arte es esa instancia, a la vez demoledora y salvífica, que nos ayuda a entender qué significa estar vivos. Y yo no he parado de subrayar este libro con devota admiración.