Joyce ante el espejo de Homero
La novela 'Ulises' dialoga constantemente con la 'Odisea', desde la estructura hasta la composición de los personajes, que son redefinidos por un contexto de modernización urbana
30 enero, 2022 16:17El mito de Odiseo, Ulises en su versión latina, ha sido referente literario para autores de todo tipo y condición. La epopeya homérica continúa siendo visitada y reinterpretada desde perspectivas tan imaginativas como inverosímiles. La interminable nómina va de Coleridge a Walcott pasando por Tennyson, Bolaño, el propio Borges –para quien Dante era “el nuevo Ulises”–… sin olvidar a Kazantzakis o Kavafis, quien en tres versos de su Viaje a Ítaca sintetiza magistralmente los diez años de Odiseo deambulando por el Mediterráneo (“Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca / Has de pedir que tu camino sea largo / Lleno de aventuras, lleno de conocimientos”).
También sirvió de inspiración a James Joyce, tal vez el escritor más influyente, mítico me atrevo a escribir, del siglo XX. En su Ulises, del que ahora se cumplen 100 años, establece un interesante diálogo literario con Homero, cuyo astuto y valeroso Odiseo/Ulises se reencarna en la figura del angustiado y en ocasiones timorato Leopold Bloom, el devoto Telémaco en un descarado e inseguro Stephen Dedalus, y la fiel Pénelope en una libertina Molly.
Teóricos de la literatura como Harry Levin en James Joyce: A Critical Introduction interpretaba ya en 1941 esta transformación ideológica como esencial para entender el movimiento modernista. No les falta razón. Al confrontar la obra de Joyce con el espejo homérico apreciamos una trasmutación de valores que convierten la fidelidad en traición, se adultera el amor potenciando el componente sexual, se cuestionan las tradicionales coordenadas espacio-temporales, y alteran los clásicos modelos literarios convirtiendo al héroe en anti-héroe… La filosofía de Joyce, en definitiva, responde a una singular reinterpretación del hecho literario muy en consonancia con el zeitgeist surgido tras la Gran Guerra.
La aplastante determinación y astucia del héroe griego se redefine recién terminado el sangrante conflicto bélico en un personaje pusilánime, atrapado en continuas inseguridades sobre cuanto le rodea, desde su vida marital hasta él mismo, cristianizado en vergonzosa apostaría de sus orígenes judíos. ¿Pérdida de la inocencia?, ¿nihilismo existencial?, me referiré a ello más adelante. Mencionar de momento que bien pudiera tratarse, y así lo entiendo, de un proceso narrativo dialogal –el que Joyce establece con Homero– plenamente ajustado al modelo expuesto por Harold Bloom en The Anxiety of Influence (1984). La afirmación de su compatriota irlandés John M. Synge en el “Prefacio” de The Playboy of the Western World (1907), “Toda obra artística es una colaboración”, adquiere pleno significado al abordar cualquier estudio del binomio Homero/Joyce.
Albergaba el referido Borges, en confesión a su amigo Osvaldo Ferrari, serias dudas respecto a si alguien había leído Ulises. El sarcasmo del porteño, quien dedicó un magnífico soneto al dublinés, expone una realidad incuestionable: Ulises de Joyce no es una obra de fácil lectura, y de igual forma que sus lectores son legión, legiones son también quienes han naufragado a las primeras o segundas de cambio entre sus páginas. Para ellos la lectura se convertía en tortura, y “tampoco es cuestión de sufrir leyendo” como me confesó una alumna en clase. Resulta difícil diagnosticar la causa, pero tal vez la obsesión de su autor por referenciar en una singular modernización urbana las aventuras marineras de Odiseo se traduzca para el mortal de los lectores en una barrera insuperable.
En las primeras versiones de Ulises, cada capítulo era titulado evocando su correspondiente en la Odisea. Sin embargo, poco antes de su publicación, el 2 de febrero de 1922, decidió eliminarlos sin referenciar de manera explícita la gesta homérica. Sí se dispone de sobrada información relativa a las conexiones entre ambas obras gracias a la abundante correspondencia del Joyce con amigos y editores. El propio James Joyce “recomendaba” leer la Odisea antes de aventurarse en las 717 páginas de su novela; sin menosprecio, una futilidad propia de genios.
Metáforas sobre la Odisea
En su periplo mediterráneo, Odiseo se enfrentará a 18 escenarios distintos, y 18 son los capítulos –correspondientes a idéntico número de horas– que encontramos en Ulises. También existe un paralelismo estructural en tres partes, a saber: la Odisea se divide en la “Telemaquiada” (cantos I-IV), “El regreso de Odiseo” (cantos V-XII), y “La venganza de Odiseo” (cantos XIII-XXIV); en tanto que las divisiones de Ulises son la “Telemaquia” (episodios 1-3), la “Odisea” (episodios 4-15), y “Nóstos” (16-18).
He mencionado cómo cada capítulo, con su propio y diferencial estilo y narrador, corresponde a un episodio de la Odisea; el capítulo 12 es conocido como “El cíclope” en referencia al episodio de Polifemo. A diferencia del resto que son narrados por alguno de los tres protagonistas, este décimo segundo lo relata un desconocido, y según defendí en mi tesina representa la escenificación y uno de los ejemplos más representativos de metaficción –de eso se trata– entre los materiales textuales en ambas novelas.
Leopold Bloom se reúne con un amigo en un pub –imagen metafórica de la cueva de Polifemo– para hablar de otro amigo fallecido; el capítulo está plagado de objetos cilíndricos como la estaca que Ulises clava en el único ojo del cíclope –el más llamativo un cigarro puro–; Bloom y sus amigos escapan despavoridos del bar porque un fanático nacionalista –su perspectiva de la realidad es unívoca como si tuviera un solo ojo– se enfrenta a ellos y cuando huyen les lanzará distintos objetos –como Polifemo lanzando una roca al mar, por donde se fuga Ulises, desde lo alto–.
El simple estudio de lo que he denominado materiales textuales bien pudiera derivar en una pasajera ensoñación similar al canto de sirena ocultando significantes más interesantes. Ulises logra engañar a Polifemo cuando astutamente se hace llamar “Nadie” y esa atmósfera nihilista permea todo el capítulo. Odiseo es “Nadie” y “Nadie” es también Leopold sin una fiel Penélope esperándole –bien al contrario, en ese mismo momento Molly ha recibido a su amante–; ni un Telémaco orgulloso de su linaje –Stephen terminará borracho y desheredado–. Es en definitiva “Un ser fuera del tiempo”, como el propio Leopold Bloom se llega a autodefinir.
Tal como hiciera Odiseo al comprobar lo que ocurre en su reino, también Leopold podría suplicar a los dioses al llegar a su hogar: “Si vosotros los dioses me habéis traído de buen grado, por tierra y por mar, a mi patrio suelo, después de enviarme multitud de infortunios, haz que diga algún presagio cualquiera de los que en el interior despiertan y muéstrese en el exterior otro prodigio tuyo.”
¿Una traducción imposible?
A diferencia de lo que ocurre con la casi intraducible Finnegans Wake, última novela de Joyce, por sus juegos con el lenguaje y los idiomas, los problemas que suscita verter al castellano Ulises nacen del método de trabajo del autor, que solía hacer correcciones sobre la copia a máquina de los capítulos, añadía y suprimía frases y párrafos enteros con letra incomprensible. Si añadimos sus problemas de salud, las operaciones de vista sufridas mientras terminaba la novela que a menudo, como señala el traductor Francisco García Tortosa, “le impedían entender lo que él mismo había escrito”, y que el libro se editó en Francia, en una imprenta donde los cajistas apenas entendían el inglés, o que introdujo cambios en las sucesivas ediciones, se comprenden los problemas de base. Entre la primera edición de 1922 y la de Penguin de 1968 hay “diferencias de consideración. No es que cambie la naturaleza del libro, pero sí matices de relativa importancia. Y el traductor debe escoger. No hay escapatoria”, subraya García Tortosa.