Jack Kerouac, cien años del profeta de la contracultura
En marzo hubiese cumplido cien años, pero apuró la vida de un trago y, tras convertirse en el narrador por excelencia de la generación 'beat', revolucionó la literatura a golpe de derrota y emoción, sexo, jazz y provocación
29 marzo, 2022 02:56Noticias relacionadas
Pocos han señalado que el inglés no fue la primera lengua de Jack Kerouac, nacido en una familia de inmigrantes canadienses de origen bretón que se consideraban descendientes de Santa Teresita de Lisieux, sino que fue el idioma francés. Algo que le marcó mucho su acento, como pasó con el gutural castellano de Julio Cortázar. Primero se hizo llamar John y después Jack, pero firmaría sus contratos con los editores como Jean-Louis Lebris de Kerouac.
Comencemos por ese principio de un niño casi extranjero que adopta tarde una nueva lengua , y a los cuatro años sufre el shock de la muerte de su hermano mayor Gerard, victima de las fiebres reumáticas, y enseguida busca un refugio seguro en la escritura.
Su primer género fue el típico de su edad: el tebeo. De adolescente se entrega, como muchos adolescentes, a la tentadora imitación y lo hace de quienes eran entonces sus novelistas preferidos; Jack London, Fiódor Dostoievski y James Joyce. La incipiente escritura y una pasión por el vagabundeo de ciudad en ciudad, que lo hará inmortal. Fue muchas cosas además de escritor: buen jugador de fútbol americano en la universidad, marino mercante y fugaz soldado de la Armada.
Nacido en 1922 en Lowell, Massachusetts, tardará veintiocho años en publicar su primera novela, The Town and the City (1950) que pasa olímpicamente desapercibida porque tenía que pasar desapercibida, e inmerso en una gran depresión decide seguir viajando en una huida hacia adelante que lo llevará a escribir el libro que lo hará famoso, On the Road (1957). Una crítica muy favorable en el The New York Times hace el milagro y su éxito es mundial. Había nacido el profeta de la contracultura norteamericana.
La primera versión en castellano aparece en la editorial Losada de Buenos Aires con el título de En el camino y su influencia se extiende velozmente por toda la América Latina, mientras llega clandestina a España.
La leyenda dice que la escribió en tres semanas, en una fiebre de anfetaminas y alcohol, y lo hizo con un estilo frenético, modernísimo en su factura hasta el día de hoy. Sus personajes apenas escondidos por seudónimos eran sus amigos el exconvicto de San Quintín Neal Cassady, su mujer, o Allen Ginsberg y William Burroughs, los que serían héroes de su generación. (“Debido a las objeciones de mis primeros editores, no pude usar los nombres verdaderos de cada persona”).
La memoria y la literatura de Jack Kerouac siguen provocando admiración en muchos y sus postulados siguen incomodando a otros
Kerouac inventó un rollo sin fin de papel calco que acopló a su máquina de escribir para poder hacerlo sin pausas, sin espacios vacíos, y a velocidad de un coche de carreras. Un rollo de papel que décadas después imitó en España nuestro Juan Benet. La novela, tan cinematográfica que inspira todo un género de raigambre homérica: las road movies, fue llevada a las pantallas por el director Walter Salles y producida por Francis Ford Coppola en 2012 y seleccionada para la Palma de Oro del Festival de Cannes de ese año.
Recuerdo muy bien el mes de junio de 1969, que pasé en un pequeño flat del barrio londinense de Kensington, traduciendo los poemas de Mexico City Blues que había publicado Kerouac diez años antes, fruto de un viaje que hizo a México junto al inquietante Bill Burroughs. Los alternaba con las dramáticas estrofas del Howl de Ginsberg, con los poemas de Gregory Corso, de Lawrence Ferlinghetti y de Philip Lamantia.
Aquellos innumerables coros tenían lo que con mucho acierto Allen Ginsberg llamó “una articulación rítmica de la emoción”, o aún más rotundamente :“una emoción que despierta en nosotros algo parecido a un impulso sexual”. Una idea de pansexualidad de la que tanto alardearon los beat y sus sucesores los hippies, pero que Ginsberg matizó: “tanto Kerouac como Neal Cassady eran totalmente heterosexuales, aunque a veces se pudieran acostar con un tío”.
La poesía de Kerouac está en el mismo nivel de calidad que su prosa, mucho más diversa, que va desde la preocupación por el tiempo, tan proustiana, de Visiones de Gerard (1963), dedicada a su hermano muerto y escrito originalmente en francés, hasta la beatífica Los vagabundos del Dharma (1958).
En un curioso texto publicado en 1959 y titulado “Credo y Técnica de la prosa moderna”, Kerouac hace una minuciosa lista de su catecismo literario:
- Procura estar poseído por una ingenua santidad del espíritu.
- Eres un genio, siempre.
- Autor-realizador del cine terrestre financiado por los ángeles del Paraíso.
- Describe las indecibles visiones del ser.
- No te emborraches fuera de casa.
- Lo que sientas encontrará por sí solo su estilo.
- Dedica más tiempo a la poesía, pero sólo a lo que lo es en esencia.
- Cree en las santas apariencias de la vida.
- Traduce constantemente la historia real del mundo a monólogo interior.
- Sé, como Proust, un fanático del tiempo.
- Escribe para que todo el mundo sepa como piensas.
- No pienses con palabras, es mejor que procures ver la imagen.
- Escribe para ti mismo, recogido, asombrado.
- Dirígete desde el centro a la orilla, nada en el mar del lenguaje.
- Esfuérzate en determinar el raudal todavía inédito que hay en tu espíritu.
- Enamórate de tu existencia.
- Libretas secretas garabateadas y páginas frenéticas mecanografiadas para tu exclusivo placer.
- Acoge todo signo, ábrete, escucha.
- Respira, respira tan fuerte como puedas.
- Equilibra tus complejos literarios, gramaticales y sintácticos.
- Vive tu memoria y asómbrate.
- Acepta perderlo todo.
En Lowell, Massachusetts, donde nació, y en St. Petersbourg, Florida, donde vivió sus últimos años y donde murió acompañado por su madre y su tercera esposa, han celebrado actos conmemorativos de su centenario, aunque fue la cirrosis la que lo mató en noviembre de 1969. Su memoria y su literatura siguen provocando admiración en muchos, y sus postulados siguen incomodando a otros. Jack Kerouac sigue siendo un infatigable caminante, un viajero que no se detuvo ni siquiera ante la muerte, una invitada con la que nunca contó.