“El lugar más extraordinariamente pervertido y cosméticamente moralista de la puta viña del Señor”. Eso es la ciudad de Los Ángeles en los años 50 para Freddy Otash, un viejo conocido de James Ellroy (Los Ángeles, 1948), que esta vez lo rescata para una biografía en primera persona. Pánico (Literatura Random House), su nuevo libro, narra las peripecias de este "ex marine, voyeur y poli corrupto” que se convierte en detective privado para extorsionar a los grandes nombres de Hollywood, dispuestos a pagar cualquier precio para que sus escándalos no salgan a la luz en la sensacionalista Confidential.
De promoción en España, Ellroy nos recibe a horcajadas en un sillón del Espacio Fundación Telefónica. Ataviado con una americana azul marino y su clásica camisa hawaiana, erige su cuerpo vetusto solo para estrechar la mano con firmeza. A la primera pregunta, la típica “¿se encuentra contento de volver a Madrid?”, responde con otra: “¿Y a ti? ¿Te gusta Madrid?”. Para el autor de La Dalia Negra, “es la ciudad por excelencia de Europa”. Anoche mismo se lo dijo a su mujer por teléfono.
Famoso por sus exabruptos, el implacable escritor de novela negra se detiene a pensar cada respuesta. Su voz es grave, mesiánica; sus afirmaciones, lacónicas. No se prodiga en grandes reflexiones, pero mantiene la contundencia por la que son conocidos sus textos. Acaba de aparcar el segundo Cuarteto de Los Ángeles, que sucede al que lo encumbró con novelas como L.A. Confidential y ya cuenta con dos publicaciones: Perfidia y Esta tormenta.
Pánico es uno de los libros que no forman parte de ninguna saga. Tampoco lo fue la autobiográfica Mis rincones oscuros, marcada, como toda su obra de ficción, por el brutal asesinato de su madre cuando él tenía 10 años. Esta vez no se trata del mismo género, aunque vuelve a utilizar la primera persona para un texto biográfico, incómodo y vibrante, divertido y repleto de sentido del humor.
A propósito de Otash, que inspiró el personaje de Jack Vincennes en L. A. Confidential, Ellroy esgrime en Pánico el debate acerca de los límites de la libertad de expresión cuando colisionan con el derecho al honor y la intimidad, y cómo esto no supone ningún obstáculo cuando se trata de dinero.
La revista Confidential, que según señala en el libro “vendía verdades y hostigaba la hipocresía”, reclama los servicios de Otash, “el hombre a quien hay que acudir”. Salvo “cometer un asesinato o trabajar para los rojos”, tal y como rezaba su propio credo, el agente que se incorporó al Departamento de Policía de Los Ángeles a finales de 1945 es el encargado de rentabilizar escándalos con métodos criminales. “Porque también asesina”, matiza Ellroy.
Pero ¿qué opina realmente el escritor? ¿La hipocresía social de aquel Hollywood dorado en los 50 merecía castigos tan grandes como el derrumbe de una reputación? ¿Cuáles son las zonas rojas? “Yo creo en la intimidad y la vida privada, mientras que Otash y la revista Confidential no lo hacían”, aclara. “No creo que haya que extorsionar a la gente con dar a conocer su vida sexual, salvo que estén cometiendo un delito grave”.
"Desde los artilugios electrónicos se transmite la lujuria y la codicia"
La moral es determinante en su obra. Sin embargo, no hay el menor atisbo de moralina en sus textos. Mucho menos en Pánico, cuyo ritmo frenético no da tiempo al lector para revisar su conciencia. Sin embargo, es un texto perturbador en tanto que nos pone contra el espejo sobre nuestro comportamiento ante la vida privada de otros.
“El propio Freddy siempre está perseguido por su propia culpa: la corrupción que ha ejercido en el sistema”, asegura Ellroy, que se remite a una confesión de William H. Parker, su antiguo jefe en la Policía de Los Ángeles, según la cual “Freddy se pasaba el día santiguándose”. Al cabo, “él es un pecador, como lo somos todos los seres humanos”, sentencia el escritor, que logra separar lo que pretende transmitir con su obra con lo que realmente piensa sobre el mundo.
Preocupado, desde sus primeras novelas, por la historia reciente de Estados Unidos, reconoce que ignora la situación actual de su país como para poder escribir sobre ella. “Yo vivo en el pasado”, asegura. “Cuando tenía seis años, veía las fotos de la revista Live correspondientes a la Segunda Guerra Mundial y me imaginaba que vivía en aquel tiempo”, cuenta, y efectivamente de Pánico se desprende un aire nostálgico por una época gloriosa.
¿Y ahora cómo es Estados Unidos? “¡La gente está mal de la cabeza!”, exclama. “Les han vuelto locos con esos artilugios electrónicos, desde los que se transmite la lujuria y la codicia”. Convencido de que en su país “todo está intrínsecamente ligado al pecado, todo es putrefacto”, lamenta que la población asuma el eslogan donde parecen decirles: “Come pizza, engorda y muere”.
"No creo que haya que extorsionar a nadie, salvo que estén cometiendo un delito grave"
Con sus libros, Ellroy no aspira a mucho más que “describir y expresar las consecuencias que tiene sucumbir al pecado”. No sabría decir si su literatura puede transformar la situación. Por lo pronto, recuerda como Otash se reía de los existencialistas franceses como Albert Camus o Jean Paul-Sartre. Hasta la filosofía comparece en esta turbia historia, que pasa de la acción a la trama judicial casi sin tiempo para advertirlo porque la sucesión de acontecimientos no da respiro.
Ellroy ha revelado que se publicará una segunda parte de las peripecias de Freddy Otash. Pese a ser un personaje despreciable, reconoce que quiso utilizarlo como protagonista de American Tabloid (1995) hasta que comprendió que “me iba a estafar: desvelaría todo a los medios de comunicación”. Lo curioso es que, al final, “el muy bobo va y se muere”.
Despojado de cualquier atisbo tecnológico y sin dispositivos electrónicos a los que acudir, sabe de la Guerra de Ucrania solo por lo que le cuenta su esposa. Preguntado por si podría ser Vladimir Putin un personaje de sus novelas, por cuanto su fama de sociópata y ese perfil de hombre calculador sin escrúpulos parece encajar en su universo literario, responde categórico: "No". Y recurre de nuevo a la nostalgia para explicarlo: “no pertenece a la época que debe pertenecer para formar parte de mi literatura”.
Pues su compatriota Oliver Stone aseguraba hace solo unos días en El Cultural que “Estados Unidos había empezado la guerra con sus provocaciones desde que en 2014 fomentaran el golpe de Estado para expulsar a Yanukóvich”, le decimos. “Una estupidez”, concluye justo antes de despedirse. Con otro buen apretón de manos, nos interesamos por si hubiera un nuevo proyecto en el que anduviera trabajando. “Sí, pero no voy a contártelo”, dice. Y se vuelve a sentar con una sonrisa.