Corine Pelluchon y Juan Luis Arsuaga. Fotos: Institut Français

Corine Pelluchon y Juan Luis Arsuaga. Fotos: Institut Français

Letras

Corine Pelluchon y Juan Luis Arsuaga, un diálogo para reparar el mundo

La filósofa y el paleontólogo conversan sobre la “revolución antropológica” necesaria para situar la ecología y la ética animalista en el centro de la política y de la vida cotidiana

23 mayo, 2022 18:27

Reparemos el mundo. Apenas tres palabras que encierran una tarea titánica, complejísima. Quien lanza la invitación es la filósofa animalista francesa Corine Pelluchon (Barbezieux-Saint-Hilaire, 1967), que acaba de publicar un libro que lleva este título y que en España lanza NED Ediciones. Otras tres palabras, en el subtítulo, acotan el marco de acción de esa labor de reparación del planeta: Humanos, animales, naturaleza.

Estos son los tres elementos que, según la autora, tenemos que conjugar y tener en cuenta en un nuevo modelo de sociedad que ponga la ecología en el centro de la política.

Pelluchon lo expresó de manera contundente hace unos días, durante una presentación de su libro en el Institut Français de Madrid: “Hay que redefinir urgentemente el contrato social. Debemos iniciar una revolución antropológica que suponga un cuestionamiento profundo de nuestra manera de habitar la tierra”, afirmó la especialista en bioética, filosofía del medio ambiente y política del animalismo.

Para Pelluchon, “la ética no es una materia abstracta, sino el lugar que damos a los demás seres humanos, a los no humanos y a las generaciones futuras. La Tierra es el horizonte de nuestros actos y debemos tomar conciencia de nuestra pertenencia a un patrimonio común, superar el dualismo naturaleza-cultura”.

Además, propone una visión global en cuestiones como el cambio climático, la alimentación y la agricultura, en lugar de abordarlas por separado. “¿Cómo vamos a luchar contra el cambio climático sin transformar la agricultura y la alimentación?”, se pregunta.

La autora, que en 2018 publicó un Manifiesto animalista en el que reclamaba que la política tome en serio de una vez los derechos y el bienestar de los animales, estuvo muy bien acompañada en el acto por el conocido paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, catedrático de la Complutense, director del Centro UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos y del Museo de la Evolución Humana de Burgos, codirector de los yacimientos de Atapuerca y uno de los descubridores del Homo antecessor.

En su coloquio, moderado por la periodista científica Adeline Marcos, ofrecieron una visión combinada desde las perspectivas de la filosofía y la antropología sobre los problemas más urgentes a los que se enfrenta el ser humano en su relación con la naturaleza y los animales.

Una visión global de la ecología

“La ecología no se puede reducir a la lucha contra el cambio climático”, insistió la filósofa, profesora en la Universidad de París-Est-Marne-La-Vallée. En los últimos siglos el ser humano pensaba que “necesitábamos un crecimiento continuo sin tener en cuenta los límites del planeta, con un modelo productivista centrado en conseguir nuestro bienestar material. También se pensaba que los animales eran un fin para nuestro beneficio. Hoy debemos cuestionar esto y tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad y nuestra interdependencia entre humanos y animales, que la pandemia ha subrayado”.

Precisamente, a la ya típica pregunta de si hemos aprendido algo de la pandemia, los dos ponentes coincidieron en su respuesta negativa. “No tengo la sensación de que la gente haya modificado su estilo de vida, pero la pandemia ha demostrado que las aberraciones en nuestra interacción con los animales salvajes tienen un coste sanitario y económico”, afirmó Pelluchon, cuyas tesis encajan con el concepto de one health (una salud), que se ha venido desarrollando en los últimos años y hace referencia a una manera de entender la salud pública buscando a la vez la de los humanos, los animales y la naturaleza, y no solo la de los primeros.

Arsuaga considera que “ha habido cosas buenas como la rápida secuenciación genética del virus y la creación de las vacunas”, pero aunque hayamos “aprendido muchas cosas técnicas”, no cree “que se aprenda nada de las desgracias en términos morales”. También ironizó sobre cómo la pandemia ha pinchado la burbuja de la ciencia de la inmortalidad. “Era una epidemia informativa: constantemente salían noticias diciendo que viviremos cientos o miles de años. Me invitaban a muchos debates sobre el tema. Con 12 millones de muertos en todo el mundo, precisamente la pandemia nos ha hecho hablar de lo contrario, de la mortalidad. Pero estoy convencido de que pronto volverán los gurús de la inmortalidad”.

La tentación de la nostalgia

En la búsqueda de una mayor armonía entre los humanos y la naturaleza, tanto Arsuaga como Pelluchon advierten contra la tentación de la nostalgia, que “en política se traduce en llamadas a la unidad que son peligrosas”, opina la filósofa, que hace referencia en su libro a la tradición cabalística judía del siglo XVI, que consideraba que reparar el mundo consistía en recuperar la unidad perdida del mundo. “En realidad nunca hubo una unidad. Sería inútil pensar en la existencia de un paraíso perdido. En mi libro lo que propongo es reparar el mundo construyendo modelos alternativos de desarrollo”, explica Pelluchon.

En definitiva, la filósofa lo que propone es hacer “un inventario de lo que queremos cambiar y lo que queremos preservar”, apostando por un “método empírico” y renunciando a la nostalgia y a los “principios dogmáticos”. Y ese inventario, subraya, “no nos lo pueden dictar desde arriba”.

De manera más concreta, Pelluchon señala que hay experimentos a nivel local, en temas como la agricultura o la educación, que son “alternativas fiables a un modelo de desarrollo cansado”. “Francia es un país muy centralista. Deberíamos conseguir que los poderes públicos recojan estos experimentos y promuevan una agricultura más ecosistémica, reorientar las ayudas europeas para que no vayan a explotaciones ganaderas intensivas, y ayudar también a muchos jóvenes que quieren instalarse en el campo pero no pueden porque las tierras son muy caras”.

Por su parte, Arsuaga llamó la atención sobre la previsión de que en 50 años el 90% de la humanidad vivirá en grandes aglomeraciones urbanas, “lo cual no es necesariamente malo, sino un hecho con el que hay que contar”. En su opinión, aunque irse al campo es una opción que puede evitar la despoblación de las zonas rurales, debemos “pensar en qué condiciones viviremos en esas grandes conurbaciones de la forma más sostenible posible”, porque no parece que podamos parar esa tendencia.

“A mí una cosa que me preocupa es lo que llamo el “síndrome amish”, esa creencia de que le pasado siempre fue mejor”, afirma el paleontólogo. “Las soluciones para los problemas del presente no están en el pasado, porque no se puede desinventar lo que ya se ha inventado. No vamos a desinventar el avión; lo que tenemos que ver es cómo viajar en avión de manera más lesiva para el planeta”.

Tampoco podemos ni debemos desinventar la agricultura y la ganadería, surgidas hace aproximadamente 11.000 años en diferentes civilizaciones alejadas entre sí casi a la vez. El problema es que ahora tenemos una “agricultura global” porque queremos comer todo tipo de productos en cualquier época del año. Y además, vivimos en “un mundo globalizado en lo económico pero no en lo político. Afortunadamente no existe un poder único, pero eso complica la gestión del planeta. Es un tema muy complejo que no se puede despachar en una frase”.

Demasiada carne

Pelluchon recuerda que cuando nació, había 3.000 millones de personas en el mundo y que sus abuelos comían carne dos veces a la semana. “Hoy somos casi 8.000 millones de personas que quieren comer carne tres veces al día. Es algo terrible”.

“El veganismo filosófico y moral con el que estoy de acuerdo considera absurdo tomar la vida de un animal, pero a nivel político no puedes imponer ese tipo de vida a los demás”, considera la autora, conocida por su repulsa de todo tipo de extremismo y su actitud dialogante con quienes no piensan como ella.

En su opinión, el veganismo no solo evita el sufrimiento animal, también incide positivamente a nivel demográfico y social, porque “comer tanta carne no es sostenible porque consume mucha agua y otros recursos”.

Por otra parte, reconoce que “comer no es una actividad neutra, sino que tiene una dimensión afectiva y placentera. Tenemos que aprender a comer disfrutando pero que nuestro placer no implique el sufrimiento de los animales y de la gente que tiene que matarlos”. Este punto para ella es importante, porque sabe que “nadie cambia su estilo de vida solo con argumentos intelectuales ni a través de la moral y la culpa. El placer y la autoestima son fundamentales para emprender un cambio de vida”.

Dicho todo esto, ¿estamos a tiempo de arreglar el planeta? ¿Qué probabilidades hay de que lo consigamos? ¿Acaso es posible? Para ponerse en marcha, lo primero que hay que hacer es deshacerse del pesimismo, opina Juan Luis Arsuaga. “Estamos obligados a ser optimistas porque el pesimista no hace nada. Cree que las cosas se pueden cambiar es una obligación moral. Como científico puedo decir que no hay ninguna razón científica para que no lo consigamos”.

Eso sí, será necesario hacer algunas renuncias relacionadas con el confort, indica Arsuaga, como “renunciar a tener una temperatura agradable en los interiores durante todo el año”, o “pagar más por determinados productos” para favorecer la ganadería y la agricultura tradicionales en lugar de la intensiva. “Debemos empezar por ser consumidores responsables, porque el consumidor tiene muchísima fuerza. Y eso podemos empezar a hacerlo mañana mismo cuando vayamos a la compra”.