J.M.G. Le Clézio. Foto: Francesca Mantovani / Editions Gallimard

J.M.G. Le Clézio. Foto: Francesca Mantovani / Editions Gallimard

Letras

'El amor en Francia', los héroes insignificantes del Nobel Le Clézio: marginados en lucha por la dignidad

El menos francés de los escritores franceses sigue a unos desheredados cuyo desafío es sobrevivir en una sociedad que los empuja al silencio.

9 octubre, 2023 01:35

La cualidad plástica del estilo de Le Clézio (Niza,1940) consigue que el Premio Nobel de Literatura 2008 posea unos tiempos y espacios que penetran en los sentidos del público lector. El menos francés de los escritores franceses nos lleva a lugares lejanos en un flujo que discurre como los torrentes de los ríos o el oleaje del mar, siempre en movimiento. La vida de Jean-Marie Gustave Le Clézio es una fusión de culturas: padre inglés y madre bretona, de una familia que emigró a la Isla de Mauricio en el siglo XVII.

El amor en Francia

J.M.G. Le Clézio

Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, Lumen, 2023. 208 páginas. 17,95 €

Vivió de niño en Francia, durante la guerra; también en Mauricio, en Nigeria, Tailandia, México, Inglaterra, Norteamérica y en la selva de Panamá. De su vida nómada surgen los ritmos caudalosos y remotos de su obra. A los 23 años, con su primera novela El atestado, recibió el Premio Renaudot, en 1963. Hoy es un autor traducido a innumerables lenguas, con más de cuarenta obras, un Premio Nobel, el Gran Premio Paul Morand de la Academia francesa de 1980, el Premio Jean Giono (1997) o el Stig Dagerman sueco, de 2008.

Su reciente libro de relatos, El amor en Francia (Lumen), lleva en la edición gala el subtítulo: Relatos de los indeseables, un título bastante más próximo a la existencia de los desheredados de diversas latitudes que toman la palabra en estas ocho historias. El horizonte común de las nouvelles es el desafío constante de un puñado de marginados para sobrevivir en una sociedad moderna que los empuja al silencio, la migración y las cloacas.

Le Clézio da voz a estos insignificantes héroes capaces de escapar del horror y los envuelve en un halo de dignidad y poesía. No sabemos si estos perdedores resistirán a lo largo del tiempo; sus historias son tristes, pero no del todo desesperadas. Demuestran que la rebeldía y la esperanza pueden transformar los vapuleos de la vida en pequeñas victorias.

Le Clézio se vale de estos personajes invisibles, sombras en la calle, criaturas a la deriva en quienes las gentes no reparan, para iluminarlos con su foco literario y darles vida y consistencia real. Son adolescentes maltratadas, como la Maureez del relato “Anverso”. O son, en “La pichancha”, los críos vagabundos de Nogales, “ratas de la calle”, como les llaman las autoridades americanas, que pasan a Estados Unidos desde México por las alcantarillas, para robar en la ciudad de los gringos zapatillas deportivas, “de color rosa claro, con estrellas plateadas”; Chepo se las quiere regalar a su amiga Piña, de 14 años, que está embarazada.

[J.M.G. Le Clézio, Nobel de Literatura: "Escribir es una forma de oponerme a las políticas xenófobas"]

Son niños esclavos, en “Camino Luminoso”, Juanito y Chuche, escapados de los campamentos militares, dejados a su suerte por la región del Apurímac, en Perú. En “Fantasmas en la calle”, Renault, un caído en desgracia, vive en las aceras, la africana Aminata, bella y digna; los niños perdidos, que duermen en las estaciones o la mujer fantasmal del metro de París, todos ellos son observados por una cámara de videovigilancia ciudadana, transformada en narradora testigo para describir a esos seres de los márgenes. En “Hanné”, Marwan y el pequeño Mehdi recorren los pueblos en guerra de un lugar indefinido del Medio Oriente y en “El amor en Francia”, un obrero de Marruecos, recuerda el calor de su esposa.

Hay un emocionante relato autobiográfico, ”El río Taniers”, donde Le Clézio rememora a Yaya, el ama de cría mauriciana de su abuelo bretón. La cantinela del ama: “Ay, ay, hijo mío, hay que trabajar para ganarse el pan”, llega desde la memoria familiar, ya que Le Clézio no la conoció. “De Yaya lo único que sé es lo que me han contado, que era hija de esclavos, que llegó a la isla Mauricio (…) cuando nació mi abuelo y que no lo alimentó pero lo acunó, que para él cantó la nana, habló, recitó los cuentos y las sirandanes”. Sirandanes son adivinanzas mauricianas: el propio Le Clézio y su esposa Jemia, de origen saharaui, han recogido en un libro esas adivinanzas en criollo.

Este libro deslumbra porque nos habla de un mundo duro con un lenguaje pleno de belleza

El relato que cierra la compilación, “Etrebbema”, que en lengua emberá quiere decir el inframundo, presenta a Yoni, criado en la prosperidad, pero que elige regresar a su origen entre los indios de la selva panameña. La selva que, poco a poco, va siendo invadida por los narcos.

J.M.G. Le Clézio afirma que la escritura es un medio de acción. Estos personajes se integran en una marcha similar de individuos desheredados, avanzando sin horizonte, aunque en búsqueda de una identidad y un mundo más humano. El objetivo de Le Clézio es “que nazca en el lector un sentimiento de rebelión contra la injusticia de lo que les sucede”.

La obra del Premio Nobel deslumbra porque nos habla de un mundo duro con un lenguaje pleno de belleza, pero su planteamiento artístico no disminuye en absoluto la verdad de lo narrado. La niña agredida del relato “Anverso” es la dura metáfora que condensa esa idea de encontrar luz en lo más oscuro. Maureez es huérfana y maltratada por todos, escapa de su madrastra para vivir como un animal salvaje, pero su canto, la maravilla de su voz resumía su historia, “la historia de una niña abandonada y demasiado gorda, que se libera gritando su nombre, ‘¡Ave! ¡Ave María!’”.

A los 82 años, Le Clézio sigue denunciando la explotación de los débiles, las injusticias, el maltrato a la naturaleza, el neocolonialismo, las violencias cotidianas, el racismo. Y lo hace sin rechinar, sin armar ruido, dejando que los silencios hablen, como esa ama de cría mauriciana que cantaba una nana con sensibilidad, sin pretender recrearse en el dolor, sino para dignificar la vida.