Italo Calvino: el triunfo de la imaginación
Hace ahora un siglo, nacía uno de los narradores e intelectuales esenciales del siglo XX, un autor que hizo de la renovación de los clásicos y de la defensa de la imaginación el eje de una obra inagotable.
15 octubre, 2023 01:29La Segunda Guerra Mundial y sus secuelas trajeron una apoteosis del realismo en literatura que adoptó diferentes formas, todas igualmente grises. Como para disimular una gragea amarga, en Italia se revistió de novedad (“el neorrealismo”), y entre sus cultivadores estuvo un joven escritor nacido en Santiago de las Vegas (Cuba), pero de padres ítalos, como su nombre de pila, que destacó en el Turín de autores-editores bajo la égida de la casa Einaudi (Natalia Ginzburg y Cesare Pavese fueron otras de esas figuras sobresalientes).
Antes, Ítalo Calvino había vivido con su familia en San Remo, bajo el régimen mussoliniano, y formado parte de los partisanos antifascistas acabando la contienda, a finales de 1944 o principios de 1945. Cayó prisionero pero se fugó, circunstancia que plasmó en algunos cuentos. Como hacía tiempo acariciaba, tras la guerra estudió letras, de nuevo en Turín. Su tesis de licenciatura será sobre Joseph Conrad, un autor cuyo mundo no parece tener mucho en común con él, pero que evidencia su admiración por la literatura escrita en inglés.
Lo bueno de Italo Calvino fue que esa base tan neorrealista, aquellos pies en la tierra, los utilizó como pista de despegue para otro afán más aéreo y que a la postre ha llegado más lejos: el vuelo de la fantasía. No es que antes no la tuviera, sino que en él aún pesaba demasiado el lastre de lo sociológico y político.
[Italo Calvino, el autor invisible]
Tras las primeras obras que se pueden enmarcar, con algún resquicio, en aquella estirpe plomiza, como la inaugural El sendero de los nidos de araña (1947), Calvino tomó dos decisiones importantes: abandonó el Partido Comunista Italiano tras la invasión de Hungría en 1956 y reviró a una literatura más abierta, sugerente y denotativa que estalla, y con qué esplendor, en la trilogía Nuestros antepasados.
La integran de 1952 a 1959 esas maravillas de lo maravilloso, valga la redundancia, que son El vizconde demediado (el partido en dos Medardo de Terralba), El barón rampante (inolvidable su protagonista Cosimo Piovasco di Rondó) y El caballero inexistente. En España este trío de ases fue muy leído en el volumen que los recogió en la edición de Alianza Tres. Previamente aparecieron por separado en Bruguera; más tarde, en los años 80 Siruela tomó el testigo de la publicación de las obras de Calvino, y hasta hoy, en ediciones especiales conmemorativas.
Becado por la Fundación Ford, viajó en 1959 a los Estados Unidos, donde permaneció seis meses dedicado a escribir a tiempo completo, en teoría libre de obligaciones editoriales o periodísticas, aunque no dejó de realizar tareas para Einaudi, seleccionando autores para ampliar el catálogo y emitiendo informes.
Con ojos anglosajones, a Calvino se le ha visto como un fino exponente del postmodernismo, y sin duda tiene concomitancias con autores que en inglés forman (o se les hace formar) en esa escuela un poco de manga ancha. Que fuera generosamente traducido al inglés contribuyó a ello.
Pero es una fea manía la de que cada lengua o escuela crítica quiera llevar el agua a su molino, y en el escritor del que celebramos el centenario más cabe compararlo con autores de la ancha tradición hispanoamericana, aunque no caigamos en la manía taxonomista que quizá pudo aquejar a sus padres botánicos (su progenitor agrónomo fue el introductor del aguacate y el pomelo en Italia, y él mismo comenzó a estudiar Ciencias Agrarias en Turín y luego en Florencia, momento en el que empezó a coquetear con la escritura: teatro, poesía y cuentos, reunidos estos últimos en una colección que sería rechazada entonces por Einaudi, no solo su posterior empleadora sino editora de casi toda su obra).
Lo bueno de Calvino fue que esa base tan neorrealista la utilizó como pista de despegue para el triunfo de la imaginación
En 1959 tomó parte en las Conversaciones Literarias de Formentor, en Mallorca, donde conoció a Carlos Barral, en quien causó una excelente impresión y con quien mantuvo una gran amistad hasta su muerte (por Camilo José Cela, por el contrario, sintió desprecio, agravado por el veto que las autoridades franquistas ejercieron sobre el editor Giulio Einaudi tres años más tarde). Luego fue jurado del Premio Internacional Formentor en 1961 en su primera convocatoria, de la que resultaron ganadores ex aequo Samuel Beckett y Jorge Luis Borges.
En Cuba, en su natal Cuba, se casó en 1964 con la argentina Esther Judith Singer (amiga y compatriota de Aurora Bernárdez, esposa de Julio Cortázar), a quien conoció en París. Calvino y Cortázar forjaron una amistad que contribuyó a la promoción de uno y otro: el primero en Hispanoamérica y el segundo en Italia. En el mismo viaje cubano fue jurado del Premio Casa de las Américas.
Si inicialmente partidario de Fidel Castro, alentaba Calvino posiciones más abiertas que poco se compadecían con el encastillamiento en el que se encerraría la revolución, cuya verdadera faz siniestra se vio en 1971 con el caso Padilla. Calvino fue uno de los firmantes de sendas cartas de protesta contra aquel atropello.
Los cuentos siderales (pero no de ciencia-ficción al uso) de Las cosmicómicas aparecían en 1965. Dos años más tarde se iba con su esposa a vivir a París, donde compraron una casa y residieron durante trece años. Allí amistó con Queneau y formó parte del Grupo OuLiPo en 1973. Su arte combinatoria es manifiesta en las obras que escribe a partir de esta época.
[La última llamada de Cesare Pavese]
Un escritor español que lo leyó muy pronto (la primera referencia que he hallado es de 1961) fue Álvaro Cunqueiro, quien de niño apreció, también de su padre, el gusto por herborizar. En 1969, el gallego declaró en una entrevista: “La literatura que hoy hago no es invención mía; la está haciendo en todo el mundo muchísima gente. En Italia, Italo Calvino, en la Argentina, Borges y además este grupo de hispanoamericanos, como García Márquez, que ha venido a España; o que está fuera, como Cortázar o Carpentier, para mí el mejor”. Era la literatura de la fantasía.
El castillo de los destinos cruzados (1969), Las ciudades invisibles (1972, su “libro más logrado y perfecto”, según él) y Si una noche de invierno un viajero (1979) son otros de sus hitos, hasta llegar a Palomar (1983). Aparte, agavilló los relatos ajenos que conforman Cuentos populares italianos y una antología de cuentos fantásticos; propios, escribió numerosos, como los de Los amores difíciles (1970).
En 1984 se produjo el encuentro con Borges en Sevilla, en un Congreso de Literatura Fantástica organizado para la Universidad Internacional Menéndez Pelayo por Jacobo Fitz-James Stuart, fundador de Siruela. Parecía que sería el heredero de Borges, pero en 1985 sufrió un ictus cuando laboraba en las Norton Lectures de la Universidad de Harvard (dieciocho años después de que Borges pronunciara las suyas).
Los textos que dejó preparados constituyen su libro póstumo Seis propuestas para el próximo milenio (1988). Otro libro muy valorado y también en el terreno del ensayo es Por qué leer a los clásicos, sobre sus autores favoritos, asimismo publicado tras su muerte, en 1991. La gran biografía del escritor, Italo Calvino, el escritor que quiso ser invisible, apareció en España antes de que algo parecido existiera en Italia, donde sí se habían publicado varias con perceptibles lagunas. La escribió el latinista Antonio Serrano Cueto. Luego, justicia poética, ha sido traducida al italiano.