Yasmina Reza se burla del típico escritor egocéntrico y esnob en 'Adam Haberberg', su nueva novela
La escritora y dramaturga, autora de 'Un dios salvaje', aborda en el libro ideas como el tiempo, la mortalidad o el sinsentido de la vida.
13 noviembre, 2023 01:19La última novela de la dramaturga y novelista Yasmina Reza (París, 1954), Adam Haberberg, al igual que su aclamada obra de teatro Arte, es una producción pulida, sintetizada y profesional que parece abordar grandes ideas como el tiempo, la mortalidad, la posibilidad de la conexión humana o el sinsentido de la vida, pero lo hace con la insulsa levedad de una miniserie de televisión. Aunque Adam Haberberg comienza de forma prometedora como un retrato compasivo de un escritor lleno de remordimientos sobre su vida y obra, pronto deriva en una especie de imitación simplificada y fácil de usar de La última cinta de Krapp, un Beckett extraligero, por así decirlo, transportado a los suburbios de París.
A pesar de tener solo cuarenta y siete años, Adam tiene la sensación de que ha llegado al final del camino. Su médico le acaba de decir que tiene una trombosis ocular que puede poner en peligro su vista, y que es muy posible que también desarrolle un glaucoma. Su mujer, Irene, una ingeniera de telecomunicaciones muy capaz que ha mantenido a la familia durante los largos periodos de sequía en la carrera de su marido, no tiene tiempo para él y tampoco siente ninguna compasión. Por si eso fuese poco, el último libro de Adam ha sido un desastre y su vocación de escritor parece estar llegando a su fin. El futuro, concluye el protagonista, no le depara “ninguna perspectiva de dicha”.
Adam Haberberg está sentado en un banco del zoo del Jardín de Plantas de París, sumido en estos lóbregos pensamientos, cuando se le acerca una antigua compañera de colegio llamada Marie-Thérèse Lyoc. Apenas se acuerda de ella; si hubiera tenido que describirla en aquel entonces, habría dicho que era “insignificante, aunque en aquella época, piensa, a nadie se le habría siquiera pasado por la cabeza describirla”.
Marie-Thérèse es una mujer charlatana y vivaz. Parlotea con Adam sobre su trabajo de vendedora de artículos como “mini-imanes de nevera, imanes de nevera tradicionales, palabras magnéticas” a zoológicos, parques de atracciones y museos, y le cuenta lo mucho que le obsesionan los electrodomésticos de cocina.
Es justo el tipo de persona que el gran esnob Adam detesta, pero sus problemas han hecho que se sienta extrañamente pasivo, y acepta sin rechistar cuando ella le invita a cenar en su apartamento de las afueras. El resto de la novela consiste en el viaje en coche hasta la casa de Marie-Thérèse y la cena, todo adornado con los interminables comentarios de Adam sobre la visita y sus pensamientos.
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Como muchas de las obras de Reza, la historia de Adam Haberberg es básicamente una especie de monólogo y libre fluir de la conciencia. A veces le dice cosas a Marie-Thérèse y a veces simplemente piensa cosas, pero todo discurre en una cinta de Möbius que va y viene entre el presente y el pasado, mientras da vueltas a sus desgracias actuales y se lamenta de acontecimientos pasados.
Recordando viejas fotos de su época escolar, piensa que cada año que pasa está “más triste y más feo”. Al rememorar los viajes de vacaciones con su familia, cavila sobre su incapacidad para conectar con su mujer y sus hijos. En cuanto a su vida actual, se ve a sí mismo como “un pecio”, un naufragio espiritual y físico cuya “soledad se aferra” a él.
Aunque al principio sentimos mucha compasión por el protagonista, pronto queda claro que es un misántropo
Aunque al principio sentimos mucha compasión por el pobre y afligido Adam, pronto queda claro que es un misántropo centrado exclusivamente en sí mismo. Y a medida que su monólogo se llena cada vez más de rabia acusadora contra el mundo, la preocupación del lector por sus dolencias físicas da paso a sentimientos de asfixia y fastidio.
Muchas de sus cantinelas inciden en la dificultad de ser artista (¿en comparación con qué, quiere preguntar el lector, en comparación con ser soldado? ¿Obrero de una fábrica? ¿Agricultor?) y en la estupidez de la gente corriente. Su actitud hacia Marie-Thérèse recorre toda la gama de emociones, desde el desdén hasta... bueno, el desdén.
“No puedes entender nada de mi vida”, reflexiona, “porque tú, Marie-Thérèse, estabas condenada desde el principio. Aceptaste esta condena y vives con ella. Te has fundido con la masa, has limado todas las diferencias entre el mundo y tú, y has hecho en él tu nido, hablas de balance, hablas de la imagen de una lavadora, dices que realmente has prosperado, una mujer que habla de mi negocio con ese fervor siempre me será ajena.” Agrega que “no hay paridad entre tú y yo” y que “no pertenecemos a la misma casta”.
Este narcisismo desabrido es una cualidad que también comparten muchos de los personajes anteriores de Yasmina Reza. En Una desolación, el héroe cascarrabias arremete contra su hijo por cometer el pecado de la felicidad. En Hammerklavier, una mujer rechaza a un hombre porque a él no le agrada su collar. En El hombre inesperado, el héroe despotrica contra todo, desde los desaires profesionales hasta el gusto para los hombres de su hija.
Por lo demás, Reza parece sentir por sus héroes el mismo desprecio que estos sienten por los demás, y su perspectiva es igualmente nihilista. En lugar de indagar en las razones de los fracasos y decepciones de Adam, en vez de examinar la desesperación característica de la mediana edad que él y Marie-Thérèse comparten de hecho, simplemente permite que Adam farfulle indulgentemente, soltando una queja detrás de otra.
En última instancia, esta es la razón por la que la larga diatriba de Adam tiene poco en común con la rabia existencial contra el mundo de Krapp o Lear, y todo en común con el parloteo nocturno de un bloguero enfadado, deseoso de quejarse y desahogarse, “lleno de ruido y furia”, y “que nada significa”.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips
En una suerte de gran festival Reza, la editorial Anagrama lanza, junto a Adam Haberberg, Anne-Marie La Bella, monólogo en el que una vieja actriz recuerda con amargura y humor su carrera y su vida, y publica un volumen con su Teatro (Arte, Tres versiones de la vida, Una comedia española, Un dios salvaje y Bella figura) en el que la novelista y dramaturga francesa se desmiente a sí misma. Porque, si hace unos años, en esta misma revista, afirmaba que “el texto es lo menos importante del teatro”, también exigía un respeto absoluto a sus obras: “El autor dramático vivo molesta, el muerto no, porque se le puede cortar, modificar..., algo que yo jamás consentiría”.