Antonio Gala. Foto: Fundación Antonio Gala

Antonio Gala. Foto: Fundación Antonio Gala

Letras

Las novelas españolas de 2023: sutiles, perturbadoras y descaradas

En 2023 nos abandonaron tres autores que representaron en algún momento una forma generosa de poner la literatura en el espacio público.

20 diciembre, 2023 01:57

Es curioso: en 2023 nos abandonaron tres autores que representaron en algún momento una forma generosa de poner la literatura en el espacio público. En primer lugar, pienso en Antonio Gala, que dedicó los últimos años de su vida a levantar una Fundación cuya tarea a favor de los nuevos talentos ha sido fundamental para una o dos generaciones. También me acuerdo de Juan Muñoz Martín, novelista de narrativa infantil que contribuyó decisivamente a la expansión del hábito lector (¡Fray Perico y su borrico, por favor, qué delicia era esa!).

Finalmente, Fernando Sánchez-Dragó fue el más controvertido, y no por malas razones, pero lo cierto es que su tarea televisiva deja un acentuado poso en la memoria de la cultura española (y los más escépticos con el personaje se sorprenderán al leer las amables palabras que Rafael Chirbes le dedica en el tercer tomo de sus Diarios, uno de los grandes libros del año).

Junto al chileno Jorge Edwards (y con enorme alergia a plantear jerarquías entre fallecidos), quizás estas sean las despedidas más relevantes sucedidas en los doce últimos meses, y todas hablan de unos tiempos en los que la literatura tuvo una relevancia popular ahora en jaque.

[Una pura novela de amor con España y la memoria al fondo: el regreso a la ficción de Antonio Muñoz Molina]

Aunque, si se trata de despedidas, la lista elaborada entre los críticos de El Cultural acoge un título, Le dedico mi silencio, que es colofón de una de las trayectorias más importantes del último medio siglo. Mario Vargas Llosa cierra su narrativa con un nuevo combate por conquistar la gran novela latinoamericana; un (sub)género, por cierto, al que bien podrían adscribirse Peregrino transparente de Juan Cárdenas (Periférica) o Las niñas del naranjel de Gabriela Cabezón Cámara (Random House), dos revisiones sofisticadas y comprometidas del colonialismo.

En todo caso, la lista solo cuenta con otro representante del continente (un problema recurrente de la mirada española, en un entorno editorial sobrado de nombres a los que prestar atención), el argentino residente en Madrid Patricio Pron, cuya La naturaleza secreta de las cosas de este mundo es mi particular libro del año: inteligente, sutil, al mismo tiempo conmovedor.

Vargas Llosa cierra su narrativa con un nuevo combate por la gran novela latinoamericana

El podio lo constituyen un notable Muñoz Molina, con No te veré morir (y recuerdo que La boca del lobo, de Elvira Lindo, habría tenido perfecta cabida: uno de sus mejores libros); Anoxia, con Miguel Ángel Hernández recuperando ciertas constantes de sus dos primeras novelas; y la elegantísima y perturbadora Mar García Puig de La historia de los vertebrados, un debut deslumbrante.

La pertinencia de Castillos de fuego, de Martínez de Pisón, se sostiene en el control perfecto del oficio por parte de un autor ya clásico, mientras que los otros cuatro títulos me sugieren ciertas concomitancias: por ejemplo, entre Otaberra y La educación física, donde Elisa Victoria y Rosario Villajos construyen dos relatos adolescentes extraordinarios; o entre Material de construcción, de Eider Rodríguez (retrato de un padre alcohólico y una hija de inteligencia perforadora), y El sótano, de Begoña Huertas (póstuma, magnífica, merecedora de mayor atención), con sus poéticas desasosegantes que indagan en lo privado. La pérdida de Huertas, por cierto, resulta desoladora en vista de lo que logró con este libro.

Ha sido un año puntuado por otros fenómenos, pues esa es una palabra acertada para explicar lo que sucedió con la prosa descarada de Greta García y Solo quería bailar; con La mala costumbre, de Alana S. Portero, contribución valiosa a una memoria colectiva de la experiencia trans; o con la nueva indagación científico-humanista de Benjamín Labatut, Maniac. Y como nueva pieza del frente generacional y más renovador de la literatura española, apunten nombre y título: Carla Nyman, Tener la carne.