Alejandro Jodorowsky. Foto: Siruela

Alejandro Jodorowsky. Foto: Siruela

Letras

Alejandro Jodorowsky: "En el mundo faltan personas como yo"

Charlamos con el incansable escritor, dramaturgo, cineasta, pintor y autor de cómic que presenta 'La voz del maestro'.

2 junio, 2024 01:46

Apenas un hilo de voz le basta a Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Antofagasta, Chile, 1929), incansable escritor, dramaturgo, cineasta, pintor, autor de cómic…, para sostener su magnánimo discurso. A sus 95 años, el creador de la psicomagia trabaja en una película y viene a España para presentar su nuevo libro, La voz del maestro (Siruela). Para muchos es un artista total; para otros, solo un embelesador. Lo que nadie puede negar es su irreverencia. Hace ya décadas que se decantó por el “arte sanador”, alejado del narcisismo que, según su criterio, domina el panorama cultural.

Él, que estuvo a punto de convertir a Salvador Dalí en el actor mejor pagado hasta el momento –el propio pintor lo exigió como requisito para participar en el frustrado proyecto de Dune, considerada "la mejor película jamás rodada de la historia"–, un día decidió bajarse a la cafetería de debajo de su casa, en París, e impartir cada miércoles sesiones gratuitas de psicomagia, una técnica creada por él mismo e inspirada en creencias populares: esoterismo, chamanismo... La terapia consistía en leer el tarot al 'paciente' y recetarle algún consejo no poco extravagante.

Cuando alguien le confesó su inseguridad ante un examen, le propuso pintar sus testículos de rojo (a Joaquín Sabina, por cierto, le prescribió lo mismo para combatir el miedo escénico). En otra ocasión, una señora le habló de un trauma con su padre y le recomendó que rompiera toda su vajilla. Aquellos platos resultaron ser una herencia de su progenitor y, según Jodorowsky, la mujer se curó.

Todavía hoy, a sus 95 años, se acerca a veces al comensal de un restaurante cuando detecta, "por sus movimientos", que está en apuros. "No soy médico ni soy gurú —concede—. Lo importante es saber el problema que está dañando a esa persona". "Con mucha educación", le dice que practica "el arte de curar": "No puedo probarlo, pero puedo tratar de ver si resulta", le advierte. "¡Y resulta!", asegura a El Cultural desde París, al otro lado del teléfono. "No busco el ego", dice, pero también asevera: “En el mundo falta gente como yo”.

El motivo de esta conversación es su nuevo libro, La voz del maestro, que no podría ser otro sino él, pues la obra se erige en una recopilación de reflexiones de esta índole: "Conservemos nuestra paz interior: si un perro nos muerde, no mordamos al perro".

Si bien algunas de estas frases se acercan al aforismo por su entidad literaria –encontramos hallazgos como "Papá y mamá son dos niños grandes que tuvimos cuando éramos pequeños"–, el grueso de este volumen encajaría en los estantes consagrados al desarrollo personal. "Mis libros no son de autoayuda", protesta. Y, como aclaración, propone esta categoría: "libros de creación de la ayuda". "Si yo tengo un valor, no me sirve de nada guardarlo", explica. Y recuerda que él mismo perdió a dos de sus hijos: "Por eso tengo que ayudar a las familias que también perdieron a los suyos".

Considera, no obstante, que "con el tiempo, todo es para bien", tal y como reza otro de los apotegmas que jalonan la obra. Después de casi un siglo de vida, considera que "la sociedad ha avanzado. La prueba es que hemos superado la bomba atómica". Puede que el peligro actualmente sea aún mayor, "pero la fuerza que se hace para que las bombas no estallen también es enorme".

"Con Fernando Arrabal tuve una amistad de acción. Ahora ha encontrado su mundo, así que yo lo dejo tranquilo, no me necesita"

Calcula que será "en unos 500 años" cuando el mundo, al fin, se encarrile: "Los crímenes atroces en Israel y Ucrania algún día van a acabar". Y "no es la política, sino el humanismo, el que va a lograr esto". Su lógica es que no hay otra alternativa: "O la humanidad crece con soluciones positivas, sin diferencias ni separaciones, o revienta".

A pesar de su imparable verborrea, no es capaz de justificar su irredento optimismo. Y eso que conserva intacta la memoria hasta, al menos, sus 24 años, cuando salió de Chile, "un país que se emborrachaba cuando llegaban las 6 de la tarde por la angustia que estaban pasando". Recaló en París, un hervidero cultural y sociopolítico en los 60 del siglo pasado. Asegura que el icónico lema "La imaginación, al poder" de aquel Mayo del 68 pertenece a su cosecha.

[Alejandro Jodorowsky rompe el estilo]

Ese mismo año estrenaría su primera película, Fando y Lis, adaptación de una obra de teatro de Fernando Arrabal, con quien fundó el grupo Pánico junto a Roland Topor. La de Arrabal y Jodorowsky era "una amistad de acción", cimentada en "un movimiento artístico que fuera más lejos que el surrealismo", según el chileno. "El surrealismo era bueno como un juego, pero sin nada profundo", añade Jodorowsky, que no conserva con el dramaturgo patafísico "ninguna relación". "Me parece que ha encontrado su mundo, así que yo lo dejo tranquilo, no me necesita", concluye.

Con Fernando Sánchez Dragó, responsable de que a comienzos de este siglo su figura se popularizara en España, la relación corrió peor suerte. "Se decantó por un mundo demasiado feroz. Ni él mismo pudo soportarlo", relata. Y "cuando pasas la medida, el planeta mismo se limpia de ti".

"Sánchez Dragó se decantó por un mundo demasiado feroz. Ni él mismo pudo soportarlo. Y cuando pasas la medida, el planeta mismo se limpia de ti"

Cuenta que el autor de Gárgoris y Habidis le pidió que lo acompañara al célebre mitin de Vox en Vistalegre en 2018. "Le dije que no podía seguir visitándolo: lo único que puedo hacer es no verte más. Si me usas para lo que quieres destruir, no sirvo. Good bye", relata Jodorowsky, y aprovecha para mostrar su eterno rechazo a entrar en política: "No hay que ser tan ambicioso, hay que hacer el bien donde se puede".

Su peripecia vital y artística ha discurrido siempre en paralelo a la polémica. Amén de su terapia de curación personal, son memorables sus primeras incursiones en el cine vanguardista. La Cravate, su primer cortometraje, El topo (1970), La montaña sagrada (1973), película financiada en buena parte por John Lennon, o Santa Sangre (1989) fueron aclamadas y denostadas a un tiempo. Hace ya más de una década arrancó su trilogía biográfica en la gran pantalla con La danza de la realidad (2013), cuyo origen es un libro homónimo editado también en Siruela, y continúa con Poesía sin fin (2016).

Según anunció recientemente en sus redes sociales, donde cuenta con millones de seguidores, se encuentra trabajando en Viaje esencial, lo que supone la culminación de la saga. Este mismo año, además, se estrenará la adaptación al cine de El incal, su cómic más celebrado, a cargo de Taika Waititi. Y aún le quedan fuerzas para visitar nuestro país. Los días 27 y 28 de mayo estuvo en el Teatro Príncipe Pío de la capital con motivo de la proyección del documental Psicomagia. El arte de sanar y este 1 de junio, sábado, recibe a sus lectores en el Pabellón Europa de la Feria del Libro de Madrid. ¡Irreductible!