Hitler y Franco en Hendaya, en una imagen en color del documental de DMAX 'España después de la guerra: el franquismo en color'

Hitler y Franco en Hendaya, en una imagen en color del documental de DMAX 'España después de la guerra: el franquismo en color'

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Una historia real de espías en la España de los años 40

Luis Horrillo Sánchez analiza la presencia del espionaje británico en la península en la II Guerra Mundial y los esfuerzos que realizó para que Franco no apoyase al Eje.

19 junio, 2024 02:11

Segunda Guerra Mundial. Después de la caída de Francia a mediados de 1940, y hasta la incorporación de la URSS y EEUU en junio y diciembre de 1941, Gran Bretaña se queda sola en la lucha contra el Eje. En esta coyuntura, sus redes de inteligencia realizan un papel fundamental. Una de sus misiones era garantizar la neutralidad de España en el conflicto.

Título: El espionaje británico y Franco. Desde Hendaya hasta Torch

Autor: Luis Horrillo Sánchez

Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza

Año de edición: 2024

Disponible en Prensas UNIZAR

Disponible en Unebook

Su ubicación geográfica le daba a este país, que venía de una guerra civil e iniciaba una larga dictadura, una enorme importancia geoestratégica. España se convierte en “el centro de los miedos y las ansiedades británicas” desde 1940 hasta la operación Torch, a finales de 1942.

Así lo demuestra Luis Horrillo Sánchez en su minucioso estudio El espionaje británico y Franco. Desde Hendaya hasta Torch, recién publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza y que cuenta con prólogos de Juan Pablo Fusi y José Luis García Delgado.

En la segunda mitad de 1940, convencido de que el triunfo de Hitler estaba próximo, Franco tuvo la tentación de entrar en la guerra. Gran Bretaña había preferido el triunfo del bando nacional en la Guerra Civil frente a la posibilidad de que España se convirtiera en un satélite de la URSS, y ahora intentaba, con su espionaje, influir en la política exterior de Franco, que tenía ambiciones sobre el norte de África y Gibraltar.

A pesar del tratado de amistad germano-español, Gran Bretaña confiaba en establecer una buena relación con Franco, que necesitaba ayuda internacional para reconstruir un país devastado. “La situación económica de España al término de la Guerra Civil -señala el autor- había dejado a este país en una situación de inevitable dependencia hacia el bloque anglofrancés en la primavera de 1940”. Sin embargo, el colapso de Francia “cambió la relación política y diplomática entre Franco y los británicos que se había gestado durante los cuatro años anteriores”.

Canaris y el ejército en Tetuán

Un gran conocedor de España, donde había trabajado, era el almirante Wilhelm Canaris, elegido jefe de la inteligencia alemana, la Abwehr, en 1935. Era “un espíritu independiente, sostenido por un fuerte código moral y firmes principios”. El 25 de julio de 1936, Franco pide ayuda a Hitler para trasladar su ejército desde Tetuán hasta la península con el objetivo de evitar el bloqueo naval republicano. Canaris gestiona el asunto. Este suceso “inclinó la balanza del lado de Franco en la Guerra Civil y recompensó ampliamente a Hitler, quien extendió su influjo sobre España”, donde la inteligencia alemana establece diversas sedes.

Pero en enero de 1938 la lealtad de Canaris hacia el Führer se quiebra con motivo del affaire Fritsch (general que fue destituido como jefe del ejército). Crece la oposición interna a Hitler y dentro de la inteligencia alemana se empieza a tejer una red de agentes que colabora con los Aliados a partir de la invasión alemana de Austria, en marzo de 1938. Los conspiradores, entre los que estaban Karl Goerdeler, Ludwig Beck y Ernst von Weizsäcker, transmiten a Gran Bretaña que, con su respaldo, estaban dispuestos a impulsar un golpe de Estado contra el Führer que evitara la guerra.

Escaparate de una tienda de propiedad judía destruida durante la Noche de los Cristales Rotos. Berlín, 10 de noviembre de 1938. Foto: Museo del Holocausto

Escaparate de una tienda de propiedad judía destruida durante la Noche de los Cristales Rotos. Berlín, 10 de noviembre de 1938. Foto: Museo del Holocausto

La Noche de los Cristales Rotos supone un nuevo punto de inflexión y Canaris usa sus contactos en Madrid para salvar a varios miembros de la comunidad judía. La invasión de Polonia conmociona al jefe de la Abwehr (“La humanidad no olvidará por mil años lo que Hitler ha hecho”), que traza una línea de comunicación segura con Occidente a través de Stewart Menzies, jefe del MI6, para avisar de los futuros movimientos del Führer.

La inteligencia británica opera con intensidad en España, donde destaca la presencia del capitán Alan Hillgarth, agregado naval de la embajada en Madrid desde 1939 hasta el otoño de 1943 y que tenía buena relación con Churchill. Sus misiones eran coordinar la información naval, controlando los movimientos de los barcos alemanes en el Estrecho (y asegurándose de que sus submarinos no repostaban en España), y localizar a los numerosos grupos de espías que operaban en la capital.

Mantener a España neutral

Otros hombres fuertes del espionaje británico en Madrid fueron el embajador, Samuel Hoare, y Bill Torr, agregado militar. Los tres formaron una red encargada de mantener neutral a España en la contienda mundial: “Las primeras operaciones se producirían entre mayo -con un intento de restauración monárquica- y junio de 1940, con la conocida operación para sobornar a parte de los generales de Franco con el objetivo de mantener a España en la neutralidad”.

En el Gobierno de Franco era notoria la disputa entre el coronel Juan Beigbeder Atienza, ministro de Asuntos Exteriores, y Ramón Serraño Suñer, ministro de Gobernación. El primero creía que la guerra sería larga y no estaba seguro de la victoria alemana, mientras que el segundo pensaba que el triunfo de Hitler era inevitable y había que reforzar la amistad con él. Beigbeder estableció buena relación con Hoare y suya fue la idea de que Gran Bretaña ofreciera ayuda económica a la arruinada España para generar complicidades y mantenerla neutral.

Franco junto a Heinrich Himmler en octubre de 1940. Foto: Archivos Federales de Alemania

Franco junto a Heinrich Himmler en octubre de 1940. Foto: Archivos Federales de Alemania

La documentación manejada por el historiador muestra que, si España se hubiera unido al Eje, “los servicios secretos británicos tenían preparada una operación para derrocar a Franco y restaurar una monarquía probritánica con el objetivo de unir a los españoles en contra del nazismo”. Al parecer, Alfonso XIII se consideraba demasiado viejo para retornar al trono, pero manifestó que haría todo lo posible para coronar a su hijo Juan. Una operación en la que también estaba implicado, en el apartado económico, el banquero Juan March, figura protagonista en este escenario.

Respecto a la operación de sobornos para asentar la neutralidad española, fue impulsada tras la firma del acuerdo comercial por Churchill, que acababa de llegar al poder y era consciente de la amenaza que suponía la posible ocupación alemana de España y Gibraltar. El montante de dinero que recibieron los generales españoles en 1940 ascendió a diez millones de dólares (y otros tres millones en los siguientes años).

Los pagos fueron realizados en pesetas a través de las compañías de March.
Después de la caída de Francia, la situación era delicadísima. Hoare advierte a Churchill de que Alemania e Italia estaban empujando a España hacia el conflicto. Franco cambia su posición, de la neutralidad a la no beligerancia. Hoare solicita 500.000 libras para sobornar al ministro de Asuntos Exteriores, entre otros, pero en el fondo es optimista: cree que Franco no entrará en la guerra porque eso supondría para el país la ruina absoluta y provocaría un enorme efecto desestabilizador para el régimen.

Lo que no sabe es que 19 de junio de 1940 el Gobierno español se ha ofrecido a entrar en la guerra del lado del Eje “a cambio de sustanciosas concesiones territoriales en el norte de África (el Marruecos francés, la región de Orán en Argelia y la expansión por el Sahara español y la Guinea española), además de importantes suministros económicos y militares”. Hitler dijo no. Una respuesta que “amargó profundamente a Franco, pero le salvó de involucrarse en una guerra que erróneamente creyó ganada por parte de los alemanes después de la caída de Francia”.

De Berlín a Hendaya

Hay en este periodo seis meses de “máxima tensión”, junio-diciembre de 1940, “ya que el régimen de Franco estuvo tentado a intervenir en el conflicto mundial, sobre todo en los meses de junio, con el colapso de Francia, y septiembre, con las reuniones de Serrano en Berlín previas a la reunión de Hendaya del 23 de octubre entre Franco y Hitler”.

Gran Bretaña se emplea a fondo con la estrategia económica y el desarrollo del comercio anglohispano, los sobornos y las operaciones de espionaje. Uno de los agentes que participan es Ian Fleming, que luego se haría famoso como escritor y creador de James Bond.

Visita a Berlín del ministro Ramón Serrano Suñer, acompañado del general Sagardía, siendo recibido por Himmler. Foto: Archivos Federales de Alemania

Visita a Berlín del ministro Ramón Serrano Suñer, acompañado del general Sagardía, siendo recibido por Himmler. Foto: Archivos Federales de Alemania

Son meses en los que Hitler fracasa en su intento de invadir Inglaterra y se plantea tomar Gibraltar con ayuda española. Es la Operación Félix, que supuso un viaje de Serrano Suñer en septiembre a Alemania, donde conoce los deseos del Führer de ocupar una de las islas Canarias e instalar bases en el Marruecos francés (y en la que, como único acuerdo, se forja el encuentro entre Franco y Hitler en la frontera española). Por otra parte, Mussolini mostró poco entusiasmo por la entrada de España en el conflicto, “ya que afectaría a las pretensiones imperialistas de Italia en el Mediterráneo”.

Franco llega al encuentro de Hendaya con la idea de que “es importante estar con el Eje, pero sin precipitarnos”, según dijo a Serrano Suñer. Y Hitler con un plan en el que, según su parecer, encajaban las reivindicaciones alemanas, italianas, francesas y españolas. Pero no hubo acuerdo y Hitler abandonó Hendaya antes de tiempo.'

Decide no forzar la situación invadiendo la península y se centra en la Operación Barbarroja. El intérprete alemán, Paul Schmidt, describió la reunión como un “fiasco”. Esto se debió en gran parte al papel de Canaris. Como afirma Horrillo, una vez más “el espionaje y la diplomacia secreta se entrometían en el camino de la diplomacia oficial”.

En este contexto, otra operación importante fue la llamada Goldeneye, en un momento de gran amenaza alemana sobre Gran Bretaña. Con participación de Fleming y Hillgarth, consistía en un plan de los Aliados para evitar una posible colaboración de Franco con las potencias del Eje y asegurarse la comunicación continua con Gibraltar si España se unía o era invadida.

Espías en África

La investigación de Horrillo repara también en la presencia del espionaje en el norte de África a lo largo de 1941, un año marcado “por el miedo a que Hitler invadiera España debido a las dificultades británicas para hacer frente” a esta posible operación. Gran Bretaña temía que el dictador alemán “buscase la victoria fácil en Gibraltar”. A finales de año, el ataque de Japón a Estados Unidos en Pearl Harbor cambia el rumbo de la guerra.

El espionaje británico operó en el peñón y en el norte de África, con base principal en Tánger, una red de agentes muy extensa y amplio uso de los sobornos. El protectorado de Marruecos se convierte en un escenario de lucha entre los servicios de inteligencia británicos y alemanes, con un triunfo final para los Aliados que se empezó a decantar con la entrada de Estados Unidos en el conflicto.

En 1941 se desarrollan también, entre otras, la Operación Puma, centrada en una posible ocupación de las islas Canarias como base alternativa a Gibraltar en caso de invasión alemana, y la Panicle, en Portugal. A finales de año, con Alemania estancada en el norte de África y en la campaña rusa, los británicos lanzan la Operación Impinge, con el objetivo de convertir Gibraltar en un centro secreto de transmisión de propaganda contra el enemigo.

La última parte del libro está dedicada al espionaje en la decisiva Operación Torch, en noviembre de 1942 (un año en el que había crecido la dependencia española de los Aliados en materia económica), un desembarco angloamericano a gran escala tras el cual Gran Bretaña consolidó su posición en el oeste del Mediterráneo.

Los objetivos de la misión, que contó con sus preceptivos operativos de propaganda y sobornos, eran “expulsar a Alemania del teatro de operaciones en el desierto del norte de África, convencer a las autoridades españolas y francesas del protectorado de que era imposible una victoria del Eje y decantar la guerra económica del lado aliado con la invasión y ocupación de la zona”.

El éxito de la Operación Torch

Los Aliados consiguieron infiltrar grupos en Tánger, Tetuán, Ceuta, Melilla y Larache. Querían evitar la intervención del ejército español. Churchill informó a Stalin. Tras la operación, el Gobierno de Franco, del que en septiembre sale Serrano Suñer, “valoró el cambio en el equilibrio de fuerzas hacia los Aliados”. Frente a la ceguera alemana (el embajador en Madrid fue destituido), el papel de la inteligencia británica resultó fundamental para el éxito de Torch. En noviembre de 1942 se puso de manifiesto que el Eje no podía ganar la guerra.

Torch tuvo otros efectos, entre ellos el reforzamiento de la relación diplomática entre EEUU y España, si bien “el camino no fue nada fácil”. En 1943, año en que los Aliados siguen con sus operaciones en la península, se mantiene el temor a una posible invasión alemana, pero progresivamente rebajado. En el verano, después de varios meses de importantes derrotas del Eje, “la iniciativa en la guerra en Europa pasó a manos aliadas”.

Los cambios en la política de inteligencia en España tienen repercusiones diplomáticas. Y el Gobierno franquista “se fue aferrando a la neutralidad para conseguir su supervivencia”. España deja de ser un posible escenario de conflicto. Los británicos y los norteamericanos “centraron toda su atención en el despliegue de la operación Overlord, que condujo al paulatino final de la guerra en Europa”.

Juan Pablo Fusi destaca la “calidad analítica” y el “rigor conceptual” que impregnan la narración de Horrillo, “verdaderamente magistral”. Para José Luis García Delgado, el libro se caracteriza por su “buen nervio narrativo y muy consistente repertorio documental. Toda una demostración de madurez”.