Julieta Valero. Foto: Piluca Villalaín

Julieta Valero. Foto: Piluca Villalaín

Letras

La mirada perpleja, crítica y deseante de Julieta Valero: una escritura personalísima

La poeta registra la vivencia en tiempo real y sondea sus huellas en su nuevo libro, 'No obstantísimas', en el que sobrevuela la pérdida de su padre.

14 julio, 2024 01:48

Decimos que la poesía es cosa de lenguaje, que la poesía se hace con palabras y no con ideas (Mallarmé a Degas), pero lo cierto es que gran parte de la poesía que se premia o jalea públicamente parece haber abdicado de este imperativo creador, que no es, como muchos creen con cautela temerosa, un pasaporte hacia la enésima reiteración de prácticas vanguardistas, sino la vía más cierta para vivificar la lengua heredada y darle nuevo aliento, sabor, renovar su capacidad para seguir leyendo y dialogando con el mundo.

No obstantísimas

Julieta Valero

Vaso Roto, 2024. 112 páginas. 19,95 €

Leo a Julieta Valero (Madrid, 1971) y no puedo sino evocar aquella frase de Martínez Sarrión en Nueve novísimos de que debemos utilizar "un lenguaje y no un arenque fosilizado", que es lo que parece flotar en la balsa de aceite de tantos libros actuales. En este No obstantísimas (el título es sintomático), Valero profundiza en una escritura personalísima que es, toda ella, cuerpo sensible y pensante, quiero decir, la forma en que registra en tiempo real la vivencia y sondea sus huellas, sus ramificaciones.

El pensar se inscribe en el acto mismo de percepción, en la manera con que el yo acusa el golpe del tiempo, de los hechos (de lo que hace o le hacen): de ahí el influjo vallejiano que ha querido verse en ella. Pero no solo Vallejo. También respiran aquí Zurita, Eduardo Milán u Olvido García Valdés, presencias tutelares que terminan de afinar un decir que es feroz y obstinadamente suyo: "A lo que voy: donde vaya quiero / este cuerpo que es su alma, mastico / la doble verdad inexplicable".

Las cuatro partes de No obstantísimas dibujan un arco temporal que coincide a grandes rasgos con el tiempo histórico (el año del confinamiento pandémico y los que siguieron) y esbozan un argumento que va de menos a más, que parte del nudo inicial ("hay un cerco") para destrabarse lentamente y extender una mirada a la vez perpleja, crítica y deseante sobre el mundo: "a un lado / alguien escribe, es acuario todo lo demás pa- / lúdico rizoma, edad sin edad".

El cerco pandémico se complica con la muerte del padre, figura totémica que sobrevuela el libro con su ejemplo, su mezcla de carisma, exuberancia y hambre vital. Esta presencia de la muerte no hace que el yo se repliegue o ensimisme. Todo lo contrario: una y otra vez lo vemos abrirse al mundo, a los otros, a los espacios –domésticos y públicos– donde puede rozarse y mezclarse con ellos, moldearse a su imagen y desemejanza, llevado de un impulso compensatorio que es también preocupación por lo colectivo.

[Julieta Valero y el amor prohibido]

Frente a la muerte del padre ("para los restos miro / como fraude mis manos, idénticas a las suyas") surge el reclamo de vida de la hija y la amada. No sin tensiones ("¿Qué queréis de mí? Demanda infinita, / cuota recia del amor"), pero también con la fuerza de un contrapunto que tira animalmente de uno. Esto ya comparecía en los dos libros anteriores (Los tres primeros años y Mitad), pero aquí adquiere una pátina bienvenida de madurez.

La natural sensualidad de los poemas amorosos convive con la mirada fascinada y llena de gratitud sobre la niña, sobre un mundo infantil que permite concebir una forma no ingenua de inocencia. Lo autobiográfico está en la raíz misma de este libro, en su despliegue, pero una y otra vez es trascendido por un mirar y un lenguaje que implican fatalmente al lector.

En "Las mujeres", sección cuarta y final del libro, lo genérico soslaya clichés y explora las grietas (también luminosas) de la vida en común, el afuera del instinto, el tironeo de los afectos: "Se respira". Lo que no se hace esperar –viene a decirnos– nos da esperanza.

Escuchar el cuerpo, dicen, pero
¿cómo se hace? ¿Escuchar la contractura la
lascivia que se derrama, peine en mano,
buscando su centro, escuchar la celiaquía imaginaria?
Porque lo real del cuerpo no viene al oído
estruendo es, no mudo, nudo de vida o
desvío a barranco. El cuerpo sólo puede
ser real como el hijo, un mortalmente
acompañarse, y no cabe en la poesía falsa
humildad, siempre amanece 1789, un asalto
a la solemnidad que es bicho palo y eso está bien.
Todos en lo Darwin, lanzando metamorfosis,
dentelladas, besos. Siempre ateridos.