'Si una mañana de verano, un viajero' de José Carlos Llop: nostalgia del tiempo pasado y fugaz
Autoficción, memoria íntima, historia, filosofía y literatura conforman esta obra, una de las más bellas y personales del autor.
14 julio, 2024 01:48La experiencia vivenciada del tiempo y la inmersión de la vida corriente en un aura culturalista y clásica son rasgos destacados de la prosa narrativa de José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956). Ambas notas constituyen el humus donde germina Si una mañana de verano, un viajero, libro peculiar desde su mismo enigmático título.
El propio libro en conjunto, su contenido y su forma, resulta singular.
Pertenece con propiedad a la escritura del yo. Reúne dosis de autoficción por cuanto fabula experiencias personales, de autobiografía por los datos ciertos particulares y familiares que recoge, de memorias por el repaso global de una vida y de dietario por la detallista constatación del día a día. En su flexible materia acoge también el proceso de su escritura y comentarios metaliterarios.
Añade además un repertorio de confesiones bastante aleatorias. Y debe apreciarse igualmente como un texto meditativo con cierta enjundia filosófica. Estos elementos anecdóticos están servidos por una rigurosa voluntad de estilo.
No se trata de un complemento de excelente prosa sino de un valor intrínseco, un ejercicio de escritura que no sirve a otro fin sino que se justifica por sí misma. Si existiera una prosa impresionista, la de Llop la representaría en alto grado. Si se pudiera hablar de relato lírico, Llop lo encarnaría por entero. De ahí que a trozos encontremos un texto en el límite de lo poemático.
La visión del mundo de Llop no es la del narrador realista ni objetivo. La realidad está filtrada por un subjetivismo completo que hace una selección caprichosa de lo observado o percibido. Esta mirada determina una específica selección del léxico con abundantes términos del paisaje terrestre o marino. Llop tiene la virtud de trasmitir no tanto la naturaleza como su sentimiento, la cual impregna, por otra parte, de sensorialidad, olores, colores o matices de la luz.
La mirada del autor impulsa también un juego continuado de comparaciones, con frecuencia creativas y de gran originalidad en la relación establecida entre los elementos asociados. En suma, una escritura más lírica que narrativa. El carácter disperso de semejante materia se acentúa al encadenarla siempre con incesantes referencias culturales, históricas, literarias…
Toda la sustancia del libro establece relaciones con el arte, con creencias antiguas, con paisajes o ciudades legendarios o mitificados del Mare Nostrum, con escritores de antaño y recientes… De modo que el texto toma una fuerte andanza digresiva. No llega, sin embargo, al límite de la disgregación absoluta.
En cuanto relato, la obra posee una trama que funciona como un hilván. Se trata de la turbadora despedida del autor de la casa donde han transcurrido sus veranos durante treinta y tres años.
Este leve hilo sirve para dar paso a lo fundamental de la evocación, la vivencia del tiempo. Los recuerdos dispersos y azarosos de mil acciones nimias (paseos, baños, lecturas, músicas…) desembocan en un salmo elegíaco que celebra un mundo pletórico de hermosura y feliz, con un punto de nostalgia del paraíso perdido.
La existencia se muestra como el disfrute continuado de la vida sencilla horaciana y de bienes superiores –espirituales e intelectuales– propios de una sensibilidad y educación estética refinadas.
De las páginas de José Carlos Llop uno sale con el ánimo sereno hasta que, al poco, la masacre israelí de los enfermos, ancianos, niños y médicos de un hospital te dice que la sensación amable y reconfortante de un mundo civilizado es un espejismo.