Timothy Snyder. Foto: Jiri Zerzon

Timothy Snyder. Foto: Jiri Zerzon

Letras

Timothy Snyder: "No veo problema en llamar a Trump y Vance fascistas"

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El apéndice de Timothy Snyder (Dayton, 1969) estalló el 3 de diciembre de 2019. Estaba en Múnich para dar una conferencia que había titulado ¿Puede Estados Unidos llegar a ser un país libre? Los médicos germanos que le auscultaron erraron el diagnóstico. Le quitaron hierro a sus dolores. Ya de vuelta en su país, en el Hospital de New Haven se percataron del verdadero alcance de los daños pero no detectaron un amenazante absceso en el hígado, que era lo realmente grave, porque estaba originando una infección en la sangre. Estuvo a punto de morir.

"Aquella experiencia fue una epifanía. Ahora le presto mucha más atención a mi cuerpo", confiesa a El Cultural desde Toronto, por videollamada. Tal epifanía le demostró que no había libertad posible sin unas condiciones mínimas de salud.

En 2020, escribió Nuestra enfermedad, donde desarrolló esta asociación entre libertad y estado físico y, de paso, impugnó la concepción del cuerpo como mercancía en el sistema sanitario estadounidense. La reflexión sobre la libertad, sin embargo, se le fue multiplicando en su cabeza en distintos planos filosóficos, al tiempo que al trumpismo se le llenaba la boca con este concepto polisémico y equívoco.

De ahí mana Sobre la libertad (Galaxia Gutenberg), su último libro, que es a su vez contrapunto de Sobre la tiranía (2017) y El camino hacia la no libertad (2018). En él, sobre la base de pensadores europeos como Simone Weil, Václav Havel y Leszek Kolakowski, intenta deslindar la libertad negativa (la que, en su opinión, blanden Trump y sus acólitos) de la positiva.

"La primera es una idea muy tentadora porque dice que todos nuestros problemas son externos con formas diversas. En política, uno de los principales es el Estado, del que hay que deshacerse porque, con sus impuestos y sus leyes, es una barrera para alcanzar lo que queremos. Por tanto, hay que reducirlo al máximo. Pero, claro, si lo reducimos mucho este no podrá hacer lo que es necesario para extender la libertad positiva, como por ejemplo construir y sostener escuelas donde formarse o carreteras por donde desplazarnos", razona Snyder, historiador especializado en la Europa oriental, autor del best seller Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (2010) y profesor en Yale, hoy erigido sobre la arena pública americana como uno de los baluartes intelectuales más sólidos contra el histrionismo posverdadero de Trump.

–¿Y cómo definiría exactamente la libertad positiva, la que usted reivindica?

–Es la que permite elegir entre valores positivos, que aunque no sean entidades físicas son tan reales como una roca en el camino. El orden en su librería [se refiere a la que se ve al fondo del plano del periodista], la cortesía con la que me pregunta, la belleza, la honestidad, la gracia, la lealtad… Son cosas buenas que no se pueden medir ni pesar, como las piedras. Simplemente son diferentes. Lo importante es tener la libertad para elegir entre ellas o poder combinarlas, y a partir de ahí cambiar el mundo, al menos un poco. Eso es la libertad positiva desde un punto de vista filosófico, que tiene sus consecuencias políticas, porque es el valor que permite poner en práctica todos los demás. La libertad no va de que no haya límites sino de conocerlos y transformarlos en herramientas para vivir mejor juntos.

"La libertad no va de que no haya límites, sino de conocerlos y transformarlos en herramientas para vivir mejor"

–¿Hasta qué punto es el capitalismo compatible con la libertad?

Se habla del libre mercado pero para mí es un error lingüístico que genera un error de carácter moral, porque solo las personas pueden ser libres. Un mercado no puede ser libre en el sentido que lo pueden ser estas. No tiene conciencia. En el momento en que hablamos de libre mercado estamos dejando que el capitalismo haga el trabajo por nosotros. El mercado es una institución que puede ser muy buena pero la tiene que diseñar la libertad humana. Un ejemplo sencillo para entendernos: una sociedad con solo uno o dos medios de comunicación no es muy coherente con la idea de libertad. Lo es más una con miles de medios locales, al igual que una que determina que el agua es un bien público de todos.

–Afirma, no obstante, que en Estados Unidos dan por hecho que el capitalismo trae, indefectiblemente, la democracia.

–Sí, es una conclusión muy loca. Y empíricamente incorrecta. China es capitalista. Rusia también lo es. Aquí todo el mundo daba por descontado que esta se convertiría en una democracia en cuanto cayera el régimen soviético y se implantara el capitalismo. Es tentador creer que la democracia la trae una instancia ajena a nosotros pero es lo que decía antes: el capitalismo será como lo construyamos nosotros. Si uno cree que su libertad vendrá de él o de otra instancia, es señal de que ya ha dejado de ser libre, de que ha arrojado la toalla. Es así como se asienta la peor versión del capitalismo. En Estados Unidos, de hecho, las principales compañías tras las redes sociales buscan derrocar la democracia.

Snyder tiene en mente figuras como Elon Musk, propietario de Twitter, que ha regado con millones las arcas de Trump para muscular su campaña. Lamenta a su vez el uso nocivo de estas redes por la gente porque no tiene ninguna duda de que son un factor que limita la libertad y apuntala prejuicios mediante el algoritmo. El prestigioso historiador, que en Sobre la libertad combina las formas y las pretensiones del ensayo filosófico, las memorias (con evocadores flashbacks a su infancia campestre en Ohio) y las del manifiesto combativo, compara a los cerebros de Silicon Valley ("que nos invitan a vivir dentro de una pantalla") con los comunistas checoslovacos de los años 70, quienes tras la represión dura, con violencia física, recurrieron a un mecanismo más sutil de control de la población: la televisión.

"Ambos tienen un discurso común: alegan que puede haber algunos desajustes, como ahora el calentamiento global o la desigualdad socioeconómica, pero que esto no se puede cambiar. Y que está bien así, llevándonos a creer una realidad falsa, la de la televisión comunista de entonces y la de las redes de oligarcas como Elon Musk. No nos hablan del futuro, aunque empezaron prometiendo un porvenir glorioso, sino del presente, el mejor que podemos tener, y del pasado, con nostalgia”, denuncia Snyder, que, además, consigna en su libro el descenso del cociente intelectual de la población (efecto Flynn a la inversa) como posible efecto del apantallamiento generalizado.

"En Estados Unidos las principales compañías de redes sociales buscan derrocar la democracia"

Estas semanas, el profesor ha hecho un paréntesis en sus labores universitarias para recorrer los Estados Unidos presentando Sobre la libertad, un trabajo que, al contrario de los cuajados por otros académicos, se basa en un contacto directo con los traumas de los que trata. En particular, dos. El primero, la guerra en Ucrania, donde se ha reafirmado en su certeza de que la libertad negativa es una visión miope: nos muestra cómo los ucranianos piensan mucho más allá del desalojo de su suelo de las tropas rusas, la barrera inmediata hoy que les separa de la libertad, intentado ya vislumbrar los valores con los que cimentar su futuro nacional una vez lo consigan.

La segunda, su experiencia como profesor de filosofía en cárceles de su país, en las que constata que la desigualdad determina la probabilidad de acabar como recluso en alguna de ellas. Esta última es una de las circunstancias que, como apunta en Sobre la libertad, relegan a Estados Unidos al puesto 50º en niveles de libertad. The home of free, como reza el himno The Star-Spangled Banner, no lo es tanto según el escalafón elaborado por la organización estadounidense Freedom House, que testa sobre todo derechos políticos y civiles. Derechos que teme se estrechen más incluso con el posible regreso de Trump a la Casa Blanca. Una posibilidad que se dilucidará en las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre, a las que nos vamos aproximando con las opciones del candidato republicano y Kamala Harris muy igualadas.

–Usted llama a Trump y a J. D. Vance directamente fascistas. ¿Realmente son figuras análogas a los líderes del fascismo original, el de los años 30? ¿No es ir demasiado lejos?

–Bueno, empleo en esos casos la categoría de fascismo de una manera amplia. Me refiero a una determinada manera de hacer política. No hablo solo de Hitler, también de Mussolini y del Franco más joven. Me refiero a la existencia de un partido único, con un líder que supuestamente representa al pueblo, donde la razón no es relevante porque las emociones lo son todo, donde la propaganda está centralizada, donde la gente vive embelesada por un gran relato, por una gran mentira, y donde la conspiranoia es el modo habitual de pensamiento. Así que aunque haya alguna diferencia (los fascistas de los años 20 y 30 estaban, por ejemplo, más interesados en las movilizaciones masivas y en la actividad física), no veo ningún problema en llamar a Trump y Vance fascistas.

"Si gana Trump, habrá una transición impredecible. Los estadounidenses tendremos que tomar decisiones duras"

–Lo de fascista es un vocablo político del pasado. Usted lamenta que estamos perdiendo muchas palabras en este campo, y que eso disminuye la capacidad para analizar el presente.

–Yo veo que en España habláis más de fascismo de lo que lo hacemos nosotros en inglés. Hemos perdido parte de nuestro vocabulario político, sí. Y la palabra 'fascismo' nos puede ser útil como referencia si Trump gana las elecciones, porque en Estados Unidos habrá un sistema muy diferente.

–¿Se refiere a una deriva autoritaria?

–Trump, como Putin, dice que no hay valores, que lo relevante es el poder. Se limita a la crítica del otro, a asegurar que el gobierno no puede hacer nada, a generar espectáculo y a enfrentar a unos americanos con otros. Así es como gobernará. No protegerá ni promocionará la sanidad, las infraestructuras, la educación… No ayudará, en definitiva, a hacer libre a la gente. A los oligarcas les irá muy bien porque son sus amigos. Serán más fuertes con un Estado más débil. Trump no cree en el imperio de la ley. Para él la Constitución no significa nada. Usará el Estado para atacar a sus enemigos. Planea eliminar todos los funcionarios, cuya labor es ejecutar la ley. Si gana, habrá una transición impredecible. Los estadounidenses tendremos que tomar decisiones muy duras. Enero y febrero serán un periodo enormemente difícil para este país.