Matar a Trump, el leitmotiv de la novela 'A resguardo': el fracaso del sueño americano
- David Leavitt recrea con crudeza el ambiente de los liberales neoyorquinos a través de un argumento que oscila entre el drama y la comedia.
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La victoria de Donald Trump en 2017 desató la angustia de los sectores más progresistas de la sociedad estadounidense. David Leavitt (Pittsburg, Pensilvania, 1961) se inspiró en este acontecimiento para escribir A resguardo, una sátira de los grupos liberales neoyorquinos. Lejos del experimentalismo de autores como David Foster Wallace, Leavitt construye un relato lineal, con una prosa clara y directa, y un argumento que oscila entre el drama y la comedia.
El matrimonio Lindquist vive en Manhattan y posee una segunda residencia en Connecticut. Bruce asesora a grandes fortunas. Con talento para la gestión, siempre halla la forma de ahorrar impuestos y realizar buenas inversiones. Eva no trabaja. Se limita a ejercer de anfitriona y le apasiona la decoración de interiores. Cuando Trump gana las elecciones, fantasea con un magnicidio, pero su incompetencia en ese terreno le hace buscar una alternativa menos cruenta.
Durante un viaje a Venecia, descubre un apartamento con vistas al Gran Canal y un jardín decadente. En realidad, se trata de una propiedad segregada de una antiguo palacio. Eva piensa que ese apartamento será un buen lugar para alejarse de la atmósfera venenosa creada por Trump y, en el peor de los casos, exiliarse, como hicieron sus padres, judíos polacos que emigraron a los Estados Unidos para huir de Hitler.
Eva ha reunido un grupo de amigos con los que mantiene una relación ambivalente. Min, una periodista que escribe en una revista de decoración, es su fiel escudera. Su lealtad no se basa en el afecto, sino en los privilegios obtenidos a cambio: viajes, cenas, excursiones de fin de semana en hoteles caros.
Jake es el decorador predilecto de Eva. Homosexual y cincuentón, contempla la inminente vejez con preocupación y tristeza. Se ha mantenido soltero los últimos dieciséis años y la soledad cada vez le pesa más. Aaron y Rachel trabajan como editores independientes, y son conscientes de la degradación del mercado editorial. Los lectores ya no demandan literatura, sino libros de chismes o autoayuda.
Bruce mantiene una relación cordial con el círculo de amigos liderado por su mujer, pero en cierta medida pertenece a otro mundo. Aunque no simpatiza con Donald Trump, pasea con Alec, un vecino totalmente identificado con el ideario del "América, primero", una fórmula que paradójicamente no despierta el miedo de Amalia, inmigrante hondureña que trabaja como asistenta en casa de los Lindquist y que se considera protegida por su permiso de residencia. Bruce no siente ningún entusiasmo por la idea de comprar un apartamento en Venecia y el mundo de su mujer le parece insoportablemente esnob y poco sincero. Se encuentra más cómodo con Kathy, su secretaria, afectada por un linfoma y con unos hijos insoportables.
Leavitt recrea con crudeza el ambiente de los liberales neoyorquinos. Su progresismo es puramente estético. Trump les parece un patán peligroso, pero eso no significa que abriguen grandes preocupaciones sociales. De hecho, Eva es fría, egocéntrica y distante. Con una vagina anormalmente pequeña, ha excluido el sexo de su vida y ha descartado ser madre. Tiene tres perros falderos de una raza exclusiva. Algunos piensan que son como sus hijos, pero en realidad para ella solo son un complemento, un elemento más de una escenificación cuidadosa, donde el lujo y la sofisticación son las notas dominantes. Bruce no es mujeriego ni frívolo, pero se siente atraído por Kathy, a la que acompaña durante las sesiones de quimioterapia y a la que intenta regalar 200.000 dólares para sanear su maltrecha economía.
No hay héroes ni villanos en la novela de Leavitt, solo seres humanos insatisfechos y desorientados
No hay héroes ni villanos en la novela de Leavitt. Solo seres humanos insatisfechos y desorientados, cuyo mayor anhelo sería tener un propósito claro en la vida. Eva y sus amigos no soportan el mundo real. No les preocupa la injusticia ni la desigualdad, sino la soledad, el fracaso y el bienestar material. El apartamento en Venecia no es un capricho, sino la posibilidad de encerrarse en una burbuja de belleza y seguridad. Los liberales neoyorquinos son más vulnerables que los republicanos, pues carecen de certezas. Trump ha conectado con esa América profunda que cree en el ideal de autosuficiencia. Su arrogancia alimenta los miedos de los progresistas, con un espíritu más frágil y unos objetivos menos claros.
Eva afirma que no le importa ser incongruente. Matar a Trump parece un propósito antidemocrático, pero a ella no le quita el sueño la democracia, sino todo lo que representa Trump: machismo, grosería, incultura. Su indignación no está a la altura de su voluntad, pues no llegó a votar porque había mucha cola en el colegio electoral y prefirió marcharse. Se justifica alegando que se le ha contagiado la neurosis colectiva de los votantes republicanos. Bruce no simpatiza con Trump, pero sabe que Hillary Clinton es un halcón y no soporta a los esnobs que se burlan de los artistas con conciencia social.
La preocupación de Bruce por Kathy es quizás el aspecto más conmovedor de una novela plagada de conductas egoístas e insolidarias. Su delicadeza y caballerosidad revelan que aún hay espacio para la decencia. Al finalizar el tratamiento, Kathy deja abierta la puerta del baño de un hotel mientras se desnuda. Es una invitación discreta, no exenta de patetismo. Bruce considera que sería una canallada aprovecharse de la situación y, a pesar de que la desea, se limita a dejar el cheque sobre la cama. Al salir de la habitación, cuelga el cartel de "No molestar" y se aleja con discreción.
La jungla de asfalto ejerce una influencia envilecedora, pero a veces los principios morales soportan el desafío, como esos edificios que se mantienen en pie después del paso de un huracán devastador. A resguardo narra el fracaso del sueño americano. Insatisfechos, inmaduros y paranoicos, los estadounidenses viven atrapados entre el miedo y la perplejidad. Cada vez más incomunicados, los habitantes de las grandes ciudades desconocen incluso lo más cercano. Bruce, que reside en Manhattan, confiesa que Brooklyn le resulta tan ajeno como Albania. Para Eva, Venecia, la ciudad de los canales, solo es una ensoñación, un paraíso lejano y casi irreal.
David Leavitt ha sabido captar la indigencia de una sociedad vacía y confusa. Su estilo ligero, de suave comedia del Hollywood clásico, elude las atmósferas asfixiantes, pero detrás de su barniz advertimos la podredumbre moral y el dolor psíquico. Jake, el decorador, percibe con lucidez la miseria que le rodea y se refugia en el sueño. La cama es su Venecia particular, un reino que a veces requiere un somnífero para abrir sus puertas. Soñar es quizás la única vía de escape de la pesadilla norteamericana, un virus más peligroso que el Cordyceps, el letal hongo de The Last of Us.