Pola Oloixarac. Foto: Pau Venteo

Pola Oloixarac. Foto: Pau Venteo

Letras

Pola Oloixarac: "El deseo complica las cosas. ¿Lo que te excita es lo que aprueba tu ideología?"

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Atrevida y polémica, siempre brillante, Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) lleva casi dos décadas destruyendo tópicos y obligando al lector a revisar todas sus certezas. Lo hizo con su primera novela, Las teorías salvajes (2008), y lo vuelve a hacer con su último libro, Bad hombre (Random House), un inquietante relato de no ficción sobre la cultura de la cancelación que incluye experiencias muy personales.

Narradora, periodista, filósofa, traductora y hasta autora del libreto de una ópera, Hércules en el Mato Grosso, Pola Oloixarac confirma a El Cultural que Bad hombre surgió ante las peticiones recibidas en los últimos años para participar de escraches y linchamientos online de distintos hombres.

"Sí, entonces me puse a investigar cómo funcionaba. Quería entender el fenómeno, los mecanismos internos y hasta qué punto la cancelación es un instrumento que beneficia a las mujeres. Es como un nuevo superpoder que permite decidir sobre las vidas ajenas, quién existe y quién no".

Pregunta. ¿Cuánto de imaginación y cuánta realidad hay en esta novela de no ficción? ¿Es un ensayo, una novela, una crónica?

Respuesta. Es una novela hecha con historias reales. Hay demasiado sexo como para ser un ensayo… y muchos personajes de carne y hueso como para ser simplemente una ficción. Es una novela que se alimenta de algo que está vivo y es un poco tabú, que es superactual y que a la vez genera mucho recelo, porque todos estamos de acuerdo en que defender los derechos de las mujeres es primordial, la pregunta es qué pasa cuando tienes mecanismos para condenar a alguien que van por fuera de la ley, que es la que suele condenar en los estados de derecho. Creo que cuando escribes una novela te nutres de todos los registros porque lo importante es que las historias salten la página y te interpelen, se queden contigo.

P. ¿Y cómo han reaccionado los lectores?

R. Me escribieron muchas abogadas, me invitaron a hablar con ellas. A muchas feministas les gustó porque el libro no es antifeminista, al contrario. Me interesa entender el poder que tenemos las mujeres, entender dónde estamos paradas. Hay una idea del feminismo que se aboca a enfocar a la mujer como víctima esencial, creo que es un enfoque muy desempoderante. Por el contrario, me parece importante justipreciar el poder que tenemos. Además, lo divertido es que las cosas siempre son más complicadas cuando el deseo está en juego: ¿se corresponde tu deseo con tu ideología? ¿Las cosas que te excitan son las que tu ideología aprueba?

"Como mujer y como feminista, quiero salir de ese lugar sagrado donde no se puede pensar"

P. ¿Qué es un bad hombre?

R. Un bad hombre es, ante todo, una incógnita. Es una expresión que empezó a usar Donald Trump durante su campaña de 2016: se refería a los hombres latinos que veía como una amenaza, que están penetrando las fronteras de Estados Unidos sin su consentimiento, digamos. Es el indeseable, aquel cuya existencia tiene que ser revisada, corregida, expulsada. Me interesó que, al mismo tiempo, las feministas americanas parecían converger en el mismo problema: el hombre seductor, el amante latino digamos, era calificado como un ser tóxico, como algo a erradicar. Y me interesó porque las feministas no eran votantes de Trump, no coincidían ideológicamente con él, pero ambos coincidían en el mismo "enemigo".

P. Usted misma sufrió una campaña de cancelación por su supuesto "negacionismo" sobre el número de víctimas de la represión argentina en la dictadura. ¿No es en sí mismo un crimen horrendo, sean 30.000 o 20.000 los desaparecidos?

R. Las desapariciones de la dictadura son un crimen horrendo de lesa humanidad, sea el número que sea. No solo los asesinaron sin juicio, quitándoles sus bebés a las que eran madres: al matarlos les negaron la sepultura, algo que los humanos hacemos desde la era Neanderthal. El tema es que el kirchnerismo utilizó políticamente el drama de los años 70, y buscó volverlo una cuestión ideológica y partidaria, en lugar de un drama histórico que nos atañe a todos los argentinos. Estipularon que solo había un número que podía decirse, los 30.000 desaparecidos, y a la vez hay organizaciones de derechos humanos (donde está Fernández Meijide, cuyo hijo Pablo fue desaparecido) que cuentan la cantidad de denuncias y estipulan un tercio de eso.

"El kirchnerismo utilizó políticamente el drama de los años 70, y buscó volverlo una cuestión ideológica y partidaria"

»Ambos números pueden coexistir, porque 30.000 es un número simbólico que busca englobar a las familias de quienes no pudieron denunciar; pero no deja de ser un número simbólico, un house number como se denomina en otras masacres. El tema es que, en ese momento, a cualquiera que se moviera un palmo de la narrativa kirchnerista se le castigaba con escraches, y eso es lo que una antigua amiga, Lola, quiso activar en mi contra, en Alemania, donde "negacionista" alude al contexto de ellos, del Holocausto, donde además ser negacionista es un delito.

P. El libro narra los intentos de algunas mujeres de acabar con la vida profesional y personal de sus examantes, por celos, por salud, por desamor... ¿Estamos ante un uso espurio de la sororidad, un abuso del feminismo? ¿Tras el Me Too ha llegado la hora de la venganza?

R. Creo que vale la pena profundizar sobre el fenómeno antes que ponerle una etiqueta. El libro investiga cómo detrás de la defensa de un ideal muy puro y bueno, como son los derechos de las mujeres, se juegan otras cosas detrás. Por ejemplo, vemos cómo la política utiliza esa bandera porque le sirve como coartada para cometer sus propias transgresiones. Como en uno de los casos que cuento, a veces son las redes feministas mismas las que sirven de protección a hombres abusadores (quizás este mecanismo ha beneficiado a Errejón durante un tiempo, por ejemplo). Pueden mitigar una acusación o, por el contrario, activarla con toda la fuerza.

»Es interesante estudiar cómo se produce una especie de permiso para la destrucción con legitimidad social, pero quienes se benefician con esos linchamientos no son exactamente las mujeres… a veces son otros hombres. ¿Los verdaderos bad hombres? A veces, cuando hay un escrache contra un hombre, puede que ni siquiera haya una mujer víctima detrás… es otro caso de bad hombre. Entonces las cosas son mucho más grises y por eso más interesantes, y el libro se mete con eso. Lo que me interesa, como escritora y como feminista, es salir de ese lugar donde no se puede pensar nada porque te estás metiendo con algo sagrado.

P. ¿Qué papel juegan las redes en la cancelación? ¿Son el combustible necesario para que el incendio sea incontrolable, aunque no haya pruebas ni denuncias?

R. Las redes sociales son fundamentales para que los escraches ganen tracción, pero no es la única manera. Muchas veces los escraches funcionan por afuera. Son escraches silenciosos, con blancos muy definidos y generalmente tienen la intención de hacer daño profesional, mientras que la persona que denuncia permanece anónima.

P. ¿Cómo hemos llegado a este momento en que, como escribe usted, "no basta con que una verdad sea verdadera, porque una mentira organizada es tan real como una buena historia"?

R. Eso es lo interesante y terrible de nuestra época. Esta capacidad de volverte el personaje de una novela de la que no puedes salir es una de las cosas que me motivaron a escribir Bad hombre. La posverdad no es algo abstracto, relacionado con hechos políticos o con guerras: lo mismo que le pasa a Trump o a Kamala te puede pasar a ti. Todos somos personajes posibles de fake news, y además vivimos en un medio superliterario, porque es como si la materia de todo lo que nos rodea son discursos, verdaderos y falsos, pero las mentiras tienen la misma materialidad que las verdades, y el problema es que cuando son más atractivas y/o morbosas, cuando tocan centros de dopamina en quienes las leen, ya no las puedes parar.

"Íñigo Errejón fue muy funcional en crear el cadalso que ahora mismo le arrastra"

P. De haber escrito el libro ahora, ¿hubiese añadido el caso de Íñigo Errejón en él? ¿Qué es lo que más le ha sorprendido y/o decepcionado de su doble vida, que el partido lo supiese y lo ocultase, que pueda ser parte de una batalla política?

R. No hubiera añadido a Íñigo, porque los políticos son elegidos para cumplir un rol y, cuando no están a la altura ética de ese rol, es lógico que dejen sus cargos. Por supuesto es interesante el caso porque Íñigo fue muy funcional en crear el cadalso que ahora mismo le arrastra. En Argentina pasó algo muy parecido: el presidente que se decía feminista y que "había terminado con el patriarcado" está siendo enjuiciado por pegarle a la mujer. Y se destapó que era un machirulo total; si el peronismo ganaba las elecciones, hubiera sido nuestro embajador en España.

»Tampoco me sorprende que el escándalo de Íñigo sirva para tapar otras cosas, es decir, que haya otros hombres del socialismo beneficiados con este rearmado de la zona de la izquierda. En el libro cuento de una feminista que encubre a un abusador, porque es de su espacio político, porque le gusta; es probable que Íñigo haya generado fascinaciones así.

P. En el libro hay una figura esencial que sirve de contrapunto, Victoria Ocampo: ¿qué es lo que le resulta más atractivo de esta escritora avanzada a su tiempo?

R. Ocampo es increíble. La siento muy cercana y leerla me ayuda a entender mejor nuestra época. Era una mujer de una generosidad inusitada, que se gastó absolutamente toda su fortuna en fundar una cultura moderna para Argentina.

P. ¿Comparte con ella su curioso patriotismo ("mi única patria es el hombre"), o su fe en una república del espíritu sin fronteras?

R. Victoria creía en un sueño globalizador que se parece bastante a nuestra idea de Occidente liberal: derechos para las mujeres, libertad de prensa, de pensamiento. Le hubiera parecido incomprensible una izquierda que apoya dictaduras donde las mujeres no tienen derechos, por ejemplo. Su relación con los hombres también es interesante porque, si bien la fascinan, los trata bastante como objetos. Los necesita para decorar esta nueva modernidad que está fundando para su patria argentina. Así se trajo a Ortega y Gasset, a Tagore, a Roger Caillois, a Malraux, los traduce, los hace circular y así crea nuestro gusto, nuestra sensibilidad propia de ser la capital de un imperio imaginario.

P. Tras una infancia viajera (su padre era marino), ha vivido en Estados Unidos (San Francisco), y ahora en Barcelona desde la pandemia. ¿Qué ha cambiado a mejor y qué a peor en esta ciudad fascinante?

R. Barcelona es espectacular, es una gran ciudad y a la vez es tan pequeñita; esa contradicción tiene algo mágico, es como el bolso de Mary Poppins. Ahora que vivo aquí descubrí la zona de la Bonanova, que me parece muy similar al barrio de Belgrano, donde crecí en Buenos Aires. "Belgrano es un país", decía una publicidad de los años 80, es decir que Belgrano siempre tuvo algo "indepe", igual que Barcelona. Me gusta esa sintonía. Aunque el Puigdemont no hubiera funcionado en Belgrano, desconfiamos de los adultos que se peinan como niños pequeños.

P. Y hablando de posverdades y populismos, ¿qué piensa del presidente Milei, es tan peligroso y tan indiferente a la cultura como dicen?

R. Creo que pensar que es peligroso alguien elegido democráticamente (después de una elección complejísima, que incluyó tres votaciones) es una actitud totalmente alérgica al análisis, por no decir antidemocrática. Milei es una expresión que habla de una reacción visceral contra el kirchnerismo, la facción en el poder hace veinticinco años. Creo que él quiere dar una guerra cultural, y lo que logra es que cada uno haga lo que le da la gana. No veo surgir una cultura Milei, veo que él tiene pasta para ser payaso, y que le funciona, es su forma de construir un nuevo peronismo.

¿Vive Barcelona un nuevo boom?

De izquierda a derecha, Javier Argüello, Roberto Wong, Constanza Ternicier y Rodrigo Fresán.

De izquierda a derecha, Javier Argüello, Roberto Wong, Constanza Ternicier y Rodrigo Fresán.

Desde hace unos años, comienza a consolidarse la idea de que Barcelona está acogiendo a los futuros protagonistas de un nuevo boom literario latinoamericano, comparable, al menos por su efervescencia y vitalidad, al que protagonizaron en los años setenta García Márquez, Vargas Llosa, José Donoso o Julio Cortázar, entre otros.

Décadas después, la historia se repite con escritores de toda Hispanoamérica y de muy diversas generaciones, pues junto a autores y críticos de referencia como Laura Restrepo (1950) o Rodrigo Fresán (1963), allí viven y escriben Juan Pablo Villalobos (1973), Javier Argüello (1972), Santiago Roncagliolo (1975) o Melba Escobar (1976).

Y si a menudo Fresán dice que Barcelona es su ciudad, y que la encuentra "bastante perfecta para un escritor", Pola Oloixarac afirma no saber si hay un boom o no aunque le encantaría: "Barcelona es increíble, es muy elegante y misteriosa, pero a la vez es playera, la gente va en ojotas. Que haya una guerra por el lenguaje me parece algo muy romántico. Es una disputa por el corazón, por la música de cómo tienen que sonar las cosas. Creo que quedarse en la superficie política del conflicto catalán es no apreciar esa rara belleza fuera del tiempo".

Y parece que lo mejor está por llegar, con una nueva hornada de autores entre los que destacan Verónica Nieto (1978), Flor Braier (1979), Isabel-Cristina Arenas (1980), Eduardo Ruiz Sosa (1983) –que recordaba hace poco que lo que más le asombró de Barcelona es que en las actividades culturales de la ciudad apenas participaban jóvenes–, Sorayda Peguero Isaac (1982), Roberto Wong (1982) o Constanza Ternicier (1985), que llegó a la ciudad obnubilada no tanto por el boom como por Roberto Bolaño.