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Letras

La verdad, en la boca del bufón y a la cara del poder: Iñaki Domínguez contra el discurso 'woke'

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El gorro de cascabeles del bufón es, además del elemento que mejor lo identifica, una parodia de la realeza medieval. Los monarcas necesitaban a un bufón cerca, bien para que los entretuvieran, bien para que les arrojasen a la cara la verdad que necesitaban saber. Desde la sátira y el sarcasmo, a menudo, pero con la contundencia requerida. El bufón era el ancla entre la corte y el mundo real, como demuestra la presencia de la enana –abundaban los deformes– en Las meninas de Velázquez.

Bufones

Iñaki Domínguez

Ariel, 2024. 224 páginas. 19,90 €

"La contracara del rey, situado en el extremo opuesto a él y, al mismo tiempo, el más cercano, su confidente, el único que puede hablarle con libertad". Así lo definió Michel Foucault, tal vez la referencia más persistente de cuantas jalonan el nuevo libro de Iñaki Domínguez, Bufones. Humor, censura e ideología en los tiempos de internet (Ariel).

Licenciado en Filosofía y doctor en Antropología Cultural, el autor de Macarras ibéricos (Akal, 2022) y La verdadera historia de la Panda del Moco (Ariel, 2023) vuelve a bucear en las aguas de la cultura popular, aunque esta vez esgrime una reflexión cercana al ensayo filosófico que se apoya en nombres como Erasmo de Róterdam, Feuerbach, Ortega y Gasset, Carl Jung y Sloterdijk.

Si bien el título puede llevar a engaño, Bufones es más ambiciosa y arriesgada que sus obras anteriores, en tanto que los charcos que pisa salpican a un sector demasiado extenso de nuestra sociedad. Domínguez está convencido de que el Me Too y los movimientos vinculados a la cultura de la cancelación son el resultado del puritanismo imperante, ahogado en el delirio de la corrección política.

El autor sitúa los orígenes del "discurso woke", de carácter "conservador" por más que su bandera sea enarbolada por la izquierda, hace una década en Estados Unidos. Su naturaleza, no obstante, arraiga en la fundación del "país de la falsa libertad y cuna del capitalismo más radical". Según Domínguez, la religión protestante, influenciada por el Dios punitivo del Antiguo Testamento, impregna el espíritu de una corriente "totalitaria", aunque también remite a las delaciones de la catolicísima Inquisición.

Iñaki Domínguez considera que el discurso 'woke' es conservador, por más que su bandera sea enarbolada por la izquierda

España se habría contagiado de esta "obsesión puritana" consistente en "castigar a todo aquel que cuestiona ciertos dogmas" a través de las redes sociales, principal foco de transmisión. "Este tipo de linchamientos digitales son un modo de compensar la completa impotencia en la que se ve sumida a diario la persona media", que "pasa a cobrar poder al formar parte de una multitud justiciera", apunta, al tiempo que lamenta cómo gran parte de esa sociedad, absorbida por la "reinante hipocresía general", "no llega ni de lejos a alcanzar los estándares éticos que exige para otros".

Los justicieros de los años 60 en Estados Unidos habrían acabado con Lenny Bruce, el cómico que murió de una sobredosis de heroína poco antes de entrar en prisión. Su agresivo discurso contra algunas figuras públicas, así como la obscenidad de sus chistes, le valieron la persecución de las instituciones. El de Jim Morrison fue un caso análogo. Detenido y condenado por exhibicionismo –mostró sus genitales en un concierto–, el líder de The Doors fue el chivo expiatorio de la contracultura, que atentaba contra los valores de la sociedad estadounidense.

"Hoy también se cancela a humoristas y artistas para preservar la pureza moral de la sociedad, solo que el contenido moral dominante es supuestamente de corte antirracista, feminista, antihomófobo, etcétera", resume Domínguez, que no deja de arremeter, siguiendo a Nietzsche, contra el cinismo del "rebaño". El autor vuelve al punto de partida del libro, la imperiosa necesidad de la verdad, para cuestionar –apoyándose en Foucault– que la democracia sea el sistema propicio para resguardarla.

Entre las consecuencias de la deriva woke, la que más le aterra es que hayamos puesto en duda el dogma científico. En alusión al debate en torno a la identidad trans, de la que tanto se ha burlado Dave Chapelle, uno de los monologuistas del momento, Domínguez impugna que haya "personas cuyas carreras pueden verse afectadas al decir cosas como que 'solo hay dos sexos', un principio biológico bien conocido". En este sentido, "es esta tensión entre verdad y moral dominante la base de las censuras y cancelaciones que tienen hoy lugar, puesto que la moral es también ideología", resuelve.

¿Cuál es, por tanto, la solución para esta deriva? El humor. El cómico y actor estadounidense Orlando Jones afirma que "la labor de la comedia consiste en atacar a los poderosos, en examinarlos, para que se examinen a sí mismos. Pero aún más importante es lograr que el público se examine a sí mismo". Por aquí cabe recordar las palabras de Paul Mooney, humorista afroamericano fallecido en 2021, que defendía los chistes –supuestamente racistas– de Lenny Bruce: "El contexto lo es todo. Y lo gracioso es gracioso, da igual lo racista que sea un chiste; también si es religioso o sexual".

La risa, que hunde sus raíces en lo irracional y lo catártico, es el filtro ideal para desvelar verdades. Los cómicos, transgresores de tabúes y costumbres establecidas, son los elegidos para "hacernos libres", pues están en los márgenes. "Solo aquel que vive en las afueras de la sociedad tiene potestad para decir lo que de verdad piensa", señala Domínguez, que cree en el humor como la "herramienta para salvar el mundo".