Historia del 'milagro' cultural español: de las "movidas" de Felipe González al 3,3 del PIB
- Sergio Vila-Sanjuán hace un balance positivo de la cultura de nuestro país en democracia, aunque alerte de que desde 2007 hayamos perdido impulso e ilusión.
- Más información: ¿Ya no es sexi ser culto? Los creadores debaten
Pocos profesionales puede haber más idóneos que Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) para relatarnos la evolución del sector cultural en España en el último medio siglo. En 1977, en la redacción de Mundo Diario, bajó por vez primera a la trinchera del periodismo cultureta, y en ella sigue. Desde el 87 ejerce el oficio en La Vanguardia, donde dirige el suplemento Cultura/s. Tan prolongada labor que le permite firmar con la autoridad del testigo directo el libro Cultura española en democracia. Una crónica breve de 50 años (1975-2024).
Estructurado por décadas, muestra un emocionante contraste. El que hay entre el punto de partida, aquel franquismo cercenador de iniciativas no concordantes con el credo nacionalcatólico, y un presente plurívoco, colmado de acontecimientos (programaciones, festivales, ferias…) y sustentado en magníficas instituciones e infraestructuras (museos, centros culturales, auditorios…).
Un conjunto de logros para sacar pecho, incluido que las industrias culturales alcancen hoy el 3,3 del PIB, porcentaje similar al de Francia. Nuestra inversión en cultura, por otro lado, está “bien situada en relación a los países del sur de Europa, y próxima a los centrales”. Aunque, eso sí, “muy lejos de los nórdicos y bálticos”.
Con esta lectura hacemos, pues, un recorrido fascinante que, como recuerda Vila-Sanjuán, ha estado marcado desde las instancias políticas por dos maneras de entender la cultura. Los gobiernos de Felipe González, con figuras conspicuas (Semprún, Solana, Alborch) como ministros del ramo, la interpretaron como un pilar del propio Estado.
En los años 80, de ‘movidas’ calientes (la de Madrid y sus calles bullangueras) y frías (la de Barcelona y sus diseñadores), “el PSOE apostó por el Estado cultural como forma contundente para la modernización del país, modificando la legislación para beneficiar a las industrias culturales. Las inversiones se multiplicaron”.
Vila-Sanjuán hace un balance positivo aunque alerte de que desde 2007 hayamos perdido impulso e ilusión
Fue una apuesta afín al modelo francés iniciado por Malraux en Francia y “llevado al extremo” por Jack Lang, ministro de Cultura con Mitterrand, que generó también voces críticas en el país galo. Marc Fumaroli, acuñador del concepto “Estado cultural”, lo impugnó por someter la actividad creativa a una función ideológica legitimadora. Vila-Sanjuán, admirador de Fumaroli, rompe no obstante una lanza por aquel empuje socialista: “Hubo ambición y grandeza de miras”.
Una grandeza que, sin embargo, no aprecia en los gobiernos populares posteriores, con una actitud a priori menos intervencionista, interpretada en el gremio como simple desinterés. Aunque hubo casos de –podríamos decir– intervencionismo a la contra, como el incremento del IVA a un 21%. Un casus belli que no pasa por alto Vila-Sanjúan, que denuncia asimismo la disolución ministerial de la cultura en el deporte y la educación, y que no se encomendase a primeros espadas del gremio, amén de reclutar a secretarios de Estado de fuste como Luis Alberto de Cuenca y José María Lassalle.
No percibe, en todo caso, una inquietud por la cultura remarcable en Pedro Sánchez, que sustituyó a Miquel Iceta (artífice –dice– de “una buena gestión”, con logros como la internacionalización de nuestros escritores en Fráncfort) por un Ernest Urtasun sin credenciales. “La gestión cultural ya no parece tan emblemática ni identitaria para el PSOE sanchista”.
Vila-Sanjuán, con esta crónica sintética pero con vocación exhaustiva, amena y clarificadora, hace a la postre un balance muy positivo de estas décadas, aunque alerte de que desde 2007 hemos perdido impulso e ilusión. Hacen falta gestores con ideas, carisma y visión amplia para que la situación cultural patria resplandezca de nuevo.