Carmen Martín Gaite y su hija frente a Manhattan en el viaje que hace Marta a Nueva York para visitar a su madre (1980). Foto: Archivo Carmen Martín Gaite / Biblioteca de Castilla y León

Carmen Martín Gaite y su hija frente a Manhattan en el viaje que hace Marta a Nueva York para visitar a su madre (1980). Foto: Archivo Carmen Martín Gaite / Biblioteca de Castilla y León

Letras

Carmen Martín Gaite: los amores de la reina de las nieves

La escritora hizo literatura de la vida y vida de la literatura, pero jamás noveló las inquietudes ni los dramas o sueños de las dos personas a las que más amó: su madre y su hija.

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A pesar de sus novelas en las que a menudo retrató con sutileza estampas de su infancia o de la vida en una ciudad de provincias tras la Guerra Civil, con sus lastres de miedo y desesperanza, no hay en la obra de Carmen Martín Gaite un libro de autoficción protagonizado por los grandes amores de su vida. Si aparecen quienes marcaron su existencia y su escritura, lo hacen casi a escondidas. Hablamos, sobre todo, de su madre, María Gaite, y de su hija, Marta Sánchez Gaite, pero también de su padre, el notario José Martín, de su legendario esposo, Rafael Sánchez Ferlosio, su malogrado hijo Miguel y de su hermana mayor, Ana María.

De ahí el interés singular de De hija a madre, de madre a hija, el libro que lanza en marzo la editorial Siruela, en edición de José Teruel, máximo especialista en la obra de la escritora, que acaba de alzarse con el Premio Comillas precisamente con una biografía sobre la escritora.

La obra reúne dos textos breves, "intensos y dispersos": "De su ventana a la mía", escrito en 1982 y "El otoño de Poughkeepsie", de 1985. Escritos ambos en Nueva York y en fechas muy próximas a las muertes de su madre y de su hija, en ellos conviven, "con perfecta sintonía y destreza", tanto "la experiencia del vínculo y la pérdida, el diario íntimo y la fabulación, así como su dimensión de hija y madre", afirma Teruel en el prólogo.

De hija a madre, de madre a hija reúne dos textos breves, "intensos y dispersos" escritos ambos en Nueva York

Quizá por eso, destaca, se trata de "los títulos más logrados en su obra de cómo la intimidad en bruto no se entiende si no se destila con el filtro del sueño o del cuento". O como la propia Martín Gaite anotó en uno de sus Cuadernos de todo, "no se dice lo secreto, se cuenta". Y ella no podía, no sabía, vivir sin narrar.

Entre Carmiña y su madre, María Gaite Veloso (Orense, 1894-Madrid, 1978), existió siempre una honda complicidad. María Gaite, una gallega alegre y muy vital, sin estudios pero con una gran biblioteca que solía leer a sus hijas de pequeñas, supo contagiarles su curiosidad intelectual y su arrojo, hasta convertirlas en unas "mujeres raras" para su época, de esas que no ansiaban marido sino cultura y libertad.

En el "cuarto de atrás" donde las niñas pasaban las tardes haciendo los deberes y jugando, también les enseñó a coser y a mirar, y dio a Carmen un consejo que la escritora nunca olvidó y que leemos en "De su ventana a la mía": el secreto (en la costura, en la escritura y en la vida) está en no tener prisa "y en atender a cada puntada como si esa que das fuera la cosa más importante de tu vida".

Esa complicidad única sólo la romperá la muerte. En 1978, con dos meses de diferencia, fallecen los padres de la novelista, que reconocerá a Raúl Cremades, autor de Carmiña encuadernada, que nunca había logrado superar por completo la ausencia de su madre.

Carmen Martín Gaite con su hija Marta Sánchez Martín y los abuelos de esta en el cumpleaños de María Gaite Veloso. Foto: Archivo Carmen Martín Gaite / Biblioteca de Castilla y León

Carmen Martín Gaite con su hija Marta Sánchez Martín y los abuelos de esta en el cumpleaños de María Gaite Veloso. Foto: Archivo Carmen Martín Gaite / Biblioteca de Castilla y León

Otro de sus grandes amores fue Rafael Sánchez Ferlosio, al que conoció en Madrid en 1950 y que formó de inmediato parte de su grupo de grandes amigos, con Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Luis Martín-Santos, Alfonso Sastre y Josefina Rodríguez, entre otros. Se casaron en 1953 y un año más tarde nacía su primer hijo, Miguel, que falleció de meningitis con apenas siete meses de edad.

Martín Gaite se refugió entonces en la escritura, remató su novela Entre visillos, y sin que Ferlosio lo supiera, la presentó al premio Nadal 1958. El resto es historia. Como historia fue su matrimonio en 1970, cuando Ferlosio se fue de casa y ella y su hija Marta, nacida en 1956, se quedaron en el piso de Doctor Esquerdo. Con todo, cuando en 1973 publicó por fin su tesis doctoral, Usos amorosos del dieciocho en España, se la dedicó a él: "Para Rafael, que me enseñó a habitar la soledad y a no ser una señora".

En el documental La reina de las nieves, de Mariela Atriles, numerosos amigos subrayan la complicidad entre madre e hija y cómo Marta era la referencia de la vida personal y literaria de Carmen. Sus vínculos eran tan especiales que en el documental Amancio Prada, gran amigo de las dos, confiesa no haber conocido "una relación tan confidente y sincera entre una madre y una hija”.

Más aún, Marcos Giralt Torrente recuerda que a menudo los amigos de Marta iban a su casa y acababan siendo íntimos de la madre, que les dedicó su novela Retahilas: "Para Marta y sus amigos, Máximo, Elisabeth [...], siempre turnándose al quite de mis horas muertas".

A Marta le debió también el apodo de "Calila", deformación infantil de Carmiña, y su afición a los "Cuadernos de todo". En 1961, cuando la niña, entonces de cinco años, quiso hacer a su madre un regalo de cumpleaños, para personalizarlo escribió en la cubierta de la libreta: "calila martín gaite. cuaderno de todo".
Marta, a la que apodadan la Torci porque desde pequeña no paraba quieta y en la cuna siempre la encontraban "torcida", estudió Filología Inglesa, tradujo a Capote, Kipling, Durrell y a Patricia Highsmith y trabajó en la editorial Nostromo.

Educada en casa y en absoluta libertad –Martín Gaite solía afirmar que la joven no tenía nada que aprender de ella, sino más bien al contrario–, ella y sus amigos descubrieron las drogas, sobre todo la heroína. Novia de Carlos Castilla, hijo del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, se contagió de sida por culpa de una jeringuilla compartida, pero no fue la única en caer: José Ángel Valente perdió a su hijo Antonio; Eduardo Haro Tecglen enterró a tres de sus seis hijos y Castilla del Pino a cinco de sus siete vástagos por culpa de la droga.

Marta murió de neumonía el 8 de abril de 1985 en Madrid, a los 28 años de edad. Y Carmen se rindió al dolor. Solo una invitación a Nueva York logró animarla para reinventarse, pero mientras su hermana la llevaba al aeropuerto, le dijo a bocajarro: "Te das cuenta de que nuestra vida terminó, ¿verdad?".

Sin embargo, allí, como cuenta en "El otoño de Poughkeepsie", la esperaba Juan Carlos Eguillor, quien logró despertar en ella el afán por crear y recrearse gracias a una nueva novela, Caperucita en Manhattan. "Esta Caperucita es uno de los inventos que más me han alegrado la vida, una especie de milagro imprevisible, como una flor exótica, nacida entre los cardos del erial", confesará poco antes de que el libro, que ahora lleva 51 ediciones, fuese publicado en 1990.

Pero el dolor no descansa: al traducir y prologar Una pena en observación, de C. S. Lewis, explicará que tras sufrir una pérdida personal tan grande se puede llegar a creer que con el tiempo la pena se suavizará. Hasta que "inesperadamente, te atraviesa un rayo de dolor al rojo vivo" que te parte en dos. No, la tristeza nunca la abandonó. Quizá por eso, al publicar en 1992 Nubosidad variable, se la dedicó a Marta, a la Torci: "Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo y en el nombre por el que me llamaba".