
Cristina Sánchez-Andrade. Foto: María Gaminde
Cristina Sánchez-Andrade salpica su nueva novela con espiritismo, hechizos, bacanales y supersticiones
La escritora recrea en 'Habitada', su nueva novela, un mundo rural primitivo, fuera de la historia y de la civilización, donde imperan la lujuria y la violencia.
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Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968) ha creado ya un mundo de ficción propio desde el cultivo de una libérrima imaginación en cuyo apoyo utiliza el fondo legendario y el escenario de su tierra natal. En Habitada, sigue en sus trece y dispuesta a rizar el rizo. En principio, el contenido parece un puro revoltijo de anécdotas fantásticas, pero esa impresión caótica se atiene a un relato con sólido contenido argumental, que es uno de los atractivos de esta escritora que disfruta inventando historias. Y la que ahora presenta es fuerte.

Habitada
Cristina Sánchez-Andrade
Anagrama, 2025. 225 páginas. 17,90 €
Habitada se centra en la peripecia de Manuela, joven labriega coruñesa, contada por ella misma. La chica se halla recluida en una especie de manicomio y sometida a arcaicas terapias. Desde su encierro evoca el rasgo determinante de su personalidad: mora en su cuerpo un ser ajeno con quien convive con naturalidad, aunque no sin protestas. Cuando un pretendiente la requiere, se subleva y reniega de esa peregrina identidad. "Cómo voy a ser Manuela", le dice al solicitante. "Soy un clérigo, un clérigo muerto en La Habana que vuelve al mundo de los vivos a cumplir una misión", le aclara.
No se ve bien cuál sea el cometido, pero el caso es que ella se comunica con la voz varonil del ser que la posee –la habita–, viste ropa frailuna y se expresa con acento y giros cubanos. La chica y el fraile mantienen una relación tan hipostática y se llega a un caso de fusión del doble tan extremo que cuando habla lo hace, para sorpresa y desconcierto del lector, en masculino.
Esta línea argumental da pie a un anecdotario que remite a una realidad menos fantaseada, según suele hacer Sánchez-Andrade. En ella se encuentran elementos casi documentales o testimoniales de la época en que se sitúa el relato, hace ahora justo un siglo. Manuela entra a servir en régimen de esclavitud en casa de un noble local y se ve sometida a la dictadura de un abad. Un fondo de denuncia histórico-social, de un mundo feudal sometido a la tiranía de los poderosos y el clero, marca esta parte del contenido, y lo muestra con fuerza revulsiva, aunque en todo momento supeditado al entorno legendario.
El marco sobreabunda en fenómenos y datos llamativos: magia, nigromancia, espiritismo, hechizos, brujería, curanderismo, meigas, bacanales, supersticiones… En suma, la autora recrea un mundo rural primitivo, fuera de la historia y de la civilización, donde lujuria, promiscuidad, escatología, bestialismo y violencia imperan. Tanta barbarie produce, claro, rechazo pero la autora no busca ese único efecto porque otros elementos más amables, hasta divertidos, lo contrapesan.

Así el encanto de las vagalumes, las mariposas del bosque. Así la vindicación de los faladoiros, las reuniones vecinales en que se cuentan historietas al fin de la jornada. Así el humor sacrílego que se burla de la Biblia. En fin, con jugosas y felices invenciones como la de Isolina Agar, la espantallo o espantapájaros mimada cual estrella de rock.
Lo mucho que tiene de visionario el mundo fantasmal reproducido le lleva a Sánchez-Andrade a evitar la convencional recreación realista. En su lugar, opta por recursos experimentales. La primera parte condena las mayúsculas al comienzo de oración, conculca criterios académicos en sintaxis y signos de puntuación y corta las líneas a capricho.
Este procedimiento resulta acertado para representar la realidad como melopea mental y le añade un atinado énfasis poemático. Algo dificulta la lectura y por ello habría sido mejor que apareciera antes la parte siguiente, donde está la sustancia narrativa. Así, tras conocer los hechos, apreciaríamos mejor el sugestivo descontrol de una cabeza loca.