
Edna O'Brien. Foto: Murdo MacLeod
Con Edna O'Brien llegó el escándalo: la gran enemiga de la Irlanda moralista, de nuevo en las librerías
Lumen recupera 'Agosto es un mes diabólico', cuarta obra de la escritora, un retrato femenino que conserva su frescura y un erotismo grotesco.
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El radical conservadurismo irlandés de los años sesenta, la hipocresía sobre la represión femenina y los prejuicios religiosos trataron de destruir a una entonces joven escritora Edna O'Brien (Tuamgranery, 1930-Londres, 2024). Vilipendiada, vetada, odiada en Irlanda durante muchos años, denigrada por su familia, O'Brien utilizó el sentimiento ambivalente hacia su país, para dar intensidad y pasión a sus primeras obras. Destapó realidades incómodas y contribuyó a la conciencia de libertad social y sexual de las mujeres.

Agosto es un mes diabólico
Edna O'Brien
Traducción de Mireia Bofill
Lumen, 2025
184 páginas. 17,95 €
Su tratamiento directo de la frustración y deseos eróticos de las jóvenes irlandesas, en la trilogía que comenzó en 1960, con Las chicas de campo, y prosiguió con La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas, publicadas en España por Errata Naturae, revolvieron a la pudibunda sociedad irlandesa. Estas novelas y las tres siguientes, entre ellas Agosto es un mes diabólico, cuarta obra de la escritora, fueron prohibidas por la feroz censura de Irlanda.
Se ha dicho que no es cierto que se quemara su novela Las chicas de campo en las plazas irlandesas, pero la propia O'Brien declaró que el párroco de su pueblo llegó a quemar algunos ejemplares en el exterior de la iglesia. Fue "la enemiga número uno" de la Irlanda moralista. Sólo en 2015, el presidente irlandés Michael D. Higgins se disculpó públicamente con la escritora por el dolor que le había causado su propio país.
La pecadora O'Brien, tras sesenta años de carrera como novelista, dramaturga, biógrafa de Byron y Joyce y autora de relatos, ha sido admirada por tantos grandes de la literatura que la injusticia quedó sepultada por los reconocimientos. Para Richard Ford o Philip Roth, que afirmó que era "la escritora con más talento en lengua inglesa", para Alice Munro o John Banville, Edna O'Brien significó "una revolución en la escritura irlandesa". Harold Bloom, poco dado a incluir a escritoras en su Canon Occidental, señala el libro de relatos A Fanatic Heart entre las grandes obras de Gran Bretaña e Irlanda.
Su pecado fue nacer en un pequeño pueblo del Oeste de Irlanda, de un padre alcohólico que se fue jugando las tierras de la familia y una madre ultrarreligiosa, que había emigrado a los Estados Unidos para trabajar como sirvienta en Brooklyn, para más tarde regresar al pueblo y formar una familia disfuncional. O'Brien leía desde niña a Thackeray, Dostoievski, Chéjov y, todavía peor, a su compatriota James Joyce.
El internado de las hermanas de la Misericordia contribuyó a la atmósfera opresiva de aquellos años. Obligada por sus padres, estudió Farmacia en Dublín y en 1954 se casó, en contra de su familia, con el escritor divorciado Ernest Gébler, 16 años mayor que ella.
Instalados en Londres, O'Brien criaba a sus dos hijos y leía manuscritos para la editorial Hutchinson, que convencidos de su talento le pidieron que escribiera una novela. Resultó ser Las chicas de campo, con triunfo en Inglaterra y escándalo en Irlanda. Kingsley Amis escribió en The Observer que la novela "merecía su premio personal del año". Desde entonces se le atribuye a la escritora el Premio Kingsley Amis, galardón que, por cierto, no existe. Edna O'Brien empezaba a tener más éxito que su esposo y los celos no tardaron en envenenar las relaciones, rotas, finalmente, en 1964.
Con esta novela deliciosa, O'Brien anticipó un retrato femenino reflexivo y autocrítico
Desde ese estado de libertad, en la ciudad que se despertaba de la grisura de la posguerra, en el swinging London de la liberación sexual, las drogas y la desbordante emancipación de las mujeres, O'Brien escribió Agosto es un mes diabólico, ahora publicado por Lumen. En aquellos años O’Brien asistió a una conferencia sobre la obra de Scott Fitzgerald y Hemingway que supuso una inspiración estilística para ella.
Entre el viejo William Thackeray y Scott Fitzgerald, entre la comedia de costumbres y la ironía observadora de un mundo burbujeante y vacío, con golpes geniales de autoparodia, se despliega este agosto ardiente y decepcionante para la heroína de Edna O'Brien.
La obra conserva su frescura y un erotismo grotesco y culpable, que debemos situar en una época de cambios en las vidas de las mujeres. La protagonista, Ellen, de veintiocho años, separada de su marido, algo neurótica y deseosa de nuevas experiencias sexuales, aprovecha la excursión de su "ex" a Gales con su hijo de siete años, para intentar liberarse en el verano londinense: "Ansiaba ser libre y joven y estar desnuda con todos los hombres del mundo y que ellos le hicieran el amor, todos a la vez".
En su primera aventura coexisten la exaltación amorosa y la decepción. Ellen imagina entonces el mundo fastuoso de la Riviera Francesa. Consigue un billete para la costa de Cannes, compra un vestuario que imaginamos propio de Carnaby Street e improvisa una nueva personalidad arrolladora. Sus primeros flirteos en el avión y en el hotel dan lugar a desastrosos malentendidos.
Siempre hay en el horizonte una mujer más hermosa, que atrae la atención de los donjuanes. Esa ansiedad no se desprende del personaje, incluso cuando seduce a un famoso actor americano rodeado de vividores y mujeres de mundo dispuestos a disfrutar de las fiestas lujosas y los night clubs.
Desenfreno, alcohol, drogas y sexo sin ataduras, llevan a Ellen al borde de un abismo para el que no está preparada. Un giro dramático en la historia trunca sus fantasías de golpe. Ellen es sensualmente inconsecuente, inventa una diversión desenfrenada por la que paga un alto precio, pero no tira la toalla.
Sus ideas sobre ella misma, entre la autoironía y la desesperación, los diálogos estrambóticos de la sociedad pintoresca de los bohemios, son lo más brillante de la novela. A diferencia de Francis Scott Fitzgerald, O'Brien no estaba fascinada por los ricos superficiales, por lo que siempre destila sátira para sus extravagancias.
Con esta novela deliciosa de un diabólico agosto, la irlandesa Edna O’Brien anticipó un retrato femenino reflexivo y autocrítico con el que iban a coincidir muchas jóvenes escritoras en años sucesivos y en el siglo XXI.