Un fotograma de la película 'Pleasure' (2021), dirigida por Ninja Thyberg

Un fotograma de la película 'Pleasure' (2021), dirigida por Ninja Thyberg

Letras

Porno y capitalismo: cada vez más salvaje, más deshumanizado y más precario

Los libros 'Pornocracia', de Jorge Dioni, y 'Porno', de Polly Barton, reflexionan acerca del impacto de la pornografía en las relaciones humanas y su absoluta identificación con el modelo neoliberal.

Más información: Sean Baker: el director indie obsesionado con el comercio sexual, nominado a cuatro premios Oscar por 'Anora'

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A pesar de ser omnipresente e hiperrealista, el porno se nos presenta como una silueta nebulosa en la que resulta imposible penetrar hasta el fondo (ya perdonará el lector la chanza). Está en todos lados y es accesible desde cualquier dispositivo electrónico, forma parte de la conversación social de nuestro tiempo, y sin embargo se habla con poco rigor al respecto.

Los recovecos de este universo no están suficientemente iluminados. La imagen codificada de las películas porno en Canal Plus la madrugada de los viernes —aquellos 90, aquellos 2000— es una buena metáfora de lo que significa hoy para la mayoría. Sabemos qué es, imposible no darse de bruces con una escena en cualquier momento, pero ¿quién lo conoce? ¿Quién enciende la vela? ¿Quién detiene un rodaje para qué le muestren el estado de los camerinos?

La escritora británica Polly Barton tenía una sensación similar antes de ponerse a escribir Porno, un libro en el que recopila 19 entrevistas con mujeres y hombres corrientes, gente cercana a la autora, a la que cuentan sus experiencias con la pornografía y las impresiones que estas les causaron. "Mi motivación para escribir era, por encima de todo, la sensación de que las conversaciones que yo consideraba importantes sobre porno no se daban", leemos en el prólogo de este volumen, que publicará la editorial Altamarea en las próximas semanas. 

La lectura de estos testimonios, altamente reveladores, nos remite a la principal tesis que sostiene Jorge Dioni en Pornocracia, un texto mucho más ambicioso. Auspiciado por Arpa, el sello que albergó el exitoso ensayo La España de las piscinas (2021) y El malestar de las ciudades (2023), el nuevo libro del escritor y periodista es una reflexión acerca del impacto de la pornografía en las relaciones humanas y su absoluta identificación con el capitalismo. El porno incluso parece un pretexto para escudriñar el modelo económico neoliberal. En realidad, es el mundo el que se comporta como el porno.

Necesitamos exhibirnos en nuestro escaparate particular, las redes sociales, que nos lanzan el contenido que en algún momento hemos buscado (o sobre el que hemos conversado). Sí, el porno y el capitalismo funcionan como un sistema que se retroalimenta. Según Dioni, el visionado de una escena sexual explícita comparte la misma estructura que el ritual de consumo: "Excitación, acción, descarga, bajona y, de nuevo, ¿qué deseas?". Además, "el porno muestra la manifestación de la voluntad neoliberal: lo hago porque puedo".

Un fotograma de la serie 'Supersex', dedicada al actor porno Rocco Siffredi

Un fotograma de la serie 'Supersex', dedicada al actor porno Rocco Siffredi

Se nos presenta a través de una suma interminable de etiquetas "para que cualquier nicho pueda ser satisfecho", dice Dioni. Todo está a nuestro alcance, hay barra libre, pero también por esto es mucho más previsible, o sea, estrangula las posibilidades de sentir placer. Nos excita, sí, pero no tiene nada que ver con el deseo porque no hay sorpresa. Incluso en los 90, cuando las 'vacas gordas', la narratividad del porno, ahora obsoleta, podía generar deseo en el espectador: eran películas, no escenas, y por tanto había un argumento. Y vestuario y maquillaje y localizaciones. Ahora ni siquiera se contempla la 'cuestión artística'.

Esto resulta clave: la precariedad. El porno, como bastión del capitalismo imperante, se ajusta al geist de nuestro tiempo. Antes una película podía contar con un presupuesto de cientos de miles de dólares. Jenna Jameson, la actriz de cine para adultos mejor pagada de la historia, ingresó 30 millones por 253 películas a lo largo de la historia. Bien es cierto que se trata de un caso excepcional, como recuerda el autor de Pornocracia, pero la diferencia con Mia Khalifa, una de las últimas grandes estrellas, es sustantiva.

Se acabaron las grandes producciones, la piratería dejó —nunca mejor dicho— todo al descubierto a principios de siglo, llevándose por delante las revistas y las películas, por lo que la industria tuvo que reinventarse. Escenarios austeros y emprendedores del oficio. Ahora en Estados Unidos una actriz, que normalmente cobra un 30% más que el actor, no gana más de 1.000 dólares por una escena normal. Y a esta cantidad habría que restarle los impuestos, la tarifa del representante y las pruebas de salud. En España, no suelen cobrar más de lo que equivale, en euros, a la mitad.

Aquello de que las nuevas tecnologías iban a democratizar la producción era un cuento chino. Ciertamente, han posibilitado la autogestión —una webcam para que la actriz 'venda' su cuerpo en distintas plataformas— y la conexión directa con el espectador/cliente, pero los intermediarios siguen existiendo: Onlyfans se queda un alto porcentaje y, en muchos casos, es un agente el que cobra por posicionar a la actriz.

Gente blanda haciendo porno duro

La situación es, por tanto, mucho más precaria. Eso sí: la tarifa de las actrices sube si estas aceptan hacer escenas de porno duro. Cuanto más salvaje, más dinero. El capitalismo no engaña a nadie, pero oculta oscuros pasadizos. E indica que las relaciones entre personas se han convertido en relaciones económicas. Por tanto, no las empodera porque en realidad ellas no deciden: no son independientes; son un producto sometido a la mirada siempre masculina.

La Mala Rodríguez contó su experiencia en Onlyfans hace solo unos días en el programa Lo de Évole de Atresmedia: "No se lo recomiendo a nadie, es entrar en un mundo turbio y oscuro. Es una forma de prostitución. Pagan por tener algo de ti y luego se creen que son tus dueños", fueron algunos de sus comentarios. 

Un fotograma de la película 'Pleasure', dirigida por Ninja Thyberg

Un fotograma de la película 'Pleasure', dirigida por Ninja Thyberg

Dioni reflexiona sobre la masculinidad en primera persona: "Seguimos siendo los fuertes, los empotradores, los que deciden, los que controlan el relato. Es un refugio donde nuestros deseos se cumplen". Efectivamente, se ha vuelto más violento. No es casual que el porno hetero sea absolutamente dominante. Y en este las mujeres interactúan, pero los hombres no. Y hablando de dominaciones, un apunte: en buena parte de las escenas, la felación se ha sustituido por la irrumación: "El varón realiza los movimientos y controla el ritmo o el alcance de la penetración en lugar de quedarse tumbado y dejarse hacer", explica Dioni.

En el neoliberalismo todo es competencia. Si no te da para pagar las facturas, apuesta por el hardcore, que es lo que ahora vende. Poco importa que la actriz, en muchos casos, esté visiblemente sufriendo, o que el argumento central de las escenas —buena parte de ellas son una simulación de la realidad— frivolice con la idea del consentimiento —el tamaño del pene suele ser el motivo por el que acaban aceptando— y siempre cosifique a la mujer: si no la ofrecen dinero, encarna a la sirvienta o a la secretaria del jefe. O es la que ha acudido a un casting despistada y acaba haciendo una escena para adultos.

La deshumanización, como vemos, es otra de las consecuencias del porno/capitalismo. Más allá de que aparezcan genitales y el espectador pueda ver sexo explícito, lo que distingue al porno —y más en estos tiempos— es la literalidad, la ausencia de contexto, de correlato. En sus dos últimos libros, el poeta Pablo García Casado indaga en ese vacío. Tanto en el poemario La cámara te quiere (Visor, 2019) como en su primera novela, La madre del futbolista (Visor, 2022), el porno desencadena los conflictos. Ambos son incómodos, como la mejor literatura, y aportan múltiples perspectivas a una cuestión llena de aristas.

"El porno nos muestra el extremo de la desnudez, hasta llegar incluso a la entraña misma de los cuerpos, pero a la vez obvia e invisibiliza quién es esa persona, cómo se llama, cómo es su vida más allá de la pantalla", dice el autor a El Cultural. No está tan de acuerdo en que el porno sea un botón del modelo económico imperante. "Paradigma del neoliberalismo pueden ser también las redes sociales, la competición de Liga o la cocina de vanguardia. Y querer convertirlo en un emblema de este tiempo también es inexacto porque el porno nació mucho antes de la revolución de internet", alega.

Un fotograma de la película 'Pleasure', dirigida por Ninja Thyberg

Un fotograma de la película 'Pleasure', dirigida por Ninja Thyberg

En efecto, porno hubo siempre. Lo acreditan Las 120 jornadas de Sodoma del Marqués de Jade. El escritor Emmanuel Carrère, por seguir con la bibliografía, es uno de los escritores contemporáneos que ha abordado este asunto sin tapujos. En la celebrada El reino, obra publicada en Anagrama en 2015, relata sus experiencias visitando páginas webs porno mientras buceaba en los orígenes del cristianismo. La misma editorial alumbró el brillante ensayo La ceremonia del porno, de Andrés Barba y Javier Montes, que ganaron el Premio Anagrama de Ensayo en 2007.

Seguramente sea, junto al que ahora nos ocupa, el texto más importante de los que en España se han escrito acerca del consumo de pornografía. Pornocracia, precisamente, contiene múltiples referencias en este sentido. Dioni, además, incluye algunos antecedentes del porno tal y como lo conocemos: es el caso de las stag movies, acaso el primer registro de lo que entendemos por pornografía visual: películas muy breves que a comienzos del siglo XX se proyectaban en burdeles. Hasta Alfonso XIII organizó fiestas para visionar estas cintas con sus amigos.

Una farsa perturbadora

Por cierto, la duración real de una escena estaba entonces en torno a los dos minutos, lejísimos de las de ahora, que normalmente sobrepasan la media hora. Una vez más constatamos que el porno actual, tan omnipresente, determina las relaciones humanas, en tanto que desvirtúa la realidad del sexo —el tamaño de los genitales, el aguante del varón sin eyacular en pleno acto— y propicia absurdas frustraciones.

"En esta época la producción y las posibilidades de acceso se han multiplicado exponencialmente", concede el poeta García Casado. Tal es la cantidad de contenido que en la plataforma Xvideos puedes encontrarte un banner publicitario que, según Dioni, te asegura que si entras "acabarás en dos minutos". Un paradigma del modelo neoliberal tal vez es mucho decir, pero desde luego refleja el tiempo líquido (esto no es una broma) en el que vivimos.

La principal preocupación de todos es el acceso totalmente libre a los contenidos, que deja a los más jóvenes en la situación de mayor vulnerabilidad. "Me extraña que para poder entrar en determinados lugares de internet existan extraordinarias barreras de seguridad y sin embargo el porno se despacha con una simple pregunta: '¿Eres mayor de 18 años?'", lamenta García Casado. "Este ejemplo indica que las leyes, en este tema, miran hacia otro lado, no sé si por falta de interés o por desconocimiento o porque, simplemente, el porno no está en eso que ahora llaman la agenda", añade.

Dioni, por su parte, nos recuerda que la edad media de iniciación en el visionado de porno en España son los doce años; aunque, en el 20% de los casos, se produce cuando el menor tiene solo ocho, según un estudio de la Universidad de las Islas Baleares realizado en 2018, el mayor publicado en España.

Por su parte, un estudio del Ministerio de Interior (Violencia sexual ejercida en grupo. Análisis epidemiológico y aspectos criminológicos en España) en el que se analizaron 491 hechos ocurridos entre 2013 y 2017 revela que una de cada tres agresiones sexuales en grupo fue perpetrada por menores. Fueron principalmente hombres (97,2%). La edad media de los autores fue de 23,8 años, aunque el informe destaca que a mayor número de agresores, menor es su edad.

Con todo, "hay que huir de las explicaciones sencillas del tipo 'hacemos lo que vemos'", según propone Dioni. Su frontalidad ante la masculinización del porno y su naturaleza capitalista es rotunda, pero también inserta matices que se agradecen. Por ejemplo, cuando habla de los rodajes: "Aunque existen historias de abusos, las filmaciones profesionales suelen ser lugares con un ambiente laboral razonable y hasta cordial". Si el porno sigue interesando tanto no es porque sea prohibido, pues ya no lo es, sino porque alberga multitud de claroscuros. Ahí está el relato del que carecen las escenas del cine para adultos.