China para hipocondríacos
José Ovejero
7 marzo, 1999 01:00El premio Grandes Viajeros de 1998, convocado por Ediciones B y la compañía Iberia, se concedió precisamente a un libro que también tiene a China como meta. Me refiero a China para hipocondríacos, del poeta y narrador José Ovejero. Este viajero aborda su aventura con esa inestabilidad emocional (morriña, nostalgia, miedo) que suele afectar a la mayoría de las personas que viajan a lugares remotos e inseguros, pero que normalmente no se tiene la valentía de reconocer. La compañía de una mujer, Renate, dará estabilidad a una aventura no exenta de pruebas.
En el propósito y fondo del libro alienta ese deseo repentino del viajero de encontrarse en una parte extraña del mundo a la manera de "un personaje de Borges". China es el país remoto y misterioso por excelencia y, el viaje a él, también puede ser atractivo para el viajero por otras circunstancias que, luego, no acaban siendo tan atractivas: el régimen comunista y la creencia de acercarse a un país en el que no se está "rodeado de miseria". Estos dos "estímulos" se desharán una vez que el viajero se vea sumergido en la realidad cotidiana de China.
El libro describe dos grandes etapas. Por una parte, la estancia de un mes en la universidad de Nanjing para aprender mínimamente el idioma con el que poder desenvolverse más tarde y ese otro mes empleado en recorrer China. Con el lema que el viajero se fija -"El riesgo suele merecer la pena"- se superarán todo tipo de pruebas, e incluso el coraje más vivo aflorará en momentos de injusticia. Este afán justiciero del protagonista, frente a la rigidez del sistema, puede acabar siendo uno de los recursos transformadores de la nueva China, junto al voraz interés de sus habitantes por las formas más domésticas de la sociedad occidental (los coches, las músicas y los hábitos de los más jóvenes.)
Un choque constante de lo que el protagonista llama "el síndrome del National Geographic" (la búsqueda de lo exótico) con la difícil realidad del día a día, hacen de este libro una aventura en la que los impulsos y motivaciones del viajero constituyen la parte central. Ni la atractiva posibilidad de acceder a la ruta, ya abierta, del Tíbet, saca al viajero de ese afán valiente de preferir la vida común, por más hosca que ésta pueda resultarle.
Esa realidad, esa dura prueba constante para un occidental (en los hoteles, en las comidas, en las normas), se llena, sin embargo, de hallazgos y de sorpresas continuas; aunque la aureola no sea precisamente amorosa. No hay besos ni caricias entre las parejas chinas, escribe Ovejero, pero de noche, en la oscuridad de los parques, parece forjarse con besos sonoros una nueva revolución: la del sencillo, bello y, tantas veces, reprimido amor.