Ensayo

El mundo de Parmenides

Karl Popper

21 noviembre, 1999 01:00

Ediciones Paidás. Barcelona, 1999. 429 páginas, 3.900 pesetas.

El retorno que a Popper le importa, y cuyos pasos da con ímpetu juvenil, es un retorno a " la simple racionalidad directa de los presocráticos". Una racionalidad en la que la simplicidad e intrepidez de los interrogantes planteados juegan un papel importante.

Gracias a una feliz iniciativa de Ame F. Petersen se reúnen en este volumen, traducido de modo impecable por Carlos Solís, una serie de trabajos en los que Popper ahonda, en su última época productiva, quebrada definitivamente en 1994, en uno de sus temas favoritos. O, mejor, en una "situación problemática" que siempre le tentó: la contorneada por las aportaciones de los filósofos presocráticos, "que dieron a Europa su filosofía, su ciencia y su humanismo". Aportaciones germinales, pues, entre las que Parménides ocupa, tal y como Popper enfoca la cosa, un lugar estelar. En estas páginas tan claras y originales como todas las suyas, el autor de una de las obras más polémicas e influyentes de nuestro siglo, La sociedad abierta y sus enemigos (1945), que le consagró en su momento como filósofo social eminente, cumple con gesto no menos polémico su propio programa enunciado ya en 1958 en Conjeturas y refutaciones, de "retorno a los presocráticos". Que nadie busque aquí resultados doctos de una paciente crítica textual, algo escasamente valorado por Popper. Pero tampoco una aportación más o menos relevante y especializada al desarrollo técnico (y tópico) de un viejo e ilustre tema histórico-filosófico, que encajaría poco con las tenaces críticas de Popper a los filósofos rendidos a la tentación del especialismo.

Popper ha sido, en efecto, capaz de revolucionar la filosofía de la ciencia de nuestro siglo en polémica con el Círculo de Viena, la filosofía social y política o la epistemología gracias tal vez a ese carácter unitario de su discurso y a la fidelidad a unas tesis de fondo, que ha aplicado en todas las direcciones, Es posible que a esa condición suya de filósofo en el sentido a un tiempo general y eminente del término, así como su gran claridad expositiva, se deba lo plural de su influencia, Que se extiende, ciertamente, desde teóricos del arte tan representativos como Gombrich hasta esa radicalización de su epistemología zalibilista y pluralista que tan ruidosamente protagonizaron hace unos años teóricos "pospositivistas" de la ciencia como Lakatos o Feyerabend, desde políticos de muy diverso signo -tanto socialdemócratas como liberales-, hasta científicos en activo preocupados por su bagage metodológico.

Este Popper de la mirada amplia y del gesto resuelto es el que brilla en estas páginas tardías, que algunos encontrarán banales, otros en exceso heterodoxas y los más, quizá, sencillamente incitadoras. Porque tan heterodoxo como incitante es, por ejemplo, negar a Parménides la condición de ontólogo, desde una clara desvalorización de la ontología como una teoría vacía de la que nada de interés se puede esperar, para ver en él un cosmólogo eminente: el autor de una teoría deductiva del mundo de gran fuerza inaugural, que Leucipo y Demócrito convertirían enseguida en una teoría hipotético-deductiva. O situar el origen del fundamentalismo filosófico, tan contrario a su propio conjeturalismo, en Aristóteles y no en Platón...

El retorno que a Popper le importa aquí, y cuyos pasos da con ímpetu sorprendentemente juvenil, es un retorno a "la simple racionalidad directa de los presocráticos", Una racionalidad en la que la simplicidad e intrepidez de los interrogantes planteados juega, sí, un papel importante. Pero que se autoconcibe, sobre todo, como una actitud decididamente crítica. Popper viene, pues, en definitiva, a descifrar a Jenófanes o Parménides como predecesores de su propia filosofía, el racionalismo crítico, lo que hace que sus interpretaciones sean del mayor interés para una mejor comprensión de la misma (algo que cabría, por cierto, afirmar a propósito de todos los historiadores filosóficos y no meramente filológicos de la filosofía de gran envergadura, de Hegel a Heideggen)

Las señas de identidad de esta actitud son bien conocidas: la creencia en la capacidad humana tanto de autodeterminación moral como de desarrollo de una razón crítica que no busca seguridades últimas, sino, más allá de toda posible estrategia de inmunización, meras aproximaciones a una verdad nunca definitivamente alcanzable; la convicción de que es el activismo de la razón el que ordena, mediante teorías, el mundo, teorías a propósito de las que lo importante no es tanto su confirmación positiva cuanto su posibilidad de contrastación negativa, de "falsación", de acuerdo con el método del ensayo y error; la aceptación del carácter conjetural del conocimiento humano y, en fin, la defensa de un pensamiento capaz de proceder por alternativas y no por exclusiones dogmáticas. Nada más lógico, pues, que el uso, por parte de Popper, para unos presocráticos interpretados en esta estela, del término "ilustración".

Karl Popper (Viena 1902Londres 1993). Estudió en la Universidad de su ciudad natal, donde formó parte del Círculo de Viena. Miembro polémico, criticó duramente el positivismo lógico. En 1935 publicó su primer libro sobre metodología científica, La lógica del descubrimiento científico. Durante el ascenso del nazismo, se estableció en Nueva Zelanda, donde permaneció hasta el final de la Guerra. Entre 1949 y 1969 fue profesor de lógica y método científico en la Universidad de Londres.