Image: Razones para actuar

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Ensayo

Razones para actuar

John R. Searle

28 junio, 2000 02:00

Premio Jovellanos 2000. Nobel. Oviedo, 2000. 289 páginas, 2.350 pesetas

¿Qué es una razón para la acción? La respuesta de Searle, minuciosa y fundamentada en el que es el mejor de sus libros, pasa por un replanteamiento de la relación entre razones y deseos: "La parte difícil de la razón práctica consiste en calcular cuáles son los fines"

El ser humano es un ser que habla, que piensa y que actúa "racionalmente". O lo que es igual, un ser que posee un lenguaje articulado, que es capaz de tomar decisiones "racionales" y de reflexionar tanto sobre sus reflexiones, como sobre sus deseos y preferencias. Que es capaz, en fin, de desarrollar, en virtud de su libertad, un pensamiento y una conducta específicamente "racionales". No es éste el primer estudio de esta racionalidad esencial, propiamente universal en la medida en que ha de ser asumida como un rasgo definitorio de nuestra especie, que emprende Searle. Pero sí es el más profundo, sistemático y resolutorio. Y también el más combativo, toda vez, al menos, en que la estrategia analítica y expositiva de su autor -muy merecidamente galardonado con el último premio Jovellanos- pasa por una inspirada crítica del "modelo clásico" de la acción racional. Un modelo canónicamente dominante -aunque, ciertamente, no sin variantes diferenciales ni fisuras, algunas de ellas de gran relevancia- en la cultura occidental desde el aristotelismo, cuanto menos, y que en nuestros días ha alcanzado su formulación formalmente más completa y a la vez más influyente en la teoría matemática de la decisión racional.

Lo que en este modelo de racionalidad está en juego es, simplemente, el cálculo de los medios para la obtención de unos fines dados. Así puestas las cosas la razón práctica, delimitada por la frontera de la rentabilidad y de la calculabilidad, tiene que empezar con un inventario de los fines primarios del agente, incluyendo las metas y los deseos fundamentales, los objetivos y los propósitos, que no están a su vez, sujetos a constricciones racionales, dándose por supuesto que las acciones así definidas como "racionales" están causadas por creencias y deseos.
Lo "racional" afecta, pues, aquí centralmente a la economía de la relación medios/fines, a las operaciones de maximización a ellas relativas, que son dos: bien maximizar los resultados en orden a los fines en juego, dados unos medios, bien minimizar los medios necesarios una vez fijados unos resultados perseguidos y clarificados los fines. Dicho de otra manera: formalmente racional -y de eso se trata aquí: de un modelo formal- es quien elige lo que de acuerdo con sus deseos y preferencias y en unas determinadas condiciones contextuales cree como lo mejor que tiene a su alcance valiéndose de los medios más adecuados para ello. Lo que conlleva, entre otras cosas, el que las razones que motivan a actuar vengan causadas por creencias y deseos -que es como decir por intereses-

No a otra cosa apuntaba, por lo demás, Max Weber con su famosa "racionalidad mesológica" o Horkheimer con su "razón instrumental" vacías ambas, en su condición puramente formal o "subjetiva", de toda relevancia en lo que afecta a los patrones o criterios sustantivos o "fuertes" de racionalidad práctica moral o práctico-estética. Sólo que la vía resolutoria escogida por Searle no pasa por la rehabilitación, al modo frankfurtiano, de una improbable "razón sustantiva" capaz de englobar vinculantemente razón práctica y capacidad de enjuiciamiento estético y de aserto teleológico, por muy lejos que se sitúe él también de la común reducción de la racionalidad a mero mecanismo calculador de efectividades.

Tras analizar con notable claridad y pericia un tema tan central como el de la estructura básica de la intencionalidad desde la perspectiva de la condición intencional de la propia acción humana, Searle entra a fondo en la cuestión de las razones. ¿Qué es, en efecto, una razón para la acción? La respuesta de Searle, minuciosa y fundamentada, pasa por un replanteamiento a fondo de la relación entre razones y deseos: "La parte realmente difícil de la razón práctica consiste en calcular, en primer lugar, cuáles son los fines. Algunos de ellos son deseos, pero algunos son razones para la acción independientes del deseo y racionalmente obligatorios. Para tales razones, la razón es el fundamento del deseo, y el deseo no es el fundamento de la razón. Esto es, una vez que uno ve que tiene una razón para hacer algo que, por otra parte, no quiere hacer, uno ve que debe hacerlo y, a fortiori, que debe querer hacerlo. Y algunas veces, aunque no siempre, ese reconocimiento nos llevará a hacerlo".

Las implicaciones de este reenfoque, un tanto kantianizante, de la cuestión son muchas. Entre los méritos de este libro de Searte -el mejor, sin duda, de los suyos- figura también el de no haber dejado ninguna relevante en el tintero.