Image: Los científicos y Dios

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Ensayo

Los científicos y Dios

Antonio Fernández-Rañada

25 octubre, 2000 02:00

Nobel, 2000. 390 páginas. Claude Allègre: Dios frente a la ciencia. Traduc. de M. Formentor. Península, 2000. 191 páginas

Cada uno de los libros despliega en magnífico retablo las sucesivas doctrinas científicas y su relación con las religiosas y sus autores se acercan al problema de la compleja relación entre ciencia y Dios sin apriorismos, con respeto, sinceridad y honradez

Razón y fe, religión y ciencia... Durante más de dos siglos, tal vez desde siempre, se ha mantenido una confrontación entre estas dos estructuras del conocimiento. Ambas han modelado el mundo y, en particular, una sociedad como la occidental, que amalgama "la identidad religiosa de la Europa medieval y las ideas de la Ilustración, consecuencia en buena parte de la revolución científica". La dominación primera del saber por parte de la religión ha ido cediendo terreno, no sin resistencia, a una ciencia cada vez más pujante, hasta llegar hoy a parecer que ha quedado borrada toda idea de Dios. En este par de excelente libros, dos hombres de ciencia han querido enfocar este debate. Los dos son físicos y en la física se apoyan preferentemente, aunque sin descuidar otras ciencias, sobre todo la biología. Lógicamente también, por su pertenencia a una determinada cultura, y seguramente desde distinta y no declarada postura religiosa, se refieren con más detenimiento a la religión cristiana, pero tampoco eluden otras religiones e iglesias.

El profesor Fernández-Rañada pone su mirada en los científicos, intenta auscultar si en su entendimiento del universo dejan un lugar para la existencia de un Dios creador. La ciencia, dice, tiene un poder corrosivo frente a toda afirmación sin base suficiente, y si la creencia en Dios fuera, como algunos pretenden, sólo una entelequia del pasado, habría por parte de los científicos una completa unanimidad en contra de ella. ve y muestra que, al contrario, hay entre ellos, aparte de ateos y agnósticos, también creyentes de las más diversas confesiones.

No es cierto, pues, que profesen sin excepción un materialismo científico opuesto a lo trascendente de la religión, que piensen que el único conocimiento verdadero es el científico y que la ciencia puede resolver todos los problemas. Lo que la ciencia hace es describir cómo parece ser el mundo, incluido también el hombre, pero nada dice de por qué se comporta así. Va pasando revista a los distintos movimientos científicos, que no solamente crearon problemas con la religión sino controversias entre ellos mismos, y que, sin embargo, han sido seguidos tanto por creyentes como por agnósticos, convencidos de que no plantean contradicciones entre ciencia y religión.

También el profesor Allègre entiende que un científico creyente puede compaginar sin desgarro la vida profesional y la espiritual: "La práctica religiosa es una disciplina del espíritu, una formación en la que el creyente no ve contradicción ni confrontación con la ciencia". Su libro quiere responder a parecida cuestión: ¿Puede el mundo moderno del saber, regido por la razón, reservar un lugar a Dios? La ciencia que, por su mismo método, rechaza cualquier fuerza sobrenatural en su explicación del mundo, ¿tiene por sí misma poder para negar la existencia de Dios?

En el análisis que hace de las relaciones entre religiosos y ciencia, más que las de ésta con Dios, va recogiendo los enfrentamientos de las sucesivas corrientes científicas con -casi siempre- interpretaciones de la Biblia que se oponen a ellas, con consecuencias negativas para las religiones, dice, tanto más cuanto más encastilladas estuvieran.

Cada uno de los libros despliega en magnífico retablo las sucesivas doctrinas científicas y su relación con las religiosas y sus autores se acercan al problema sin apriorismos, con respeto, sinceridad y honradez intelectual (tal vez sobra alguna ironía en el caso de Allègre). Y llegan también a conclusiones no disímiles. Dice Rañada que las afirmaciones científicas ni refutan ni prueban la existencia de Dios; la ciencia no puede, sin salir de sí misma, decidir sobre cuestiones no pertenecientes a su propio dominio. "Los premios Nobel -afirma uno de ellos- no somos más competentes que el hombre de la calle para opinar sobre Dios o la religión". Análogamente, la fe no es para Allègre competencia de la razón y el científico no necesita de la religión para acometer sus trabajos. La ciencia ni invalida ni confirma la existencia de Dios, simplemente lo excluye de su campo de razonamiento: "Creer o no en Dios es y seguirá siendo una elección individual y respetable y que debe ser respetada. Se trata de un fundamento esencial de la libertad".

No parece, en efecto, difícil admitir la idea de que al hombre se le han dado dos caminos de conocimiento: la razón, para saber del mundo natural, y la revelación para el sobrenatural (cuya existencia puede rechazar). Sus proposiciones son los misterios en el caso de la fe y las leyes y teoremas en el de la ciencia.

Pero hay quienes ven todavía puntos de encuentro entre esos mundos: el salto al hombre desde el animal irracional parece distinto del resto de la evolución. ¿Puede la razón, "sin salir de sí misma", explicar cómo el hombre adquiere la razón? "La aparición del hombre todavía se nos escapa -dice Allègre. El hombre es un animal pensante y eso basta y sobra para marcar la diferencia". No quiero entrometerme más: los matemáticos, y puede servir como parábola, ya tenemos bastante, después de Güdel, con mantener la fe en proposiciones que no son demostrables.