Image: El mito del alma

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Ensayo

El mito del alma

Gonzalo Puente Ogea

8 noviembre, 2000 01:00

Este libro de Puente Ojea es un testimonio de la existencia del espíritu humano: todo él está plagado de expresiones intencionales, volitivas

Siglo XXI de España. Madrid, 2000. 573 páginas

La militancia de Puente Ojea contra la religión, el denodado empeño con que se esfuerza en convencernos de que no debemos creer, el afán de salvarnos de semejante equivocación lo convierte en una de las figuras más singulares de la cultura española

La militancia de Gonzalo Puente Ojea contra la religión, el denodado e incansable empeño con que se esfuerza en convencernos, por fas y por nefas, de que no debemos creer, el afán de salvarnos de semejante equivocación lo convierte en una de las figuras más singulares de la cultura española en la que vivimos inmersos. Ciertamente, la pluriformidad de nuestro tiempo y la feliz libertad de expresión de que gozamos (cosas que van unidas) dan lugar para todo y cabría encontrar especímenes para todos los gustos. Pero éste no es el menos llamativo y, además, tiene un aire paradójicamente añejo, romántico, porque, para buscar el fundamento de esa cruzada, presupone una fe en la ciencia que es digna del más rancio positivismo (aunque, a la postre, es una fe).

Dicho esto, y justamente por lo que acabo de decir, hay que añadir que Puente Ojea no defiende su causa de cualquier manera, sino que muestra un acabado y ancho conocimiento de la física, la química, la psicología y hasta la astronomía actual. El libro es, en cierto sentido, un alarde de ello; no lo entenderá fácilmente quien no posea un alto grado de conocimientos de esa naturaleza. Porque lo que hace Puente Ojea, en sustancia, es ir aproximándose al tema (crucial en la historia del pensamiento, desde Platón) de cómo puede engarzar lo espiritual en lo material: cuál es el nexo que une dos maneras de ser no sólo distintas sino contrapuestas, la del alma y la del cuerpo, siendo así que éste sin aquélla carecería, simplemente, de vida.

Puente Ojea lo resuelve tirando por la calle de en medio: la clave está en que el alma no existe; todo es materia, que, eso sí, no hay que concebir de manera burda, como algo torpe, amorfo, sino como una realidad capaz de generar epifenómenos que nos creen incluso la ilusión de la intencionalidad (o sea de que los actos humanos tienen una intención; reposan, por lo tanto, en un principio espiritual). (Pero nos creen la ilusión ¿a quiénes?, ¿cabe también que haya personas -un concepto que alude a lo inmaterial- en lo material?)

Gran parte del libro es un alegato científico, físico sobre todo, para probar que hay muchos estudiosos que piensan de este modo y que, los que no opinan así, no son coherentes. Pero, de continuo, se le va la pluma al autor hacia el desdén por lo religioso y, especialmente, por la Iglesia católica, que se presenta en este libro como un gigantesco guiñol que lleva veinte siglos engañándonos, inventándose la existencia del espíritu, acaso para sostenerse en el poder.

Pero ¿es posible que sea esto -el mero afán de poder- lo que ha llevado, por ejemplo, a nuestros Zubiri, Laín Entralgo, Ellacuría o Ruiz de la Peña a devanarse los sesos por buscar la manera de resolver ese problema, el del engarce dicho entre lo espiritual y lo corporal, a la luz de una reflexión filosófica, por decirlo así, incluso ajena, si hace falta, al compromiso de la estricta ortodoxia? No, a ellos se les acusa de "miopía analítica", de ser -el segundo- un "catequista principiante y sumiso" y cosas parecidas (págs. 518ss). No hay piedad en el libro para el que cree en el espíritu y, además, es culto.

El problema es que, al final del libro, lo único que queda claro es que el problema existe. Que no es aún posible (si es que algún día llega a serlo) explicar de manera satisfactoria cómo se da ese nexo de que hablábamos, que hace que el alma guíe el cuerpo y que lo haga, además, con intenciones, o sea libremente. Pero esto ya lo sabían Platón y Aristóteles. Sin duda, el desarrollo de la física y de la química, aplicadas al ser humano, ha ido aproximándonos al "lugar" del enlace entre alma y cuerpo, pero sólo para aclarar dónde, en el cuerpo (principalmente en los órganos relacionados de forma más estrecha con lo cognitivo), indicie la percepción de lo anímico. Lo que sabemos sobre el alma (que es lo que nos dice la psicología y la antropología filosófica), siendo mucho, sigue dejando un abismo difícilmente salvable entre lo espiritual y lo corpóreo. ¿Que la clave está en negar lo primero? Entonces caeremos en un juego de palabras. En realidad, el mismo libro de Puente Ojea es un testimonio de la existencia del espíritu humano: todo él está plagado de expresiones intencionales, volitivas.

Desde las primeras palabras: habla en ellas de "la creencia" en que existe el alma, cuya falsedad está "demostrada"; dice que él va a ajustarse a "criterios" de claridad, rigor y posibilidad de "comprensión"; que el lector ha de tener "cultura" humanística y científica... Todo esto presupone, justamente, lo que después nos dice que Platón y Aristóteles inventaron: el alma. Dudo mucho de que, para este viaje, sirvan estas alforjas.

Miembro de la carrera diplomática, Gonzalo Puente Ojea fue Subsecretario de Asuntos Exteriores y Embajador de España ante el Vaticano entre 1985 y 1987. Su actuación fue muy polémica, quizá por algunas de las creencias que defiende en El mito del alma: según la nota preliminar, su objetivo prioritario ha sido "presentar la información y la argumentación que fundamenten la tesis de que la creencia en un alma espiritual [...] se basa en un mito [...] y que debe tenerse por prácticamente demostrado que es una falsedad".