Image: La dignidad e igualdad de las lenguas

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Ensayo

La dignidad e igualdad de las lenguas

Juan Carlos Morno Cabrera

22 noviembre, 2000 01:00

Alianza. Madrid, 2000. 425 páginas, 2.500 pesetas

Es aconsejable que los especialistas contribuyan a explicar las cosas, a deshacer malos entendidos, en vez de ayudar a incrementar lugares comunes que no resisten la prueba del análisis

Enseñar deleitando, pedía el clásico. Mejor aún: decir con sencillez y claridad lo que es cierto, aunque ello suponga a veces poner en evidencia la condición de prejuicios de supuestas certezas del sentido común. Sabemos bastante bien los especialistas que las verdades in-genuas sobre las lenguas y el lenguaje están en ocasiones tan lejos de los conocimientos fundamentales de la lingöística como la alquimia de la química, o la astrología de la mecánica cuántica.

Este libro de Moreno Cabrera trata de las lenguas, de su convivencia y de la inevitable igualdad entre ellas. Y lo hace no desde la mirada interesada del propagandista sino desde la lingöística actual, de lo que esta disciplina ha mostrado y confirmado sobre su naturaleza, devenir y diversidad. Una de sus conclusiones, si es que ha de haberlas en un trabajo que procura no ser ideológico ni arengatorio, sino expositivo y razonado, es que todas las lenguas son iguales y todas han de respetarse y dejarse desarrollar armónicamente puesto que representan tesoros de la naturaleza, muestras de ramas de las que a veces sólo queda ya un único ejemplar, testimonios también de la cultura que impregna a esta entidad del mundo natural.

Al enfrentar su objeto de este modo, el autor navega contra una corriente a la que esa diversidad importa poco, según dicen por puro espíritu práctico; o en la que se ensalza la necesidad y conveniencia de una "lengua común" que, tal como están las cosas, habrá de ser, con poco que nos descuidemos, la lengua franca hoy dominante, es decir, el inglés. En nuestro medio, esa corriente está representada por obras como Lingöística y sentido común, de G. Salvador (1992) o El paraíso políglota, de Lodares (2000).

El título de uno de los capítulos del libro mencionado en primer lugar es de suyo muy elocuente: "La esencial desigualdad de las lenguas". Y en el segundo se sostiene, por ejemplo, que "Las pretensiones de bilingöismo armonioso son inverosímiles [...] en el aspirar a que la gente aprenda dos lenguas, y las mantenga, para hacer lo mismo que haría de sobra con una sola" (Lodares, pág. 269).

El libro de Moreno nos recuerda que buena parte de los prejuicios sobre el lenguaje han sido alimentados, en todas partes, por los lingöistas: el eurocentrismo y, más en general, el chovinismo lingöístico han invadido la actividad presuntamente objetiva de los estudiosos. Si las culturas más apreciadas eran la grecolatina y la india, entonces resultaba que las lenguas flexivas eran tipológicamente superiores. Si el poder económico lo tienen EE. UU. e Inglaterra, entonces el inglés estándar será el americano, o el británico, y no la variedad neozelandesa. Claro está que, apenas se profundice un poco, muchos de esos contundentes juicios se convertirán en castillos de arena: en 1928 Vendryès sostenía que "nosotros, los civilizados, abandonamos en la morfología la noción concreta de espacio y tendemos a expresar la noción abstracta de tiempo. Es un hecho de civilización". Pues bien, si este prestigioso lingöista hubiese podido acercarse algo más -difícil por aquellos años- a la morfología del chino o del japonés, donde apenas hay marcas temporales en la conjugación verbal , o hubiera podido prever los giros geopolíticos, seguro que se habría contenido algo más en su audaz generalización.

Pero la diversidad lingöística y la convivencia entre las lenguas ni dan mucho de sí para los chascarrillos, ni guardan relación directa con los fanatismos nacionalistas, que sólo buscan poder político y para ello, entre otras muchas cosas desde luego peores que la que comentamos, entronizan objetos supuestamente simbólicos; de fácil manejo precisamente porque los que reciben los mensajes no saben nada sobre esos objetos.

Por ello, y por aquello de que algo que preocupa tanto a todos, como son las lenguas -y la lengua de cada uno-, se entienda un poco más, es aconsejable que los especialistas contribuyan a explicar las cosas, a deshacer malos entendidos, en vez de ayudar a incrementar lugares comunes que no resisten la prueba del análisis. El libro de Moreno, como los de Pinker en el mundo anglosajón sobre cuestiones distintas y paralelas -que tanto han ayudado a que quienes aman de verdad el lenguaje empiecen a atisbar de qué va-, sirve mucho a esa finalidad esclarecedora.

Por su organización y su tono, La dignidad e igualdad de las lenguas es una especie de video-clip erudito y elegante, un ágil paseo por los temas de los que todos hablamos -si unas lenguas son estructuralmente mejores y otras peores, si unas son más fáciles y otras más difíciles o más o menos primitivas o civilizadas, si en el origen todo eran onomatopeyas, si el multilingöismo es la excepción o la regla, si sólo los idiomas que tienen lengua escrita merecen ser tratados con respeto, si es conveniente o no hacer reformas ortográficas y cuáles son las ventajas de las posiciones etimologistas frente a las otras, si el léxico de verdad refleja la "riqueza" de una lengua, ... entre las cuestiones más importantes-. Pero la gracia está en que cada uno de los veinte "capítulos-cuadros de una exposición" se detiene en el meollo, plantea los juicios/prejuicios, los analiza, los monta o desmonta con minuciosas informaciones contrastadas sobre lenguas muy diferentes entre sí (navajo, occitano, euskera, lenguas papúas, "pidgins" diversos, lenguas aborígenes australianas...), y nos sitúa, al fin, frente a lo que hoy podemos concluir sobre todas esas cuestiones.

No se trata para nada de que los expertos antiguos fuesen muy tontos y nosotros muy listos. Lo único que ha sucedido es, por una parte, que las grandes lenguas se han analizado con un detalle antes desconocido; una rápida ojeada a la bibliografía de Moreno nos pone en la pista de la cantidad de atlas, gramáticas y diccionarios sobre las lenguas del mundo que han aparecido recientemente. Veamos un par de ejemplos. He sugerido más arriba que ya no se sostiene la tesis humboldtiana de la supuesta superioridad de las lenguas flexivas. En efecto, sabemos hoy, primero, que prácticamente ninguna lengua es puramente flexiva, aglutinante o aislante; más aún, como indica nuestro autor, si así fuera el caso, habría que aceptar que el inglés ha ido empeorando, puesto que el inglés antiguo tenía más formas flexivas que el actual. ¡Vaya papelón!

Otro mito fácilmente desmontable, con poco que sepamos sobre los vocabularios y cómo se han formado, es el de que algunas lenguas no sirven para la modernidad (ni para determinadas disciplinas) y muestran a través de su léxico el ruralismo que las aqueja. Vendryès, a quien antes criticábamos, llevaba en esto, en cambio, mucha razón: "En realidad nunca una lengua ha rehusado servir al que tenía un pensamiento que expresar. No hagáis caso de autores que atribuyen a su lengua los defectos de sus obras" (apud Moreno: pág. 210). Podemos añadir que todas las lenguas están llenas de vocablos tomados prestados de otras, que llegan por rachas a lo largo de los siglos. El inglés posee un cuarenta por ciento de vocabulario romance afincado allí tras la invasión normanda, el castellano tiene germanismos que recibió de los visigodos, arabismos de la coexistencia con los árabes, galicismos del XVIII, múltiples anglicismos. Si les quitamos los préstamos, casi todas las lenguas son rurales y casi todas tienen también un vocabulario que debe actualizarse de continuo; con más vigor, claro, en los períodos de normalización. Y esto no sólo sucede en el léxico: todas las lenguas que han estado en contacto con otras están en alguna medida mezcladas entre sí, están un poco "criollizadas".

Una observación que recorre el libro de Moreno -lo he insinuado ya- es que muchos juicios de los especialistas sobre materias opinables relacionadas con las cuestiones anteriores están informados de prejuicios y son, por lo tanto y si se quiere, juicios políticos antes que científicos. No se trata de que un científico haya de renunciar a emitir juicios políticos que puedan legitimarse precisamente mediante lo que él mismo estudia (al contrario, qué mejor manera de contestar a quien nos diga que las lenguas indígenas tienen un vocabulario muy pobre que recordarle que en sona -una lengua bantú- hay diecisiete verbos para expresar maneras de caminar frente a nuestros tristes dos o tres verbos: andar, arrastrarse, retroceder). Pero lo que sí importa es que todos sepamos cuándo estamos hablando de política y cuándo de lingöística. Se trata asimismo de que no olvidemos el bagaje de la disciplina cuando vayamos a pronunciarnos sobre cuestiones que la subjetividad puede cargar sin que nos demos cuenta. Me refiero a asuntos tales como la enseñanza de la lengua y si ella ha de atenerse (o no) al dialecto "estándar", o a la de la enseñanza de las lenguas en las zonas bilingöes, o a la de la política -transnacional sin duda- que ha de desarrollarse para intentar salvaguardar al menos una parte de las miles de lenguas en peligro de extinción.

Respecto de cuestiones como estas no elude Moreno Cabrera un tono apasionado, que a primera vista puede parecer radical pero que suele aliviarse con una buena dosis de compromiso con lo que se puede hacer y, sobre todo, con lo que aconsejan la prudencia y la sensatez. El libro es una invitación al pensamiento libre y por lo tanto también a la discrepancia razonada. Por caso, Moreno hace notar con toda razón que "las situaciones de plurilingöismo y sesquilingöismo se vienen produciendo desde hace milenios en la historia de la humanidad". Pese a esto, cuando discute las políticas educativas parece desconfiar de que pueda existir una escuela bilingöe (págs. 222 y ss.), y cabría pensar que se inclina por una política de discriminación positiva en favor de la lengua minoritaria. A mi modo de ver, todo esfuerzo por el bilingöismo real es un esfuerzo por la convivencia y el enriquecimiento mutuos; además de por la flexibilidad mental y mejor disposición para seguir aprendiendo lenguas.
Es cierto, seguramente, que los estudios gramaticales descriptivos son implícitamente prescriptivos y también que la variedad estándar no es de suyo "ni mejor ni más auténtica que las variedades que pertenecen al conjunto de hablas que se dan dentro de la comunidad que ... adopta [ese estándar]"(pág. 59) . Sin embargo -añado- no debemos olvidar que la noción de "variante prestigiosa" a quienes más les gusta es a muchísimos usuarios legos, que parecen buscar desesperadamente una norma; los mismos, claro, que discriminarán luego ciertas hablas cuando contraten a un trabajador, pongamos por caso. Quiero decir que, por cierto que sea, no basta con que digamos que en puridad nadie habla "una" lengua ya que todos hablamos alguna variedad lingöística. Hay que introducir en la escuela la noción de variedad precisamente para que todos sepamos a qué atenernos. Sólo cabe aplaudir la ferviente invitación final a que los lingöistas nos planteemos medidas ecológicas, y una activa toma de posición, ante el riesgo de que miles de lenguas puedan muy pronto desaparecer sin que ni siquiera nos hayamos preocupado por describirlas.

Juan Carlos Moreno Cabrera es en la actualidad director del departamento de Lingöística de la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus obras destacan Curso universitario de Lingöística General. Tomo I: teoría de la gramática y sintaxis general. Tomo II: semántica, pragmática, morfología y fonología; Diccionario de lingöística neológico y multilingöe términos técnicos de las ciencias del lenguaje que se recogen por primera vez en un diccionario selección de la terminología gramatical de base no latina; Lenguas del mundo También dirige la edición española de la Enciclopedia del lenguaje de la Universidad de Cambridge.