Image: La novela popular en España

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Ensayo

La novela popular en España

Varios autores

20 diciembre, 2000 01:00

Editorial Robel. Madrid, 2000. 438 páginas, 4.750 pesetas

Algunos desarrollos de la sociología literaria han llevado en los últimos lustros a estudiar ciertas manifestaciones de literatura popular -casi siempre novelas de quiosco- antes desdeñadas por la crítica culta. Se trata de relatos pertenecientes a modalidades genéricas muy marcadas -novelas del Oeste, de aventuras, policiacas, de amor, etc.-, de acuerdo con los esquemas convencionales del cine de consumo. La importancia de estos productos baratos y de fácil lectura es más sociológica que artística. Ningún lector formado como tal entre 1940 y 1960 permaneció ajeno a estas colecciones. A ninguno le resultan desconocidos los nombres de José Mallorquí, Corín Tellado, Lafuente Estefanía, Fidel Prado o Trini de Figueroa, ni seudónimos como "Sergio Duval", "Alf Manz", "Silver Kane" o "Lía Yagos". Este libro reúne las aportaciones de diversos autores acerca de la literatura popular producida en España entre 1940 y 1970, que enmarcan el período áureo de estas creaciones, y añade un extenso y utilísimo catálogo, debido a Jorge Tarancón, en que se recoge la producción de más de ciento sesenta editoriales, muchas de ellas extraordinariamente activas: Molino, por ejemplo, llegó a tener cuarenta colecciones distintas de novelas populares en España y once en América; Bruguera mantuvo treinta en España -el mismo número que Cliper- y diecinueve en la otra orilla del Atlántico. Y hubo muchas otras igualmente dinámicas, como Toray, con 23 colecciones, o Rollán, que alcanzó 18. Para Tomás Gómez Ortiz, el auge de esta literatura acabó, como los periódicos vespertinos, "como consecuencia de la expansión de la televisión a partir de los años 1960" (pág. 137).

Por su parte, el colaborador que firma -para no desentonar- con el seudónimo "Fernando Martínez de la Hidalga" atribuye la decadencia de la novela popular al aumento del nivel de vida de la población, no sólo porque trajo consigo "otros medios de ocupar el ocio, como los viajes", sino también "porque el mayor nivel cultural parejo al desarrollo económico orientó a los lectores hacia otro tipo de lecturas de mayor calado intelectual" (pág. 19). En tal caso, habría que explicar a qué se debe la existencia actual de multitud de colecciones con títulos tan expresivos como Jazmín, Tentación, Gran Oeste, Dallas salvaje, F.B.I., Pistoleros del Oeste, Gaviota o La conquista del espacio, y por qué continúan reprimiéndose novelas de Corín Tellado o de Marcial Lafuente Estefanía.

Muchos de estos escritores populares, auténticos forzados de la máquina de escribir, acudieron a veces al seudónimo para ocultar su identidad por simple cautela: Marcial Lafuente Estefanía, que había sido oficial de artillería del ejército republicano durante la guerra civil y había sufrido una condena a muerte, adoptó al principio diversos nombres, como "Tony Spring" o "Dan Luce" para las novelas del Oeste y "Maria Luisa Beorlegui" para las de amor. Eduardo de Guzmán -descubierto como excelente memorialista en la transición- había escrito en periódicos anarquistas y utilizó seudónimos en su copiosa producción de obras de quiosco: como "Edward Goodman" escribió numerosas novelas del Oeste y de aventuras y reservó el seudónimo "Eddie Thorny" para los relatos policíacos. Hasta José Mallorquí, el inolvidable creador del Coyote -del que hay en este libro una espléndida semblanza a cargo de su hijo-, acudió a los seudónimos al comienzo de su fecunda carrera. De hecho, la primera aparición del Coyote estaba firmada por "Carter Murfold". Algunos autores descubiertos tardíamente para la literatura hicieron sus primeras armas en el cultivo de estos géneros populares. Así, Francisco González Ledesma, muy conocido a raíz de la obtención del premio Planeta en 1984, había sido durante años el fecundísimo "Silver Kane". Hasta el humorista Antonio Mingote publicó una novela policíaca titulada Ojos verdes con el seudónimo "Anthony Mask". Un caso especial lo constituye el escritor Pedro Víctor Debrigo de Duggi, cuya vida -esbozada aquí a grandes rasgos y muy eficazmente por González Ledesma (págs. 178-179)- es aún más novelesca que la de sus numerosos personajes. Con el seudónimo "Arnaldo Visconti" publicó colecciones escritas íntegramente por él, como El pirata negro y El galante aventurero -que suman entre ambas más de cien títulos-, y con el de "Peter Debry" colaboró asiduamente en series de aventuras o policíacas, como Servicio secreto o Brigada secreta.

La novela popular española de la posguerra no alcanzó gran calidad, y así lo reconocen los autores de este volumen colectivo. Ni las circunstancias ni la forma de producción facilitaban el sosiego creador. Pero hubo autores que, aún sometidos a las pautas de un género menor, dejaban entrever un talento narrativo especial, como Guillermo López Hipkiss, González Ledesma o Mallorquí, devorados por la necesidad de sobrevivir en tiempos difíciles.