Image: El pensador en escena

Image: El pensador en escena

Ensayo

El pensador en escena

Peter Sloterdijk

20 diciembre, 2000 01:00

Pre-textos. Valencia, 2000. 186 páginas. Normas para el parque humano. Siruela. Madrid, 2000. 96 páginas, 2.200 pesetas

Peter Sloterdijk se ha defendido de muchos reproches, la mayoría injustos, sobre su presunto coqueteo neonazi con una genética ficción del superhombre; ha aprovechado la polémica para denunciar la esclerosis de la Teoría Crítica en manos de Habermas

Curiosa similitud la existente entre la manera en que Sloterdijk describía hace años el sentido de la provocación con que Nietzsche supo saltar a la palestra cultural y el modo en que, durante el pasado otoño, él consiguió atraer la atención de los medios de comunicación con su conferencia sobre el fin del humanismo y el destino de la antropotécnica. Probablemente, la aparición casi simultánea en castellano de ambos refuerce ahora esta impresión, mas no por ello resulta menos revelador el paralelismo. Así es: en 1986, Sloterdijk publicaba su ensayo El pensador en escena. El materialismo de Nietszche, en el que sugería una novedosa lectura de El nacimiento de la tragedia y, sobre todo, de la polémica suscitada por este primer libro de Nietzsche. En lugar de reiterar la imagen del joven filólogo que, lleno de ingenuas esperanzas en la renovación de su disciplina, habría errado al presentar como indagación académica lo que no era sino una metafísica de artista y una crítica de la modernidad, Sloterdijk insistía en la decidida voluntad de irrumpir de manera espectacular en el panorama intelectual y cautivar a su auditorio que había animado a Nietzsche desde un principio.

Contemplados bajo esta luz, el decorado griego, el tono schopenhaueriano, el disfraz wagneriano e incluso el sacrificio del filólogo habrían sido mero pie para la escenificación del pensador como profeta de una cultura trágica moderna: una cultura empeñada en corregir tanto el optimismo superficial de una pseudoilustración "socrática", cuanto su empobrecedora separación de ciencia y arte; una cultura dispuesta a preservar la tensión entre la originaria fisura de la existencia y su constante remiendo racional; una cultura, en fin, que tendría en el materialismo dionisíaco del primer Nietzsche, y no en su ulterior pensamiento de la voluntad de poder, la terapéutica más eficaz para aceptar el lado oscuro, doliente y sin fondo de la vida, en vez de pretender anularlo. Con el revuelo suscitado por su aparición como teórico de la decadencia del presente y mistagogo del futuro, con el potencial subversivo de un pensar desprovisto de afán sistemático, Nietzsche habría anticipado así el éxito de los contenidos de su empresa filosófica.

Sloterdijk parece haber aprendido bien esta lección sobre la importancia de una cuidada puesta en escena: su escritura es fluida, brillante, cautivadora; pero tanto más efectiva -y, con no poca frecuencia, efectista- resulta su manera de abordar los temas, con un indisimulado gusto por escandalizar. Lo logró de nuevo con la conferencia, ahora traducida al castellano, Normas para el parque humano, al arguir que, ante el fracaso del humanismo en su intento de domesticar a la bestia humana, pronto sería preciso habilitar nuevas reglas para la cría y selección del hombre. Con ello desató las iras de la muy limitada comunidad de diálogo habermasiana, que orquestó una campaña de desprestigio en su contra. Pero por más que pareciera que en esta ocasión Sloterdijk oficiaba simplemente de víctima propiciatoria, ya su ampuloso gesto de dar réplica a la Carta sobre el humanismo de Heidegger denotaba un claro afán de protagonismo, apenas sustentado en una genuina alternativa teórica. En realidad, aunque objete a Heidegger no haber aclarado "cómo podría constituirse una sociedad de vecinos del ser", tampoco su idea de que el futuro de una sociedad posthumanista pasa por la formulación de un código de antropotécnicas, capaz de orientar una política de cultivo genético del zoo humano, responde al problema de quiénes y cómo formular n ese código.

Sloterdijk se ha defendido de muchos reproches, la mayoría injustos, sobre su presunto coqueteo neonazi con una genética-ficción del superhombre; ha aprovechado la polémica para denunciar la esclerosis de la Teoría Crítica en manos de Habermas, entronizado como "soberano de la producción de discurso racional en Alemania"; ha sido más incisivo de lo que suponen sus detractores a la hora de cuestionar el poder de los expertos para decidir la futura educación del ser humano.

Cabe discutir su pretensión de superar el proyecto formativo del humanismo burgués con medios que el propio despliegue histórico de éste ha contribuido a crear, como es el caso de la tecnología genética. Pero no hay que escatimarle el mérito de haber devuelto a primer plano de la escena teórica, con intensidad crítica y provocativo alcance, la pregunta por el humanismo. No está mal conmover así el patio de colegio de la academia filosófica. Tampoco hay que pedirle que sea Nietzsche.