El pensador en escena
Peter Sloterdijk
20 diciembre, 2000 01:00Peter Sloterdijk se ha defendido de muchos reproches, la mayoría injustos, sobre su presunto coqueteo neonazi con una genética ficción del superhombre; ha aprovechado la polémica para denunciar la esclerosis de la Teoría Crítica en manos de Habermas
Contemplados bajo esta luz, el decorado griego, el tono schopenhaueriano, el disfraz wagneriano e incluso el sacrificio del filólogo habrían sido mero pie para la escenificación del pensador como profeta de una cultura trágica moderna: una cultura empeñada en corregir tanto el optimismo superficial de una pseudoilustración "socrática", cuanto su empobrecedora separación de ciencia y arte; una cultura dispuesta a preservar la tensión entre la originaria fisura de la existencia y su constante remiendo racional; una cultura, en fin, que tendría en el materialismo dionisíaco del primer Nietzsche, y no en su ulterior pensamiento de la voluntad de poder, la terapéutica más eficaz para aceptar el lado oscuro, doliente y sin fondo de la vida, en vez de pretender anularlo. Con el revuelo suscitado por su aparición como teórico de la decadencia del presente y mistagogo del futuro, con el potencial subversivo de un pensar desprovisto de afán sistemático, Nietzsche habría anticipado así el éxito de los contenidos de su empresa filosófica.
Sloterdijk parece haber aprendido bien esta lección sobre la importancia de una cuidada puesta en escena: su escritura es fluida, brillante, cautivadora; pero tanto más efectiva -y, con no poca frecuencia, efectista- resulta su manera de abordar los temas, con un indisimulado gusto por escandalizar. Lo logró de nuevo con la conferencia, ahora traducida al castellano, Normas para el parque humano, al arguir que, ante el fracaso del humanismo en su intento de domesticar a la bestia humana, pronto sería preciso habilitar nuevas reglas para la cría y selección del hombre. Con ello desató las iras de la muy limitada comunidad de diálogo habermasiana, que orquestó una campaña de desprestigio en su contra. Pero por más que pareciera que en esta ocasión Sloterdijk oficiaba simplemente de víctima propiciatoria, ya su ampuloso gesto de dar réplica a la Carta sobre el humanismo de Heidegger denotaba un claro afán de protagonismo, apenas sustentado en una genuina alternativa teórica. En realidad, aunque objete a Heidegger no haber aclarado "cómo podría constituirse una sociedad de vecinos del ser", tampoco su idea de que el futuro de una sociedad posthumanista pasa por la formulación de un código de antropotécnicas, capaz de orientar una política de cultivo genético del zoo humano, responde al problema de quiénes y cómo formular n ese código.
Sloterdijk se ha defendido de muchos reproches, la mayoría injustos, sobre su presunto coqueteo neonazi con una genética-ficción del superhombre; ha aprovechado la polémica para denunciar la esclerosis de la Teoría Crítica en manos de Habermas, entronizado como "soberano de la producción de discurso racional en Alemania"; ha sido más incisivo de lo que suponen sus detractores a la hora de cuestionar el poder de los expertos para decidir la futura educación del ser humano.
Cabe discutir su pretensión de superar el proyecto formativo del humanismo burgués con medios que el propio despliegue histórico de éste ha contribuido a crear, como es el caso de la tecnología genética. Pero no hay que escatimarle el mérito de haber devuelto a primer plano de la escena teórica, con intensidad crítica y provocativo alcance, la pregunta por el humanismo. No está mal conmover así el patio de colegio de la academia filosófica. Tampoco hay que pedirle que sea Nietzsche.