Image: La dulce España

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Ensayo

La dulce España

Jaime de Armiñán

17 enero, 2001 01:00

XIII Premio Comillas. Tusquets. Barcelona, 2000. 416 páginas, 3.500 pesetas

Conocido por su vinculación al cine, la televisión o el teatro, Jaime de Armiñán representa, sobre todo para la cultura cinematográfica española, un nombre casi imprescindible. Sus filmes mezclan la nostalgia y la crítica, la sátira y la reflexión en unos discursos siempre brillantes y sorprendentes. También de él puede decirse que es un espíritu indómito, siempre fiel a sus múltiples intereses creativos. Novelista, articulista, se le podría aplicar aquel dicho que corrió de Garibay: "Ni sube ni baja ni está quedo", como una definición aproximativa.

Con La dulce España amplía ahora sus intereses al campo de lo memoralístico, un campo del que, de una o de otro manera, se ha nutrido siempre. Memorias de iniciación, este libro relata la apropiación íntima y personal que Armiñán, en los dieciocho primeros años de su vida, hace del mundo familiar, histórico y cultural. Y nos trazan el retrato de un niño y de un adolescente que, desinhibiéndose de los conflictos que ocurren a su alrededor (o a pesar de ellos), es capaz de ir descubriendo su propia identidad.

Todo ocurre para él cuando el tiempo, como diría Lichtenberg, no tenía aún barba. Un tiempo que, en estas memorias, Armiñán ha querido excesivamente pausado, como si quisiera recoger en su demorado fluir toda la riqueza de aquella experiencia. No es que se describa, por ejemplo, sólo el cuadro familiar, sino que se construye la memoria pormenorizada y hasta anecdótica de ese círculo, insertando en el relato páginas autobiográficas escritas por diferentes miembros de su familia. Barrios, vecinos, chascarrillos hacen que el libro desde esta óptica se pierda con frecuencia en el detalle intrascendente.

Esa forma de narrar, sin embargo, le permite ofrecernos, desde la perspectiva privilegiada de su padre (gobernador en la República y reportero en la guerra civil), una visión íntima y poco convencional de aquellos tiempos convulsos. Los retratos de Niceto Alcalá Zamora como cacique cordobés, ambicioso y resentido, o del general Aranda, ninguneando a Franco, son impagables. Algo parecido ocurre con el mundo teatral, al que pertenecía de forma destacada su familia materna, y del que tampoco se ahorran comentarios atrevidos. Son las mejores páginas. Todo esto hace que el retrato de "Paupico" Armiñán, con su lastre de hijo único y su soledad errabunda por ciudades prerrevolucionarias o en guerra, sea un retrato moral y su devenir, un proceso de experiencia. Su aprendizaje es como un torrente desbordado que va anegando todos los campos: lo cotidiano, las mujeres, el amor o el sexo entrevistos, la amistad, las inquietudes culturales, sobre todo el cine de Hollywood. Su ingenuidad es una ingenuidad alerta, y sus fracasos son una forma despreocupada de vitalismo, aquello que durante tantos años le negó la enfermedad y que tendrá su punto culminante en sus vivencias por el París liberado de los años cuarenta.

Vastas y desmesuradas como decíamos, estas memorias de Jaime de Armiñán son un viaje sentimental donde, historia y biografía, familia y descubrimiento del mundo aparecen como un mosaico que queda atrapado en un ir y venir de vidas, en una odisea de identidades. Un viaje exterior y una aventura interior captadas por la mirada de un niño que se salva sin esfuerzo de todos los avatares de la tragedia circundante. Unas memorias que en su esfuerzo por reflejarlo todo, hacen de su narración algo excesivamente denso, desmembrado, con tramas secundarias que dañan la fluidez y la propia intensidad. Una desproporcionada autocontemplación hacen que nos acordemos de que el peligro de este género es convertirlo en una carrera bufa: la escritura va con la lengua fuera y no quiere dar la impresión de cansancio.