Ensayo

Y se limpie aquella tierra

Mikel Azurmendi

7 febrero, 2001 01:00

Taurus. Madrid, 2000. 448 páginas, 2900 pesetas

La investigación que nos ofrece Azurmendi se sitúa en la historia del pensamiento político y jurídico para averiguar hasta qué punto los elementos básicos del montaje nacionalista de Arana habían sido ya elaborados por un conjunto de escritores del XVI y XVIII

El poeta, escritor y antropólogo Mikel Azurmendi, que publicara hace dos años La herida patriótica, es de los intelectuales que ha preferido sumarse al amplísimo grupo de ciudadanos vascos exiliados ante la incapacidad de las autoridades de la Comunidad Autónoma para garantizar los derechos fundamentales a quienes critican el dogma nacionalista. La investigación que nos ofrece Azurmendi se sitúa en la historia del pensamiento político y jurídico para averiguar hasta qué punto los elementos básicos del montaje nacionalista de Arana habían sido ya elaborados y asumidos como identitarios por un conjunto de escritores vascos de los siglos XVI y XVIII.
En la primera de esas etapas, durante el siglo XVI, los Zaldivia, Garibay y Poza se aprestaron a justificar la situación de privilegio que la nobleza vasca había conseguido dentro de la Monarquía Hispánica, especialmente durante el reinado de Felipe II, al ocupar el hueco dejado por los judíos (que fueron expulsados de las provincias vascas antes que de cualquier otro sitio del reino) y es de suponer que aprovechando también la persecución inquisitorial de los conversos. Estos autores acuñaron, entre otras ideas que devinieron consustanciales a la "identidad" de los que entonces se denominaban "cántabros" o "vizcaí-
nos", las de una nobleza originaria y colectiva proveniente, nada menos, que de Túbal, nieto de Noé, quien, tras el Diluvio, se asentó en lo que sería el País Vasco y en ellas mantuvieron sus descendientes una lengua, unas costumbres y unas leyes las más puras y antiguas de toda Europa. A este mérito incomparable se añadía no haber sido nunca conquistados ni dominados por ningún otro pueblo, gracias al espíritu indómito y guerrero consustancial a los cántabros o vizcaínos. Por estas razones, era libre y voluntaria la unión de Vizcaya con Castilla, de forma que el rey castellano nada podía cambiar del gobierno de los "cántabros" sin su consentimiento. La "limpieza de sangre" de la descendencia tubaliana -en el sentido religioso de la expresión- constituía además, para los citados autores vascos del XVI, el fundamento de la honorabilidad y grandeza de la propia monarquía española. Los vizcaínos eran así españoles especialmente limpios y especialmente nobles, porque ni romanos ni godos ni musulmanes ni judíos habían mancillado sus tierras ni corrompido sus prístinas leyes y costumbres con su presencia. Es decir, el insidioso mito del "cristiano viejo" elevado a la enésima potencia.
Pero es al siglo XVIII al que Azurmendi concede una mayor importancia, debido a los cambios que nuevos autores, y en particular el jesuita Larramendi introdujeron en construcción identitaria de lo vasco (que éste último denominaba "guipuzcoano"). Unos cambios que para Azurmendi están en la base del fracaso crónico de los vascos ante las exigencias de la política liberal y democrática en la época contemporánea. De entre esos añadidos identitarios destacan dos: la consideración del cambio histórico por parte de Larramendi como una amenaza permanente de degeneración de la excelencia exclusiva de lo "guipuzcoano"; actitud que acentuaba el rechazo del otro y, en concreto, de lo español, al tiempo que hacía su aparición el victimismo como parte fundamental del discurso del "guipuzcoano" en peligro.
El otro aspecto fundamental de la obra de Larramendi fue su concepción del derecho como disposición exclusiva por parte de los herederos de Túbal a administrar un legado mítico, en virtud del cual los muertos imponían su voluntad a los vivos y todo el poder quedaba concentrado en manos de las familias nobles que controlaban las Juntas provinciales, algo que ya venía ocurriendo desde el siglo XVI. Azurmendi lleva a cabo en este punto una comparación crítica entre la apología del privilegio como fundamento del orden político que argumentaba Larramendi, con la asimilación de cambio a degeneración, y la manera como Edmund Burke abordaba por los mismos años de la segunda mitad del XVIII, la explicación del sentido de la nación británica a base de combinar tradición e innovación, o bien con la sólida audacia de los padres fundadores de la nación norteamericana cuando hicieron de la libertad individual y de los derechos fundamentales y universales de la persona el fundamento de la nueva república. Este agudo contraste entre los planteamientos del liberalismo anglosajón y francés y el pensamiento identitario vasco, se acentúa más todavía con la crítica demoledora de la Ilustración vasca que lleva a cabo Azurmendi, para quien los denominados "caballeritos de Azcoitia" fueron incapaces siquiera de dar buena cuenta del mito de Túbal y sus oscurantistas derivaciones, debido a su timidez y egoísmo de clase.
Azurmendi especula con la posibilidad de que lo vasco se hubiera definido durante el siglo XVIII en los términos de una Ilustración vigorosa, al modo francés o británico, o incluso del liberalismo democrático norteamericano, y arremete contra la estrechez mental y el exclusivismo social de los grupos dirigentes vascos. El caso es que fue ante las iniciativas de centralización fiscal y administrativa llevadas a cabo por la Casa de Borbón, cuando Larramendi suscitó por primera vez la hipótesis de una Euskalerría independiente que agrupara todos los territorios vascos y cerrara a cal y canto sus puertas a la amenaza foránea. Hoy el dilema se ha hecho más nítido: independencia identitaria para unos cuantos o libertad constitucional para todos.