Image: La hora de la verdad

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Ensayo

La hora de la verdad

P. D. James

14 febrero, 2001 01:00

Traducción de Victoria Simó. Ediciones B. Barcelona, 2001. 347 páginas, 2.900 pesetas

La increíble versatilidad de P. D. James quedó patente a comienzos de los años 90, cuando publicó Hijos de Hombres, una novela que tenía mucho más de "realista ciencia ficción" que de policíaca. Y si comenzó la década con una entrega literaria atípica, la terminó con otra no menos usual, pero igualmente atractiva, el diario que escribió desde el día que cumplió setenta y siete años -el 3 de agosto de 1997, cuando "llega la hora de la verdad"-, hasta la víspera de su setenta y ocho cumpleaños.

"Un diario, cuando se escribe con la intención de publicarlo (¿y cuántos novelistas escriben con otra intención?), es la forma de literatura más egocéntrica." Esta primera frase del prólogo destila ya la carga de sinceridad que es constante a lo largo de toda la narración. Porque si un diario no consiste sólo en plasmar los acontecimientos cotidianos sino que debe de servir a quien lo escribe y a quien lo lee para plantearse nuevos interrogantes o antiguas certezas, éste de P. D. James consigue todo eso y mucho más. Logra, además, conjugar la frescura que proporciona la inmediatez de lo acontecido y la reflexión y criba que propicia el distanciamiento temporal, pues los acontecimientos más importantes de sus 77 años de vida se van intercalando con la cotidianidad de los acontecimientos.

No es sólo su propia vida la que se relativiza, sino los acontecimientos históricos más trascendentales. Por ejemplo, la autora tuvo a su segunda hija en medio de un bombardeo durante la II Guerra Mundial, y a la enfermera lo único que le preocupaba era que no tenían suficiente ropa de cama. El método que usa es tan simple como efectista: un acontecimiento ordinario le sirve de excusa para expresar su opinión sobre algún punto en particular. El 21 de noviembre, por ejemplo, rememora una conversación en la que una joven abogada se quejaba de las críticas injustas que había sufrido una colega de prestigio, lo que le permite confesar su opinión de la "victimización de la mujer".

La lectura es fácil y llevadera, al tiempo que la trascendencia de su contenido resulta verdaderamente encomiable. La autora va trasmitiendo, sin darle importancia, cuestiones de calado. Así, la actitud de la familia real inglesa ante la muerte de Lady Diana, acontecida el año de redacción del diario; la personalidad de Blair; la oportunidad de John Bayley al publicar un libro sobre su esposa Iris Murdoch, aquejada de Alzheimer; los espectaculares gastos en los que incurrió el gobierno británico con motivo del cambio de milenio, se despachan en unas pocas líneas, pero el supuesto candor con que lo narra esconde una carga de profundidad.
También rememora acontecimientos familiares mucho más personales, como la infelicidad de sus padres o la terrible enfermedad de su marido, que hubo de ser internado en un centro psiquiátrico. Y como no podía ser menos, encontramos infinitas referencias a su trabajo como escritora. Sabemos cómo se le ocurren los títulos de las novelas, por qué firma con P. D., el ambiente en el que le gusta escribir, cómo diseña sus personajes... Otras veces ofrece consejos a los críticos, organizadores de premios, directores de televisión y lectores.

Y, por supuesto, también conocemos lo que es la vida diaria de un escritor, con los viajes para promocionar sus libros, las múltiples conferencias, las comidas con los editores, las cartas de los lectores... La traducción es mejorable, sobre todo términos como "escort", que bien hubiera podido traducirse como "acompañante" o "cicerone", y no como "escolta", pues tal fue mi agradable cometido en uno de sus viajes a España y James, a diferencia de Rushdie, no está amenazada ni corre peligro alguno.

Afirma la autora que "Los lectores de novela policíaca son de una fidelidad extraordinaria, entendidos y entusiastas", y no me cabe duda que los fieles de James se entusiasmarán con este diario.