Ensayo

El problema vasco

14 febrero, 2001 01:00

Powell analiza el problema vasco en España en democracia. Así, en este fragmento seleccionado por EL CULTURAL, justifica cómo, a su juicio, "la creación de ETA reflejaría la debilidad del nacionalismo vasco, y no su pujanza"

Al igual que Cataluña, en los años 50 y 60 el País Vasco experimentó un proceso de modernización acelerado, caracterizado por la urbanización, la industrialización, y sobre todo, la inmigración. Entre 1950 y 1970, la región vasca vio aumentar su población en un 62%, pasando de 1’5 a 2’4 millones de habitantes, frente a un crecimiento medio español del 23%; en la década de 1960-70, inmigraron al País Vasco 256.000 personas, de tal manera que en 1966 solo el 62% de los cabezas de familia del País Vasco habían nacido allí. El conocimiento y uso del euskera conoció un importante declive bajo el franquismo, y en 1975 menos del 20% de la población podía hablarlo.

Durante los primeros veinte años de vida del régimen, el sentimiento nacional vasco se mantuvo vivo entre la comunidad nacionalista pero sin salir apenas del ámbito estrictamente privado por temor a la represión. Ello se reflejó en la casi total inactividad del principal intérprete de dicho sentimiento, el PNV, que dedicó sus mejores esfuerzos organizativos a mantener vivo el gobierno vasco en el exilio. Esta pasividad suscitó un rechazo creciente entre las jóvenes generaciones nacionalistas que no habían conocido la guerra civil, que se tradujo en 1959 en la formación de Euskadi ta Asakatasuna (ETA), tras la fusión del grupo Ekin (hacer), compuesto por estudiantes de la universidad jesuita de Deusto, y de ciertos sectores de Eos distintivos de ETA fueron su nacionalismo intransigente, que pretendía la independencia de una Euskadi concebida como nación ocupada por dos estados hostiles, España y Francia, y la superación de la inactividad de sus mayores. A pesar del notable desarrollo socioeconómico del País Vasco, los primeros etarras sucumbieron a un curioso ‘espejismo colonial’, que les llevó a identificarse con el antiimperialismo tercermundista de países como Vietnam, Argelia y Cuba.
El intento fallido de hacer descarrilar un tren de ex combatientes en 1961 desató contra ETA una ola de represión que diezmó sus filas y provocó la sorprendente decisión de embarcarse en una lucha de guerrillas en 1963. En vista de su posterior fracaso, la organización no tardó en sumarse a la tesis de la espiral acción-represión-acción, declarando la guerra al estado español en la decisiva V Asamblea de 1966-67. Ya entonces se pusieron de manifiesto los conflictos entre nacionalismo y obrerismo que marcarían el desarrollo posterior de ETA, de los que siempre salieron triunfantes las tendencias nacionalistas, y dentro de estas, las facciones partidarias de la lucha armada. En junio de 1968, tras el atraco a un banco se produjo una persecución que se saldó con la muerte de un guardia civil y del etarra Txabi Etxevarrieta, la primera baja sufrida por la organización. En respuesta a ésta, en agosto de ese año ETA asesinó al comisario de la brigada social Melitón Manzanas, provocando la proclamación del estado de excepción en Guipúzcoa, más de 600 detenciones y una represión policial sin precedentes. En diciembre de 1970, el gobierno de Franco pretendió convertir el consejo de guerra celebrado en Burgos contra los doce imputados por el asesinato de Manzanas en un escarmiento, pero fue el régimen quien resultó condenado por una opinión pública internacional que presionó con éxito para que se conmutaran las seis penas de muerte.
La popularidad de ETA entre la opinión antifranquista alcanzó su punto álgido en 1973 con el asesinato del almirante Carrero Blanco, si bien el hecho de que se hiciera coincidir con el inicio del juicio a los dirigentes de CC.OO. causó algún malestar. En cambio, el atentado perpetrado en la calle del Correo de Madrid en septiembre de 1974, que se cobró once víctimas, suscitó un amplio rechazo por su carácter indiscriminado. En el seno de la propia organización provocó una escisión entre la rama militar, que primaba las acciones violentas, y la político-militar, que pretendía combinarlas con acciones de masas. El régimen respondió a estas y otras acciones con un nuevo estado de excepción en abril de 1975, y con un decreto-ley antiterrorista que hizo posible el juicio sumarísimo, la condena de muerte y la ejecución de dos etarras en septiembre, dando lugar a la más intensa y extensa ola de movilizaciones vivida en el País Vasco desde la guerra civil.

La aparición de una organización política plenamente dedicada a la lucha armada ha sido atribuida a los profundos sentimientos de malestar e inseguridad surgidos entre la población autóctona del País Vasco residentes en las zonas más afectadas por una vertiginosa transformación de sus formas tradicionales y comunitarias de vida. Más concretamente, algunos autores la han relacionado con la radicalización a la que condujo la proletarización de ciertos núcleos de población rural, sobre todo en algunas comarcas de Guipúzcoa, fruto de un proceso de industrialización acelerado. Según otros análisis, más que una reacción frente a la represión de una identidad nacional subsistente y oprimida, la violencia etarra habría sido la expresión del anhelo por alcanzarla, de forma análoga a como bajo el nacionalismo radical del inmigrante inadaptado no hay una identidad étnica sino la voluntad de asumirla. La violencia vendría a ser la expresión más extrema de ese anhelo, una reivindicación desesperada de existencia por parte de los restos agonizantes de una comunidad nacionalista sumida en la impotencia y una aguda crisis de identidad. En otras palabras, la creación de ETA reflejaría ante todo la debilidad del nacionalismo vasco, y no su pujanza.

El surgimiento de ETA también ha sido explicado en función de la represión ejercida por la dictadura franquista. Es indudable que ésta fue muy intensa a partir de 1968, pero no lo había sido en los años inmediatamente anteriores a su aparición. Por ello, más que una causa, la represión franquista fue quizá un requisito o una condición de posibilidad de la violencia de ETA. El gran éxito de ésta consistió en vincular la conciencia vasca a un sentimiento antirrepresivo y de rechazo a las fuerzas de orden público, cuya actuación indiscriminada afectó a muchos miles de personas no relacionadas con la organización.

La acción terrorista desplegada por ETA legó una herencia contradictoria a la futura democracia española. Por un lado, es indudable que contribuyó a debilitar al régimen, y que el asesinato de Carrero Blanco aceleró su crisis interna. Al mismo tiempo, el terrorismo provocó un recrudecimiento de la represión que llevó a muchos vascos a disculpar, cuando no a justificar, la violencia etarra, aunque les disgustara ética o políticamente, actitud que se prolongaría tras la muerte de Franco. Más aún, la represión indiscriminada quedó asociada para siempre a las fuerzas de orden público de un estado español cuya legitimidad en el País Vasco seguiría en entredicho tras la llegada de la democracia.