Image: The Eight Lively Art

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Ensayo

The Eight Lively Art

21 febrero, 2001 01:00

Wesley Wehr. University of Washington, 2000. john F. Koening, voyons voir. Main d"Oeuvre, 2000. daniel Wildenstein, marchands d"art, Plon, 1999. heinz Berggruen, HAUPTWEGE UND NEBENWEGE. Fischer, 2000. john Richardson, the sorcerer"s apprentice. Alfred

Todos estos libros nos tejen la tela de araña de las relaciones personales y del dinero de los últimos cincuenta años en el mundo del arte

Algo en común tienen todos estos libros, al margen de ser viñetas biográficas alrededor de la historia del arte del siglo XX. Los dos primeros, el de Wehr y el de Koening, tienen un aroma del aire fresco y del paisaje del Northwest americano tan desconocido para los europeos pero tan importante para la introducción de la caligrafía y de la comida oriental en los EE.UU. y de rebote en Europa. Son dos libros escritos por artistas, y no queda lejos la huella del pintor Mark Tobey. Los otros cuatro son libros sobre marchantes de arte, dos de ellos sobre dos de los más importantes, los otros dos de críticos, periodistas, bon vivants. Entre todos nos tejen la tela de araña de las relaciones personales y del dinero de los últimos 50 años. Libros como el de Richardson, escritos sin el background del historiador, se mueven dentro de fronteras imprecisas. Tienen ventajas como la cercanía a los hechos y la agilidad de una prosa elegante. Son informadores sobre el terreno, pero les falta, aunque no al de Richardson, el rigor en el manejo de las fuentes, la plausibilidad en las conjeturas y la verificación de las informaciones.

En este sentido le ha precedido James Lord con su biografía de Giacometti o de Dora Maar, a la que ha dedicado un interesante libro Mary Ann Calws, Dora Maar, con y sin Picasso (Destino). La vida de Dora Maar es una vida de sombras, y nunca pudo escapar del todo a la vida de Picasso, como Pierre Matisse de la de su padre, o Duchamp de sus propias mentiras. Duchamp fue un cuentacuentos, un mitómano de sí mismo, y un manipulador del gusto y del dinero de los ricos. Vease al respecto Francis Naumann y Hector Obalk, The Selected Correspondence of Marcel Duchamp, que reúne 285 cartas. Es un buen trabajo de Naumann, pero el contenido está muy lejos de la férrea personalidad que muestra Walter Benjamin en su correspondencia Gesammelte Briefe, en excelente edición de C. Güdde y H. Lonitz.

También a la sombra es la vida de Pierre Matisse. Los archivos y cartas de este hijo de Matisse han ido a la Morgan Library, más de dos mil cartas que no pueden ser publicadas hasta el 2008, pero que han podido ser consultadas por John Russell, antiguo crítico del New York Times. Russell nos cuenta muchas anécdotas de cómo Matisse prestaba dinero a su hijo, al 12% de interés, o de cómo controlaba el mercado americano. Russell, sin embargo, no menciona las fuentes o las cita incompletas. Richardson, Lord y Koening tienen mucho en común: llegan como jóvenes soldados al final de 1944 o 45 a Francia. Unos se quedan; otros, como Koening, vuelven a la Universidad y regresan hipnotizados por el fulgor de París en 1948. Wehr (1929), profesor de paleontología en Seattle, compositor y músico, ha sido amigo de gran número de poetas, musicos (Bloch, Berthe Jacobson), pintores (Mark Tobey, Morris Graves, etc.) o de la actriz Margaret Hamilton, la bruja del oeste en El mago de Oz. Wehr transmite esa sensación de los artistas como seres solitarios, únicos. Son los años 50 y 60, y el arte octavo es el arte de la conversación. Intensidad artística y vitalidad intelectual, sin embargo, se reflejan en el libro de Koening (1924). Un alter ego de Wehr que de Seatle marcha a París.

Por otra parte el lector puede recurrir a las memorias de dos galeristas profesionales: la de Daniel Wildenstein, Marchands d’art, que está escrito con la ayuda del periodista de L’Express Yves Stavrides, y a la de Heinz Berggruen. Los Wildenstein son una dinastía, o una institución, alsaciano establecido como marchand desde 1880 en París y desde 1889 en Nueva York. Daniel, ya tercera generación, nacido en 1917, ha realizado el catálogo razonado de Monet, y nos cuenta interesantes anécdotas del hijo del Dr. Gachet o de los historiadores Bernard Berenson o Federico Zeri. Al libro de memorias de Wildenstein y de Berggruen habría que contraponer, por lo que supone la óptica no del que vende sino del que compra, la de John Pope-Hennessy, Learning to Look, Doubleday, 1991.

Entre todos nos dan ese contexto que Koening propone como post-scriptum: el resurgir del arte y del mercado tras la II guerra mundial en el París de 1946, la lucha entre esta ciudad y la de Nueva York en los años 50, el decaimiento del arte francés desde 1968, la ascensión y el declinar actual de Nueva York convertida en capital del mercado pero a la vez con un sentido de parroquia provinciana. Y sobre todo la desaparición de los coleccionistas por pasión a favor de los inversionistas, es decir, el cambio y calentamiento del mercado del arte, que también tiene su capa de ozono.