La iglesia de Franco
Julián Casanova
14 marzo, 2001 01:00Este fenómeno lamentable habría quedado compensado por una represión como la franquista que habría superado la de cualquier guerra civil europea (pp. 238 ss); que se habría cebado con vascos y catalanes (pp. 220 ss) y que habría sido apoyada por la iglesia católica. Todas estas afirmaciones -que resumen el espíritu del libro- son políticamente rentables pero históricamente insostenibles. Para empezar, la violencia contra el clero no se inició en julio de 1936 como respuesta a un alzamiento militar. Sus orígenes se hundían en un anticlericalismo que a mediados del siglo XIX ya comenzó matanzas de frailes. Ese anticlericalismo volvió a hacer acto de presencia en las quemas de iglesias de mayo de 1931, en el carácter sectariamente anticlerical de la constitución republicana y de manera muy especial en los asesinatos de clérigos que tuvieron lugar en octubre de 1934. Fue el horror cruento desencadenado por las izquierdas y sus aliados nacionalistas a finales de 1934 el que llevó a millones de españoles a temer un baño de sangre. Lo cierto es que la persecución padecida por los católicos superó en violencia a cualquier otra experimentada por esta fe a menos que nos retrotraigamos al siglo IV y a Diocleciano. No fue, desde luego, obra de incontrolados aunque también se produjeran casos de ese tipo. Las matanzas sistemáticas como las llevadas a cabo en Madrid en el otoño de 1936 en Paracuellos del Jarama con asesoramiento soviético e intervención directa y responsable del PCE y la existencia de checas del PSOE, el PSUC, el PCE y otras fuerzas de izquierdas para la práctica del asesinato y la tortura lo dejan bien de manifiesto.
Un estudio serio, riguroso y documentado que no se perdiera en episodios anecdóticos propios de la historia oral ni pretendiera ceñirse a lo políticamente correcto debería indicar cómo la iglesia católica se sintió agredida desde el inicio del régimen republicano, cómo esas agresiones fueron multiplicándose y cómo llegaron al derramamiento de sangre con la revolución de 1934. Puede objetarse a la iglesia católica que no supo anteponer el perdón a la reivindicación del castigo de los que la habían perseguido, que se opuso a una pluralidad extracatólica y que incluso cayó en posturas persecutorias contra protestantes y, en menor medida, contra judíos. Pero no se puede convertir esa trayectoria en causa de descargo para sus perseguidores. Tampoco puede obviarse su evolución de los años siguientes que constituye uno de los fenómenos más importantes de la Historia del siglo XX en España, fenómeno que este libro, a pesar de su título, no entra a analizar.