Ensayo

Bobos en el paraíso

David Brooks

4 abril, 2001 02:00

Prólogo de Vicente Verdú. Traducción de Bettina Blanch Tyroller. Mondadori. Barcelona, 2001. 296 páginas, 2.495 pesetas

Este libro es un retrato de la evolución de la sociedad norteamericana desde los años 50 hasta la victoria electoral de Bush II. Hasta aquí nada del otro mundo: Estados Unidos tiene una industria cultural tan potente que de modo constante exporta visiones de su propio ombligo en forma de libro o película. Pero esta vez es distinto. Si existiera el premio al mejor ensayo ligero del año se lo llevaría David Brooks por haber escrito unas páginas tan llenas de vida, de lucidez y de resentimiento. Para conseguirlas, ha sido necesaria la coincidencia de varias circunstancias. En primer lugar, su autor es judío. Como señala Brooks, los judíos norteamericanos sufrieron serias discriminaciones en el período de entreguerras. En las universidades se limitó la presencia de estudiantes y profesores en sus aulas. Ese hecho desapareció cuando, tras la II Guerra Mundial, los campuses se abrieron al intelecto olvidando la ascendencia. Pese a todo, distintos judíos intelectuales y profesores de universidad han mantenido en alerta su capacidad de análisis social.

En segundo lugar, Brooks volvió a la Costa Este después de haber pasado cuatro años y medio en el extranjero, en un momento en el que cristalizaba un nuevo modo de vida. De pronto las cosas no le encajaban del todo. Los barrios pijos de las afueras estaban llenos de cafés en los que se escuchaba música alternativa y las corbatas habían desaparecido. Al mismo tiempo, el centro de las ciudades, las zonas viejas y bohemias, se habían cuajado de lofts y de tiendas caras de jardinería. Algo tenía que estar pasando para que el abogado de un bufete de moda llevase unas diminutas gafitas de montura metálica del estilo de las que hubiera podido llevar Kafka por las calles de Praga.

Como elemento añadido a esas dos circunstancias está el hecho de ser un curtido periodista y de trabajar en The Weekly Standard y en Newsweek. Las redacciones de periódicos y revistas son magníficos lugares para observar el mundo. Con todo esto, Brooks empezó a dar forma a su percepción del cambio en la sociedad norteamericana. La morfología social, en los albores del siglo XXI, había cambiado. Los rituales de emparejamiento, los valores centrales, el sistema nervioso de la gente, era distinto.

Para Brooks la clase media o, mejor aún, la clase media alta, compuesta en los 50 por anglosajones blancos y protestantes episcopalianos se había abierto, mezclado y dado paso a un nuevo grupo compuesto por gentes que compartían los valores y los gustos que caracterizaban la contracultura de los rebeldes 60. De este modo, burgueses (bourgeois) y bohemios se fundían para transformarse en BoBos.

Aunque el análisis de Brooks recuerda un poco el Tom Wolfe de La hoguera de las vanidades, BoBos en el paraíso tiene, además de una excelente prosa, el apoyo de la observación -participante- de su autor. Por otro lado, Brooks ha tenido el acierto de efectuar un sagaz análisis de contenido de la sección dominical de anuncios de bodas del New York Times del último cuarto de siglo. Conocer quién se casa con quién y las formas ceremoniales le han proporcionado el hilo conductor del cambio.

Mientras la antigua clase acomodada estaba formada por protestantes, republicanos y conservadores, los nuevos "BoBos" de alto poder adquisitivo conforman una clase culta de universitarios que cree en la meritocracia y que políticamente es centrista e independiente. La nueva elite norteamericana, basada en la educación, coincide en gran medida con los parámetros políticos de la tercera vía europea. Se trata de un votante que no es ni del todo progresista ni del todo conservador. Estamos ante un equilibrio inestable entre las actitudes burguesas y las bohemias.

Para Brooks, los más de nueve millones de hogares norteamericanos que ingresan más de cien mil dólares anuales -la base sociológica de los "BoBos"- han contribuido a construir una sociedad en la que se ha conseguido una relativa paz social con menos delincuencia y más seguridad. El prólogo de Verdú, buen conocedor de Estados Unidos, contribuye a situar este afortunado texto.