Ensayo

Jesús, ese gran desconocido

Juan Arias

4 abril, 2001 02:00

Maeva. Madrid, 2001. 247 páginas, 2.850 pesetas

"Estoy convencido de que si todos estos hombres y mujeres, y hasta nosotros mismos, llegásemos a tener una clara conciencia de Cristo, dejaríamos de ser monstruos y seríamos hombres." Se lo dice fray Eugenio a Carlos Deza, al final del segundo volumen de Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester. Me encuentro esa frase al hilo de la lectura del libro de Juan Arias, que trata sobre Cristo y la conciencia que se tiene de él. La "clara conciencia de Cristo" que procuraba fray Eugenio no quería decir que todo el mundo supiera todo lo que concierne a Dios, sino lo contrario. Se trataba de "hacer presente el misterio". ¿Es lo que intenta Arias cuando enumera todas las dudas que se han planteado acerca de Cristo?

Fray Eugenio, sin embargo, no intentó hacer presente el misterio con palabras, sino con la pintura. Doña Mariana, la ricachona de Pueblanueva, le encargó que arreglara la iglesia, y el fraile aprovechó para devolverle la que debía ser su presencia originaria, no sólo desnudando el templo de nuevo, sino pintando los ábsides de manera provocativa. "Quiero ponerlos (a los feligreses) ante una imagen incómoda del Señor".

Sorprende la clarividencia de Torrente al establecer esta secuencia entre incomodidad, misterio y conciencia clara de Cristo. Uno podía pensar que, para llegar a esto último, había que partir de lo contrario: de la comodidad de una imagen que no creara problemas, y de la simplicidad de creer que todo está ya resuelto. El libro de Arias parece partir de que los creyentes están en esta segunda línea; que están cómodamente instalados en una seguridad que no existe. Pero no porque haya misterio, sino porque hay duda, o incluso mentira. Y traza un mosaico -bien trabado- de las razones que hay para dudar de Cristo. Eso es el libro: un gran retablo de dudas. Muy bien sistematizadas, por cierto. Exhaustivas: incluye hasta si no sería un extraterrestre. No se sabe casi nada de Cristo, es su tesis. Por tanto no cabe ahondar en nada. La verdad es que esto no ayuda a nadie. Y sólo puede escandalizar a los pusilánimes. Claro que tal vez la intención del libro no era la de ayudar ni la de escandalizar. Pero, entonces, ¿cuál es? La de informar, tampoco: el libro pasa por encima de las dudas como sobre ascuas; no dedica a ninguna más de media página. Es como si el autor hubiera tapado una Iglesia desnuda e incómoda a base de retablos. Y todo, por confundir las dudas con el misterio.