Image: El río del Edén

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Ensayo

El río del Edén de Richard Dawkins

4 abril, 2001 02:00

Richard Dawkins

Trad. V. Laporta. Debate. 189 págs. 2.280 ptas. M. Behe: LA CAJA NEGRA DE DARWIN. Trad. C. Gardini. Andrés Bello. 364 págs., 3.000 ptas.

Tanto si comparten sus opiniones como si las rechazan, en lo que sí coinciden cuantos autores citan a Dawkins es en concederle una gran brillantez expositiva, una imaginación fácil y una amenidad que han hecho de él el más popular divulgador moderno del darwinismo. Desde El relojero ciego y El gen egoísta viene jugando una reñida campaña contra el creacionismo, mostrándose especialmente hábil en hacer creíbles los desarrollos evolutivos complejos. Tal ocurre ahora en El río del Edén, cuyo propósito es el reconocimiento de la capacidad de los objetos para autorreplicarse, de lo que se sigue la solución darwiniana que nosotros llamamos vida. Es el río del ADN que fluye y se ramifica a través del tiempo geológico, que llega desde nuestros ancestros en una línea ininterrumpida de no menos de tres mil millones de años. De entre ellos, el antepasado más común de todos los humanos modernos es la Eva mitocondrial que vivió hace menos de un cuarto de millón de años, probablemente en áfrica. Y aún nos remontaríamos hacia atrás en el río del Edén, nuestro metafórico río de genes, para ver que a lo largo de él son los buenos genes los que más posibilidades han tenido y tienen de atravesar las sucesivas generaciones.

El caballo de batalla de Dawkins es la supervivencia del ADN, la fijación de la gradualidad como rasgo clave de la evolución, una evolución sin saltos, que él explica con sugestivos ejemplos

Su caballo de batalla es esa supervivencia del ADN, la fijación de la gradualidad como rasgo clave de la evolución, una evolución sin saltos, que él explica con sugestivos ejemplos en los casos más controvertidos. “Sin gradualidad en estos casos regresamos al milagro, que es sencillamente sinónimo de la ausencia total de explicación”. Porque su mayor empeño es arremeter contra los creacionistas, no los intérpretes literales de la Escritura, sino los que aceptan la evolución pero llegan a la conclusión, negando la posibilidad de intermediarios evolutivos graduales, de que el mundo debe haber sido diseñado; y esto puede cuestionar una concepción exclusivamente materialista del mundo y dar entrada a la acción de un creador. Por eso dice Remy Chauvin que el tono inspirado de Dawkins parece el de un predicador: convierte la teoría darwinista en una especie de religión y nos pone ante el dilema de creer en Dios o creer en Dawkins.

Así lo ve también Behe, autor del segundo libro: “Dawkins escribe con pasión porque cree en el darwinismo. También cree que el ateísmo es una deducción lógica del darwinismo y que el mundo estaría mejor si la gente compartiera esa opinión”. Por el contrario, él se declara católico romano y afirma que la creencia en la evolución es totalmente compatible con sus creencias religiosas; como también que esa compatibilidad o incompatibilidad “es irrelevante para la cuestión científica acerca de la verdad de la evolución darwiniana de los sistemas bioquímicos”.

Fiel a este esquema, pretende demostrar que la teoría darwiniana de la evolución no llega a explicar las estructuras moleculares de la vida. Cuando a mediados del siglo XX se elaboró el neodarwinismo, base del pensamiento evolucionista actual, no existía la bioquímica moderna y es a la luz de sus avances, que descubren la complejidad de la vida microscópica, como hay que interpretar hoy el darwinismo. La bioquímica ha revelado un mundo molecular que se resiste tenazmente frente a una teoría que se aplicó en el nivel del organismo entero y permitirá evaluar si son posibles los pequeños pasos requeridos para los grandes cambios evolutivos. Así lo ha hecho en las últimas décadas, y el autor nos presenta algunos ejemplos significativos: la visión, la coagulación de la sangre, el transporte de materiales entre compartimentos subcelulares o el intrincado sistema mediante el que la célula construye sus componentes básicos; para afirmar que se desarrollaron gradualmente hay que mostrar que tal sistema pudo haberse formado por numerosas y leves modificaciones sucesivas, y esa cuestión, la de cómo llegaron a existir las estructuras complejas, no parece contar con una explicación convincente. Muy al contrario, analiza minuciosamente aquellos ejemplos comparándolos con modelos tan asequibles como las ratoneras o las máquinas tontas, viendo la imposibilidad de que evolucionen a la manera darwiniana. Queda, pues, la opción del diseño: lo mismo que un sistema irreductiblemente complejo, como un reloj, no se puede producir sin un diseñador, también los sistemas bioquímicos fueron diseñados por un agente inteligente. Y esto se infiere de los datos mismos, no de libros sagrados ni de creencias sectarias. La teoría del diseño inteligente es nueva en la ciencia moderna y queda mucho terreno por desbrozar; y muchos obstáculos que vencer, ya que, al igual que su opuesta, involucra creencias y también pasiones, no sólo científicas sino filosóficas y religiosas.