Mi vida
MARCEL REICH-RANICKI
11 abril, 2001 02:00No recuerdo otro documento más fehaciente que este libro a la hora de hacer cierta la afirmación según la cual la cultura no es antídoto de la brutalidad
Pero no es esto lo más interesante de este libro, donde el crítico en cierto modo se resarce de su secundariedad consustancial para hablar de sí mismo en páginas donde su vida cobra el protagonismo de que era acreedora. Porque su historia es de por sí fascinante y terrible a la vez, plena de sentido y vigencia. La clave está en la respuesta que el autor le dio a Günter Grass en unas jornadas del Grupo 47, al que Reich-Ranicki se incorporó recién llegado a Alemania desde el otro lado del telón de acero. Cuando el novelista le preguntó qué era él realmente, el crítico le contestó: "Soy medio polaco y medio alemán; y un judío completo".
Un judío nieto de rabino, pero agnóstico; un polaco de cultura alemana y un ciudadano de Alemania en dos momentos claves de su vida: la madurez de su éxito pero, mucho antes, la adolescencia y primera juventud, cuando vive "el milagro de Berlín" (pág. 22) hasta que el ascenso del nazismo, que le veta la entrada en la Universidad de Humboldt, le envía junto a su familia al gueto de Varsovia del que todos, excepto él y su mujer Tosia, pasarán al exterminio de Treblinka.
Desde su más tierna infancia, en la modesta casa y escuela de Wloclawek, donde vivían, Alemania es vista como el país de la cultura. La patria de la literatura y también de la música, la otra pasión de Marcel que le ayuda siempre a sobrevivir. Pero, simultáneamente, anida en él "el miedo a la vara alemana, al campo de concentración alemán, a la cámara de gas alemana, en resumen: a la barbarie alemana" (pág. 27). Esa dualidad terrible la ejemplifica Reich-Ranicki con los dos nombres que para él representan "la alemanidad en nuestro siglo": Adolf Hitler y Thomas Mann.
Leyendo Mi vida es fácil recordar otra autobiografía, Errata, y los últimos escritos de George Steiner. Siendo muy distinta la trayectoria de ambos hombres de letras, y hasta cierto punto difícil la convivencia entre un crítico literario militante y autodidacta y un académico universitario con cátedra en Ginebra y Cambridge, a lo que Reich-Ranicki no deja de aludir cuando habla de su experiencia con los filólogos germanistas desde su posición de director del suplemento cultural del Frankfurter Allgemeine, la identidad entre los dos viene de su estirpe judaica y de la singular relación con la literatura y el libro que esto significa.
Reich-Ranicki recuerda, en efecto, que no hay otra religión que sienta mayor estima por la palabra y la escritura que la mosaica. El pueblo judío recorre el mundo llevando consigo todo su patrimonio resumido en el rollo de la Torá. Heine había hablado, a este respecto, de la "patria portátil", y en un momento impresionante de esta extensa, que no prolija, autobiografía se reconoce que la patria portátil de un judio agnóstico y apátrida como él es... la literatura alemana. Como también se apunta que algunos de los mejores intérpretes de la música de Wagner fueron Levy, Bernstein, Solti, Maazel, Barenboim o Levine.
No recuerdo otro documento más fehaciente que este libro a la hora de hacer cierta la afirmación, ya tópica, según la cual la cultura no es antídoto de la brutalidad. Reich-Ranicki escribe un testimonio estremecedor de ello, y de la contradicción insalvable para quien admira sin límites la literatura y la música de los bárbaros ante los que su estirpe sucumbe. En este libro hay una descripción sustantiva, ecuánime y nada efectista de los episodios más negros de la historia europea reciente: desde el crescendo xenófobo de Weimar, cuando "fueron millones las personas que miraron para otro lado" (pág. 75), hasta la ignominia de Varsovia y el holocausto de Treblinka, sin olvidar el rebrote de antisemitismo en la Polonia estalinizada, o el revisionismo pro-nazi de Alemania en los años setenta, que merece toda una demorada relación por parte de Reich-Ranicki de su ruptura con Joachim Fest, el editor del Frankfurter Allgemeine al que debía su definitiva consagración como uno de los más influyentes críticos literarios de Alemania. Fundamentalmente por todo esto, más que por la literatura en sí misma, este libro merece, aquí y ahora, la más amplia circulación en castellano. Debería de ser traducido, además, a otras lenguas.