Image: En defensa de la política

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Ensayo

En defensa de la política

Bernard Crick

25 abril, 2001 02:00

Traducción de Mercedes Zorrilla y Miguel Aguilar. Tusquets. Barcelona, 2001. 328 páginas, 2.500 pesetas

Para el lector interesado en el pensamiento político esta edición supone la oportunidad de leer en castellano una de las obras más interesantes de las últimas décadas. Como otras muchas grandes obras del pensamien-
to británico, nació de una reacción coyuntural

Bernard Crick es un clásico del pensamiento político inglés contemporáneo. Formado en la London School of Economics, de la mano del conservador Oakeshott y del socialista Laski, ejerció la docencia en distintas universidades inglesas y norteamericanas y destacó en el mundo editorial con obras como su biografía de George Orwell, su breve y sintético estudio sobre el socialismo y, sobre todo, por En defensa de la política, de 1962. En España contábamos con la traducción que Taurus había realizado en 1968, a partir de la segunda edición británica. Ahora Tusquets inaugura su nueva colección "Kriterios" con una nueva traducción, a cargo de Mercedes Zorrila y Miguel Aguilar, a partir de la quinta edición inglesa, sensiblemente aumentada.

Como otras muchas grandes obras del pensamiento político británico este clásico nació de una reacción coyuntural. En un momento de fuerte debate ideológico Crick se sintió obligado a reivindicar la política, en su sentido más aristotélico "como la actividad mediante la cual se concilian intereses divergentes dentro de una unidad de gobierno determinada, otorgándoles una parcela de poder proporcional a su importancia para el bienestar y la supervivencia del conjunto de la comunidad" (pág. 22). Crick había comprendido los riesgos de dogmatismo implícitos en el ambiente de aquellos días, especialmente entre las filas del laborismo. Eran muchos los que sentían desilusión por la lentitud con la que se aplicaban las reformas, lo que les llevaba a una cierta crítica del modelo parlamentario. Crick trataba de conjurarlos con una reivindicación de la política como actividad, frente al exceso de principios y compromisos morales del momento. "Renunciar a la política o destruirla es destruir justo lo que pone orden en el pluralismo y la variedad de las sociedades civilizadas, lo que nos permite disfrutar de la variedad sin padecer la anarquía ni la tiranía de las verdades absolutas" (págs. 27 y 28). Evita el autor la confusión entre política y democracia, pues la primera es anterior en el tiempo y se sitúa en un plano distinto. Todos sabemos de los riesgos implícitos en una democracia formalista donde se utilizan sus recursos para su propio falseamiento.

En su defensa de la política se acerca mucho a las posiciones de la más tradicional de las escuelas británicas, el empirismo de Locke, Hume, Burke o Stuart Mill. Marca distancia con ellos exagerando sus posiciones y asumiendo un clásico argumento en su contra: la política de reformas limitadas ante problemas concretos es siempre conservadora, porque está defendiendo un no siempre confesado orden político y social. Frente a ellos reivindica una acción dirigida a la consecución de cambios transcendentales en el modelo social, pero siempre en el marco de la política. La argumentación resulta atractiva y asequible, aunque no siempre muy convincente. Como en tantos otros casos no atrae por lo que quiere decir, sino por lo que dice. Hallamos en su obra una interesantísima fusión entre elementos empíricos y conservadores con otros que provienen del socialismo, en especial cuando analiza las consecuencias positivas de la política en línea con el pensamiento de Oakeshott: la libre interacción genera perspectivas y planteamientos enriquecedores para el conjunto de la comunidad, que son resultado de la historia común y de la tradición y que conllevan capacidad de cambio.

Esta valoración de lo imprevisto entronca con el antirracionalismo británico, en especial con Burke, y matiza indirectamente su crítica contra los empíricos y conservadores. Las reformas implican respeto al orden social, pero no necesariamente su conservación. El reconocimiento del cambio es tan fuerte como el rechazo a la actitud arrogante de creer que se puede comprender o dirigir, característica de liberales y socialistas. Esta amalgama resultó precursora de la hoy en boga "tercera vía", elaborada por Anthony Giddens, rector de la ya citada London School of Economics, y asumida provechosamente por Tony Blair. En perspectiva histórica implica un nuevo paso adelante en el proceso de reducir el componente dogmático del socialismo, definir sus objetivos en términos morales y relativizar las tácticas políticas para lograr su consecución.Para el lector interesado en el pensamiento político esta edición supone la oportunidad de leer en castellano una de las obras más interesantes de entre las publicadas en las últimas décadas.