Image: Groucho. Una biografía

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Ensayo

Groucho. Una biografía

STEFAN KANFER

25 abril, 2001 02:00

Traducción de María de Calonge. RBA. Barcelona, 2001. 520 páginas, 3.950 pesetas

Como ocurre con esos hombres cuyo talento gasta una talla bastante más grande que la propia vida, el genio y la mezquindad de Groucho se peleaban por encontrar un hueco común entre tanta humillación

En uno de sus primeros sketches para televisión, Woody Allen imaginó una fiesta en la que todos los invitados eran coristas disfrazadas de Groucho Marx. Con su puro y su bigote pintado, la pandilla de chicas era, para el autor de Manhattan, la materialización del paraíso de la comedia, el modelo perfecto de risa inteligente. Bastaba con la presencia clonada de Groucho para garantizar la carcajada. Leyendo la prolija, minuciosa, generosa biografía escrita por Stefan Kanfer, uno no está demasiado seguro de quejarse por no haber sido invitado a esa fiesta del humor: como ocurre con el noventa por ciento de esos hombres cuyo talento gasta una talla bastante más grande que la propia vida, el genio y la mezquindad se peleaban por encontrar un hueco común entre tanta humillación, entre tanta brillantez. No es casual que T .S. Eliot asegurase admirar a tres personas: Yeats, Paul Valéry y Groucho Marx.

La principal baza del "grouchomarxismo" era el lenguaje: el lenguaje como código binario donde crueldad e ingenio -o absurdo y cinismo- se combinaban en una hábil, creativa y perversa guerra de guerrillas. Nunca el lenguaje -y eso podría suscribirlo el mismísimo Wittgenstein- había llegado tan lejos a la hora de reinventar el humor, de dinamitar la sintaxis de la risa. Sin Groucho, sería difícil imaginar la existencia de Raymond Queneau o Robert Coover: su idioma, como el de tan insignes escritores, no era el del resto de los humanos.

Como es habitual en las biografías norteamericanas, que indagan de tal modo en las vidas de sus objetos de estudio que resulta inevitable su aparente transformación en ficción de primera magnitud, Groucho, una biografía ahonda en los aspectos más sórdidos de una vida marcada por la práctica de un cierto despotismo ilustrado. Más sórdidos y más humanos: Groucho, como Chaplin, necesitaba del reconocimiento de los demás -sobre todo, si eran artistas célebres- para agrandar su ego; necesitaba, también, de la humillación ajena -véase la sadomasoquista relación que mantenía en sus películas con la actriz Margaret Dumont, tal vez el muñeco antiestrés más famoso de la historia del cine; muñeco que, al final de su matrimonio disfuncional con los Marx, confesaba sentir arruinada su carrera por culpa del marcaje al que la sometió Groucho- para reafirmar su genio; era Saturno devorando a sus hijos, a los que torturó hasta alejarles de su seno, y a sus hermanos, a los que ensombreció con su avaricia de narcisismo. Era, como dice Kanfer parafraseando a Raymond Chandler, "una actitud y unas pocas decenas de diálogos inolvidables".

Kanfer consigue materializar el sueño de todo biógrafo que se precie: confesar su admiración sin perder su espíritu crítico, concentrar un ingente número de datos -como lo hicieron Barbara Leaming escribiendo sobre Orson Welles y Donald Spoto haciendo lo propio con Alfred Hitchcock- contándoselos al lector como si fueran un frenético y a ratos melodramático vodevil; hacer gala, en fin, de un alma narrativa -incluidos los diálogos y las acotaciones literarias- que no traiciona en ningún momento el iconoclasta sentido del humor de los Marx, ni siquiera en aquellos momentos -la detallada descripción de los rodajes de todas sus películas- en los que corre el peligro de romperse el hechizo. De algún modo, toda biografía miente -después de todo, se trata de la fotografía que ha sacado un solo fotógrafo que nos obliga a fiarnos de él-, pero su fuerza radica en que sus lectores acepten la mentira como una clase de verdad. La "verdad" de Kanfer es poliédrica y abarca un paisaje difícil de imaginar en su vasta complejidad: desde la infancia -llena de rechazo y pobreza- de Julius Henry Marx hasta su muerte en 1977 a causa de una neumonía, la historia de este cómico es la historia de un hombre a secas, un niño grande que nunca supo redimirse de su afición por reconstruir su identidad destruyendo la de los demás.
En esta biografía, pues, están presentes, como invitados estelares, la madre de Marx, Minnie, que introdujo a su hijo en el mundo del espectáculo cuando sólo tenía doce años para que ganara dinero y cubriera las deudas de su retoño favorito, Leonard; los hermanos Leonard (Chico), Adolph (Harpo), Herbert (Zeppo) y Milton (Gummo), con los que protagonizó (aunque algunos se fueron quedando por el camino) toda una serie de películas de heterodoxa agresividad conceptual que viajaron desde la Paramount hasta la Metro, estudio que limó las aristas de su humor; y Erin, su última novia y secretaria, que fue acusada de malos tratos por la familia de Marx. Nada nuevo bajo el sol: seguramente la vida de Groucho Marx es, en el fondo, tan miserable o digna como lo que se espera de una celebridad como Dios manda. Kanfer se limita -y no es poco- a registrar cada uno de los detalles de su trayectoria, analiza su influencia en cómicos posteriores -desde Jerry Seinfeld hasta Woody Allen- y comenta exhaustivamente -en un epígrafe que certifica la severidad y el rigor de su trabajo- la bibliografía completa publicada sobre la obra y milagros de Groucho. El hombre que dijo que "el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio... si puedes simular eso, lo has conseguido" sabía que no debía preocuparse por la posteridad. Después de todo, la posteridad había hecho bien poco por él, y él, con su genio, ya había firmado la primera parte de la parte contratante de esta ejemplar biografía novelada.