Image: España en 1700. ¿Austrias o Borbones?

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Ensayo

España en 1700. ¿Austrias o Borbones?

Ricardo garcía cárcel y rosa M. Alabrús

2 mayo, 2001 02:00

Arlanza, 2001. 131 págs. C. Martínez Shaw y M. Alfonso Mola: Felipe V. Arlanza. 337 págs. J. L.G. Urdáñez: Fernando VI. Arlanza. 313 págs. R. Fernández: Carlos III. Arlanza. 285 págs. T. Egido: Carlo

Esta serie editada por Arlanza se propone agrupar bajo unos criterios comunes y no muy rígidos las biografías de los monarcas de la dinastía de Borbón en España; aquí están ya los del siglo XVIII y es inminente la aparición de las dedicadas a los del XIX y el XX del XIX y el XX

En 1888 escribía Bourdeau: "Ciudadanos de las democracias modernas, cerremos el libro de las crónicas reales [...] ocupémonos de las masas y dediquémosles relatos dignos de generaciones libres", palabras tanto expresión ideológica de la III República como programa de trabajo historiográfico volcado sobre grupos y procesos sociales antes que en personajes y sucesos singulares, y que, en líneas generales, se mantendría durante tres cuartas partes del siglo siguiente. El reciente auge de la biografía histórica de exposición narrativa tiene en los reyes su objeto preferente, recorriendo, no siempre por caminos nuevos, los más viejos territorios del género. La serie editada por Arlanza se propone agrupar bajo unos criterios comunes y no muy rígidos las biografías de los monarcas de la dinastía de Borbón en España; aquí están ya los del siglo XVIII y es inminente la aparición de las dedicadas a los del XIX y el XX. El haberse encomendado a buenos especialistas cada una de las entregas aleja toda sospecha de que el intento se reduzca a un mero aprovechamiento circunstancial de un mercado fiel aunque no versado; los diferentes autores no han escrito pensando en sus colegas, pero poco será lo que éstos puedan reprocharles en cuanto a respeto de las reglas del oficio.

Un simple esquema dual, que divide el texto entre el estudio del rey y el del reino durante su reinado, siguen todos excepto, por razones de contenido, García Cárcel y Fernández quien opta por dividir su entrega entre los dos reinados, napolitano y español, de Carlos III. Algunos autores añaden síntesis de la iconografía de cada soberano y todos unas fichas biográficas de personalidades del reinado y una bibliografía sumaria; se omiten las referencias eruditas y el aparato crítico, aunque no faltan adecuados resúmenes del estado de la cuestión y de la evolución del tratamiento del personaje a lo largo del tiempo. Todo más que digno, útil y recomendable. La coordinación que sin duda ha de tener una colección así resulta, a veces, un tanto feble. Inevitable-mente la infancia y años previos al acceso al trono de un rey obligan a ocuparse de la corte y vicisitudes del reinado de su padre o antecesor, de forma que las repeticiones son obligadas y en ocasiones fatigosas para quien siga la serie completa. El legítimo criterio de cada autor da lugar a interpretaciones encontradas de un mismo individuo o asunto, algo en sí mismo tan lógico que puede resultar saludable, pero que puede plantearse de forma extrema. Por ejemplo, Egido, que escribe un espléndido libro sobre Carlos IV y su época, argumenta con buenas razones la tesis de que el supuesto triángulo entre una María Luisa de Parma y un Godoy desenfrenados y un Carlos IV consentidor no tiene base real ni otro origen que la propaganda antigodoista. Sánchez Mantero, en cuyo libro la juventud de Fernando VII y sus intrigas para desplazar a Godoy y hacerse con el trono ocupan casi un tercio del texto, da por acreditado que entre reina y ministro hubo lo que los rumores decían que había. Igual cabría decir respecto al destino del infante don Luis Antonio, último hijo varón de Felipe V, un vividor que tras ser cardenal casi al tiempo del destete acabó contrayendo un desgraciado matrimonio morganático y semidesterrado lejos de la corte. Martínez Shaw trata ese matrimonio como "una hermosa historia de amor", Gómez Urdáñez, que le tiene por estólido subraya su poco digno papel como espía de su madre mientras estuvo junto al demente Fernando VI durante su último año de vida; Fernández y Egido señalan, sin embargo, que el rigor de su hermano, Carlos III, con él y su descendencia al privarles de todo vínculo con la familia real no tenía otra explicación que consolidar como Príncipe de Asturias al futuro Carlos IV quien, según la ley vigente, no podía serlo por no haber nacido en los reinos de España.

La lectura continuada de estas biografías produce, al menos, una conclusión reconfortante, la de que las sociedades políticas tienen recursos suficientes para sobrevivir a sus gobernantes, aunque éstos sean monarcas absolutos. Los borbones españoles del XVIII fueron personalidades adocenadas, con psicologías complejas y en varios casos gravemente patológicas. El tan celebrado Carlos III no pasó de ser un hombre de mediano buen juicio, capaz de compensar sus manías personales. Las dotes de gobierno de todos ellos se quedan en mediocres, cuando a eso alcanzan. El mayor acierto político de casi todos ellos estuvo en elegir ministros, aunque no siempre lo tuvieron ni los que lo tuvieron lo emplearon siempre bien. Y enseña, igualmente, que la suya fue una familia compleja de relaciones frecuentemente tensas cuando no hostiles: entre Isabel de Farnesio y Fernando VI y su mujer; entre Carlos III y don Luis; entre Fernando VI y su madre y su padre, al que destronó, mintió y hasta maltrató en el exilio. Felipe V llegó a España ya adolescente y siempre añoró volver a Francia como rey; Carlos III pasó media vida reinando en Nápoles; Carlos IV no nació en España y murió en el exilio; Fernando VII renunció y se puso en manos de Napoleón durante años de exilio y cautiverio... La dinastía, sin embargo, alcanzó el gran propósito con el que llegó a España en 1700: consolidarse.