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Ensayo

Diarios

Keith haring.

27 junio, 2001 02:00

Traducción de Zoraida de Torres. Círculo-Galaxia Gutenberg, 2001. 492 páginas, 3.400 pesetas

La primera parte de estos Diarios es la más interesante desde el punto de vista artístico. Registra de forma completa y compleja lo que es la formación de un artista

En un relato imaginario, el argumento se trama desde las primeras páginas, de modo que vaya construyéndose hasta que todo confluya en un punto de fuga. Por otra parte, aunque la existencia es azarosa e incoherente y pocas veces el "punto de fuga" de la muerte hace que todo lo sucedido encuentre sentido, biografías y autobiografías, como narraciones que son, tienden a dárselo. Cosa muy distinta es un diario. Su protagonista calca el día que pasa sobre el papel sin posibilidad alguna de hacer mapas que orienten su camino y esa misma sensación tiene el lector: no sabe a dónde va.Este comentario surge al hilo de la lectura de los diarios de Keith Haring, porque no cumplen estas previsiones.

Su diario se inicia en abril de 1977, cuando Haring tiene 19 años, y termina en septiembre de 1989, cinco meses antes de su muerte. El trayecto es el que media entre un adolescente con una clara vocación artística, hijo de un dibujante de cómic, y un artista -quizá el más popular de los años 80. Todos hemos visto media docena de creaciones suyas aunque -y en eso se convierte una creación realmente popular- no sepamos quién es su autor. A diferencia de muchos otros cuyas obras han alcanzado difusión gracias a esa perversión cotidiana que convierte unos girasoles pintados al óleo en el adorno de una camiseta, Haring pintó la camiseta. Camisetas, pero también murales junto a autopistas y tablas de surf, entre otras muchas cosas. Creó un lenguaje de pictogramas que siendo personal es perfectamente legible por cualquier individuo. Lenguaje arcaico y futurista, ajeno a primera vista de lo que solemos considerar arte con mayúsculas y que sin embargo bebe de sus fuentes más primigenias. Se nos ocurre enseguida la relación con el alfabeto egipcio, con las pinturas negras de los vasos de la Grecia arcaica. En su devota introducción, R. Farris Thompson sistematiza otras referencias más cercanas y concretas: Alechinsky, el Léger de los 40, Frank Stella. Menciona como maestro a quien también fuera su amigo, Andy Warhol, cuya doctrina sobre la relación del arte con el público y su talento publicitario ejercieron sobre Haring una influencia decisiva. La cuestión de las influencias y los magisterios está, de hecho, presente en estos diarios desde sus primeras páginas y Haring vuelve una y otra vez sobre ella. No debe extrañarnos: su obra, como la de Basquiat, con quien tiene tanto en común, surge de la matriz del graffiti y no sólo porque pintó muchas de sus obras en la calle, sino por la utilización exclusiva de líneas, la composición plana, el contenido literal de sus creaciones y su temática con frecuencia provocativa. Haring mantuvo toda su vida una relación tensa con las instituciones artísticas, anhelando su reconocimiento y despreciando su rigor mortuorio. Inseguro de su valoración como pintor, creo que las reiteradas menciones a los maestros del pasado ponen de manifiesto tanto un interés genuino por ellos como una necesidad de inscribirse en esa historia, como continuación de sus creaciones.
Sugerí líneas atrás que lo peculiar de estos Diarios es que parecen contener ya en sus primeras páginas los hilos que conducen a su fin. Y digo esto porque las notas y los dibujos que realizaba su autor a los 19 años marcan uno por uno los itinerarios que recorrería el resto de su vida. Está presente desde el principio el debate entre influencias y singularidad, la preocupación por crear un arte en que "las imágenes representen palabras", y también la de un arte que pueda llegar al mayor número posible de personas.

La primera parte de estos Diarios es la más interesante desde el punto de vista artístico. Registra de forma completa y compleja lo que es la formación de un artista y la asiduidad de sus anotaciones nos permite conocer esa evolución casi día a día. La parte central del texto, cuando Haring se ha vuelto tan famoso como una estrella de rock, es más superficial; en ocasiones divertida de puro cotilla y en otras mera transcripción de una agenda personal. En la parte final, a partir de la fecha en que se entera de que ha contraído el sida, escribe algunos de los textos más hermosos. El frenesí de su vida, de país en país, registrando siempre el paso de algún "chico guapo", adquiere el aspecto de una vanitas. Sin caer nunca en la autocompasión, de esa época datan algunas de sus creaciones más famosas, relacionadas con la enfermedad. También su lenguaje adquiere madurez, convertido ya en un icono de la cultura de su tiempo, con una capacidad sorprendente de combinar alusiones sexuales con imágenes de pureza infantil.

A un lector español le divertirá leer acerca de sus paseos por España, sus visitas al Museo del Prado, a ARCO. De sus dotes de observación da cuenta el hecho de que al relatar su llegada a Madrid, ya en el hotel, hace cálculos y se da cuenta de que el taxista tenía trucado el taxímetro.