Image: La belleza y los humillados

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Ensayo

La belleza y los humillados

Julio Quesada

18 julio, 2001 02:00

Ariel. Barcelona, 2001. 230 páginas, 1.800 pesetas

Cada generación tiene sus obsesiones. Algunas de ellas, vinculadas a los nombres de Nietzsche y Heidegger y muy representativas de algunos de los caminos más insistentemente recorridos por el pensamiento filosófico español de la última década, constituyen el eje vertebrador de estas páginas lúcidas y brillantes de Julio Quesada. Ciertamente. Pero -se impone añadir enseguida- de un modo un tanto chirriante, toda vez que, más o menos coherentemente con la conocida voluntad de provocación de su autor, lo que en ellas está en juego no es una reconstrucción más de tal o cual aspecto de la canónica lectura heideggeriana de Nietzsche para el que la Vida es el único trascendental verdadero, a un Heidegger para el que "la muerte es la posiblidad más peculiar y absoluta, irreferente e irrebasable, del ser-ahí". El Heidegger, en fin, para el que "nuestra posiblidad existencial se agota en la muerte". Desarrollando, además, esta oposición -que lo es a toda una "ontología de la muerte"- con la ayuda de algunas de las tesis ontológicas y políticas de Hannah Arendt, la discípula y amante judía de Heidegger que desde él procedió una y otra vez a pensar también contra él. A pensar el hombre, por ejemplo, coincidiendo en ello con el Nietzsche que ahora rescata Julio Quesada, como un "creador de mundos posibles, de nuevos comienzos y de nuevos primeros movimientos". Como un ser único, irrepetible, que nace, haciendo así que con él renazca eternamente la Vida".

Quesada lleva esta confrontación hasta el límite, de modo que el lector viene finalmente a recibir algo más de lo anunciado. Una larga y honda reflexión sobre la estetización de la política en Nietzsche, por ejemplo. O sobre el silencio de Heidegger ante el Holocausto, sobre el nihilismo y las posiblidades de leer de otro modo la Modernidad... Incluso, en diálogo con Kundera y Malcom Lowry, sobre la novela como género literario de la democracia. Aunque, en realidad, el límite se confunde aquí con un desafío en toda regla a cierta sabiduría convencional a la que siempre le fue difícil pensar nuestra finitud más allá de toda culpabilidad. O aceptar, como ahora hace Julio Quesada en este homenaje a Nietzsche, que "nunca la muerte le estropeó al día el juego".