Image: El estilo del periodista

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Ensayo

El estilo del periodista

Álex Grijelmo

18 julio, 2001 02:00

Santillana. Madrid, 2001. 609 páginas, 3.125 pesetas

Esta es la séptima edición, ampliada y puesta al día, de un libro publicado en 1997. Siete ediciones en menos de cuatro años constituyen un dato significativo. Da la sensación, en efecto, de que toda la comunidad periodística, con sus alevines incluidos, haya convertido esta obra -muy justamente, sin duda- en libro de cabecera, aunque algunos de esos profesionales parezcan haberse limitado a depositar el volumen sobre la mesilla de noche. Porque el autor recoge aquí casi todos los dislates y errores que se deslizan sin cesar en textos no sólo periodísticos, sino administrativos, pedagógicos y hasta pretendidamente literarios. A pesar del título, la obra tiene un destinatario múltiple. La experiencia demuestra que todas las juiciosas censuras y advertencias que contienen estas páginas se desvanecen ante el eco de un disparate propagado por un político, estampado en un titular o difundido en un programa de radio o TV, cuyo número de receptores es infinitamente mayor y más vulnerable que el de los posibles lectores del libro.

Además de consejos muy precisos acerca de aspectos específicos del género periodístico, Grijelmo ha inventariado con tino un buen número de usos ortográficos, léxicos y sintácticos donde parecen concentrarse casi todas las dudas que desembocan en malas redacciones o en incongruencias e impropiedades idiomáticas: la distinción entre aun y aún -que, pese a su sencillez, parece ya una batalla perdida-, o bien entre porque, por qué, por que y el porqué, o de las formas del grupo de donde. Se lamenta a veces -y con sobrada razón- de la acción un tanto precipitada de la Academia al admitir ciertos usos, como la "triste fórmula" (pág. 238) el día después, así como ciertos vocablos absolutamente innecesarios, del tipo de enervar, coaligarse, discapacitado, posicionarse, millardo, restaurador -con el significado de "persona que tiene o dirige un restaurante"- o anglófono, entre otros. En ocasiones el autor se queda corto en su censura. Advierte, por ejemplo, contra la forma delante/detrás suyo, (pág. 254), pero no es raro oír y leerla también con la concordancia femenina: suya. Básico por "primario" (pág. 416) es, en efecto, un detestable anglicismo, pero lo frecuente es oír y leer básicamente, en lugar de "esencialmente, sobre todo", que sí es español. Son útiles las propuestas para sustituir neologismos pintorescos y cómoda para el lector la presentación de textos con las posteriores correcciones. Y algunas consideraciones resultan discutibles. Así, cuando al comentar el leísmo correcto "le llevé en mi coche" se indica que "lo" sería igualmente posible, si bien en tal caso el lector no sabría "si nos referimos a una persona o a un animal o un objeto" (pág. 257). Pero no hay peligro de error, porque el uso del pronombre sólo es posible cuando ya se ha nombrado antes el antecedente. Por otra parte el "que" inicial de algunos hablantes catalanes en preguntas como "¿que viene de Madrid?" no equivale a "de dónde", sino que es un elemento intraducible, simple marca de interrogación. Y el pero pospuesto señalado en la página 247 como propio de Perú y Bolivia es en realidad un italianismo con el valor de "sin embargo". En italianismo incurre también, por cierto, el propio autor al escribir que una preposición "viene obligada" por el verbo (pág. 220); es bien conocido el origen de la construcción pasiva con venir + participio.