Image: La república mundial de las letras

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Ensayo

La república mundial de las letras

Pascale Casanova

18 julio, 2001 02:00

Anagrama. Barcelona, 2001. 471 páginas, 3.500 pesetas

He aquí un ensayo de altos vuelos, ambicioso y bien planteado, repleto de ideas y sugerencias que, si en algunos casos mueven a discrepancia, no dejan por ello de ser estimulantes. Se trata de establecer los "principios de una historia mundial de la literatura" alejada del tópico esquema que se basa en la yuxtaposición de historias nacionales cronológicamente dispuestas.

Como ya indicó Valéry Larbaud, el mapa político y el mapa intelectual del mundo son diferentes. Tampoco el espacio artístico y el económico se corresponden. En el siglo XVI, Venecia es sin disputa la capital económica de la península italiana, pero la primacía intelectual reside en Florencia y en el dialecto toscano; en el XVII, Amsterdam es el gran centro comercial de Europa, pero la literatura triunfante es la de Madrid y París. Hoy, la hegemonía económica y política de los Estados Unidos no lleva consigo un predominio paralelo de su producción artística.

En realidad, la historia de la literatura es la historia de las rivalidades literarias. Descansa "en la sucesión de las rebeliones y las emancipaciones gracias a las cuales los escritores [...] logran crear las condiciones de una literatura autónoma, pura, liberada del funcionalismo político" (pág. 68). Siguiendo a Goethe y, sobre todo, a Valéry, la autora utiliza la noción de "capital literario" de una lengua, su riqueza patrimonial, constituida por las obras escritas en esa lengua, pero que incluye a quienes transmiten y transforman ese capital: instituciones literarias, revistas, jurados, críticos, sistemas de enseñanza... Hay, además, numerosos indicadores culturales: las cifras de obras publicadas, la proporción de ventas con relación al número de habitantes, la abundancia de editoriales, librerías, premios, espacios reservados en los medios de comunicación, incluso la aparición de escritores en los nombres de las calles, los billetes de Banco o los sellos postales. Ese "capital literario" es también lingöístico, dada la índole verbal de la literatura. Pero la lengua es siempre "nacional". Las instituciones políticas se apropian de ella como signo de identidad y la convierten en asunto de Estado. No es casual que la formación de los Estados europeos durante los siglos XV y XVI coincida con la expansión de las lenguas vulgares -frente al latín- y con la constitución de obras escritas en la lengua común. Aunque la autora no lo indica, podría haberle servido también de excelente ejemplo el caso de la unidad italiana en el siglo XIX y el papel decisivo que en el proceso desempeñó la imposición del toscano.

La primera etapa en la génesis del espacio literario mundial reside en la pugna contra el latín, que la autora cifra en la tarea de Du Bellay y los autores de la Pléyade. No se trata sólo de acabar con el monopolio del latín, sino también con la supremacía de Roma. Al mismo tiempo, el uso del francés, de la "lengua del rey", exige relegar los dialectos y, con ellos, los géneros poéticos practicados en las poderosas cortes feudales, todo lo cual contribuye a reafirmar la autoridad monárquica. Acaso la autora no tiene en cuenta que en el destierro del latín colaboran otros factores prácticos, como el progresivo alejamiento de la lengua por parte de sectores amplísimos de la sociedad. Por otro lado, y con una actitud muy galocéntrica, muestra un desconocimiento absoluto de lo español. Exalta la Deffence de Du Bellay y nada dice del precursor Nebrija; destaca los trabajos en pro de la lengua común de Malherbe o Vaugelas en el XVII y parece ignorar el esfuerzo colosal de Correas entre nosotros. Claro que el lector español está ya acostumbrado a omisiones de este jaez.

La segunda etapa en la constitución del espacio mundial se sitúa en los siglos XVIII y XIX, con la influencia del pensamiento de Herder y la invención o reinvención de las lenguas declaradas nacionales. Lengua y nación son solidarias, y se establece una competencia incluso entre las "literaturas dominadas" (Irlanda, la Suiza francófona, Austria, la Bélgica valona, etc.) que permite explicar el sentido de la obra de sus más eminentes escritores, desde Joyce o Beckett hasta Ramuz o Michaux. Cabría haber ampliado la nómina con autores como Canetti o Ionesco. Desde esta perspectiva, cercana a ciertas corrientes sociológicas, el caso de Kafka, agudamente analizado -como otros- en estas páginas, es muy significativo: pertenece al espacio literario checo, pero es heredero de toda la cultura alemana. Los supuestos teóricos se aplican en la segunda parte a unos cuantos escritores -entre ellos Juan Benet- con resultados un tanto desiguales, pero no desdeñables. Un libro denso, para leer y meditar con provecho.