Image: Introducción a Shakespeare

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Ensayo

Introducción a Shakespeare

SALVADOR OLIVA

5 septiembre, 2001 02:00

Península. Barcelona, 2001. 243 páginas, 2.500 pesetas

¡Cuánto se agradece esta filología, tan amena como rigurosa, que analiza la obra literaria de un modo tan profundo que no sólo ilumina aspectos concretos de la misma sino que da cuenta de sus detalles, de sus temas, de sus fuentes, de su forma: en fin, de su totalidad!

Esta Introducción a Shakespeare aporta mucho más de lo que la modestia de su escueto título promete: el lector encuentra dentro de ella la autorizada voz de un guía diegético que tiene el buen gusto de conocer aquello de que trata y la gracia de saberlo comunicar. Como su autor explica, éste no es un libro académico en el peor sentido del término sino en el mejor, que siempre debiera ser el único. En él Salvador Oliva pasa revista a los "lectores ejemplares" (Johnson, Wilde, Coleridge, Hazlitt, Auden, Bloom, Empson, Frye, Kermode,Wells) y reacciona contra "las lecturas ideologizadas", porque "las lecturas se pueden defender, pero no imponer". Así, su defensa va dirigida"a mantener a raya el reduccionismo". Fiel a ese principio, su libro se divide en nueve capítulos.
En el primero enumera y describe las tradiciones teatrales inglesas anteriores a Shakespeare: los miracles plays, los mystery plays y los morality plays, así como el Interludio y el doble origen de las representaciones dramáticas; pasa de puntillas, pero sin resbalar, por la Poética de Aristóteles y comenta con tino lo que significan phobos, eleos y catarsis; alude a la publicación, en 1595, de Defense of Poetry de Sidney, y explica por qué la tragedia de Séneca influyó tanto sobre el teatro isabelino; recala en las peculiaridades del soporte métrico, que es el verso blanco, en el que el Conde de Surrey tradujo a Virgilio, y comenta las variedades rítmicas introducidas por Marlowe, que tanto iban a interesar a Eliot. Oliva presta especial atención a la opsis o espectáculo e incluye abundante material gráfico que contribuye a inventariar todos sus elementos y comprender su visualización. También explica cómo los códigos morales de la época facilitaban el equívoco y daban pie a tantas escenas de ambigöedad sexual como hay en Shakespeare. Y concluye el capítulo con una defensa del texto y del "soporte del talento del crítico textual".

En el segundo, reconstruye el horizonte intelectual de la época y la siempre espinosa relación entre vida y obra. Oliva es taxativo: no cree "en la exótica idea de que los escritores sólo pueden escribir sobre experiencias vividas"que es propio "de escritores mediocres". Oliva teoriza -y muy bien- cuando explica que "lo que hace que el poema continúe vigente a través de los siglos no tiene nada que ver con las experiencias vitales que lo pueden haber motivado, sino con la capacidad de formalizarlas y con la energía moral que el autor ha sido capaz de hacer que el poema contuviera": sólo "una energía moral más honda que la del lector podrá hacer que ese lector se sienta atraído por la obra". Distingue dos tipos de lectores: los que aman la literatura por sí misma y "los que sólo la valoran [...] porque ven en ella ideas o sentimientos que comparten". El autor es muy valiente en la defensa de su doctrina: para él algunos críticos son, más bien, predicadores.

El tercer capítulo es un rápido pero documentado viaje por la Inglaterra isabelina, y todo su sistema de usos sociales, ideas y creencias, tal como lo exponen y sintetiza el discurso de Ulises en Troilo y Cresida, la teoría de los cuatro elementos en El Rey Lear, la de los humores en Julio César y Hamlet, o la tensión entre dos concepciones que tematiza Ricardo II. Oliva especifica muy bien "distancia y proximidad", que ejemplifica, en lo primero, con las alusiones ovidianas y, en lo segundo, con un feliz hallazgo de Schiedricht para traducir en Noche de Reyes, una alusión de época: "la señora Strachy".

El cuarto capítulo está dedicado a la difícil operación de leer y traducir a Shakespeare. Y aquí Oliva, amparado en Auden, derrocha tanta sabiduría como humor. Pero lo más brillante del capítulo está en las páginas en que trata la dificultad de traducción que opone una cuádruple paranomasia, en la que fracasa Cernuda y triunfa Valverde, en contra de lo que -según Oliva- hubiera sido de esperar. El quinto se centra en la comedia shakesperiana: su lenguaje y sus fuentes. El sexto se ocupa de la tematización del mal y los cambios de "territorios en estados de conciencia" en la tragedia. El séptimo trata las obras históricas. El octavo es un periplo por el oscuro mar de las intrigas sucesorias, y el noveno, un minucioso análisis de técnicas. Como conclusión incluye un irónico texto de Bloom y otro, menos interesante, de Welles, a los que siguen tres cuadros genealógicos y una bibliografía muy bien seleccionada. Hay algunas erratas en las páginas 71, 79, 80, 87, 103, que no impiden reconocer que estamos ante un importante libro de crítica y teoría literaria.

Es difícil precisar cuándo nació la fascinación por William Shakespeare en el poeta y traductor Salvador Oliva (Banyoles, Girona, 1942), que ha vertido al catalán toda su obra dramática y prepara la versión catalana de los sonetos del poeta. Catedrático de Filología de la Universidad de Girona, entre sus obras destacan Marees del desig, El somriure del tigre, Retalls de sastre, Introducció a la mètrica y Fugitius (una novela en verso). Además de a Shakespeare, ha traducido al catalán a W.H. Auden, Dylan Thomas, Lewis Carroll y Oscar Wilde.